Doctor Miguel Ángel Car Ambrocio
Cronista del Municipio de San Martín Jilotepeque

Los domingos en San Martín Jilotepeque son días de plaza o mercado, desde muy temprano bulle el comercio en los alrededores como si fuera un hormiguero, los repiques de campana llaman a misa de seis de la mañana, acompañados del estruendo de bombas voladoras que despiertan a los más feligreses.

En las calles, grupos de personas trabajan afanosamente en las cuadras asignadas para la elaboración de alfombras de aserrín y flores, así como cuatro altares donde descansará el Santísimo, en un ambiente festivo no importando la amenaza de lluvia en el horizonte, sí es Corpus Christi.

Luego de la segunda misa, la procesión recorre calles y avenidas encabezado por banderas de colores rojo y amarillo portadas por miembros de Acción Católica o el Sagrado Corazón que, además, identifican a las distintas comunidades del municipio. La sigue acólitos, capitanas y mayordomos de las cofradías de Santa Rosa, Ocotlán, El Niño, San Martín de Tours, Virgen del Rosario y San Miguel. En el centro, un sacerdote lleva una custodia de plata con la hostia consagrada, todo cubierto por un palio portado por los ministros de la comunión, cientos de feligreses entonan rezos y cánticos cerrando fila, una banda de música interpreta marchas.

Al filo del mediodía, luego de cuatro horas de recorrido una lluvia empieza a inquietar a los sanmartinecos, pero esta vez no es de agua, sino arena y ceniza. Es la erupción del Volcán de Fuego según informaban las emisoras de radio, televisión y las redes sociales.

Calles, techos, vehículos y puestos de venta en el mercado lucen sucios y cubiertos por un manto de arena. Un suceso similar ocurrió en octubre de 1974 solo que esta vez acompañado de retumbos donde los más curiosos subían al Cerro Pelón o del Reformador a contemplar la erupción del volcán que dañó grandes áreas de cultivo en varios departamentos.

En las calles un señor se frota los ojos pensando si es por el aserrín de las alfombras y un niño dice -papá está cayendo tierra del cielo-, la tarde lucía sombría, pero no comparada a la magnitud del daño a los pobladores en las cercanías del volcán.

Curiosamente los volcanes nos parecen tan cercanos, tan familiares, y no concebimos viajar por el país sin ser contemplados por uno de ellos. Desde pequeños aprendemos a dibujarlos, memorizamos cada uno de sus nombres, los escalamos a la menor oportunidad y admiramos a quienes ascienden los 37 volcanes.

El temor surge cuando estudiamos la historia y conocemos la destrucción de la segunda ciudad de Guatemala provocada por una correntada del cráter del Volcán de Agua o Hunapú en 1541.

Estar asentados en el Cinturón de Fuego con tres volcanes activos como el Fuego, el Santiaguito y el Pacaya, más varias fallas geológicas, nos coloca en una situación constante de riesgo y sin contar con planes de prevención de desastres nos coloca al margen del peligro.

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