Hugo Gordillo
Escritor

El latín puro empezaba a quedarse en los monasterios europeos para los estudiosos de las Sagradas Escrituras y aspirantes a doctos del catolicismo, mientras en los templos de veneración se reducía a la misa del sacerdote y los cantos de fieles medio entendidos y analfabetas que se aprendían de memoria los cánticos parroquiales en el idioma de Dios.

La lengua romanesca florecía en astilleros, mercados y tabernas, dando pie al nacimiento de otras lenguas modernas tan vulgares como ella. Fue retomada por los mismos religiosos, con la que dieron nombre a lo que se denominó Poesía Romántica. Así, el cristianismo puso la lápida a la poesía de los sentidos de los poetas clásicos (padres de la religión) e introdujo la poesía del corazón de los poetas modernos (hijos de la religión).

Esa poesía tuvo los objetivos de entretener la imaginación, sorprenderla y conmover profundamente el corazón por otros medios. Según Donoso Cortez: El Clasicismo fue fruto de las sociedades antiguas y el Romanticismo de las sociedades modernas. Por lo tanto, es necesario contemplar el Clasicismo en Homero y el Romanticismo en Dante, como una contraposición del mundo clásico pagano al mundo romántico cristiano.

En la medida que avanzó el tiempo, paralelo al concepto de Romanticismo tradicional cristiano que seguía suspirando por lo medieval y la restauración de viejos valores morales y religiosos, emergió el Romanticismo liberal, que después de ser aplastado por la represión fernandina absolutista, luchó revolucionariamente por bajar del podio la jerarquía, la religiosidad y la tradición, apoyados en el escepticismo enciclopedista.

Entre los tradicionales se encontraban Alejandro Dumas, Lord Byron y José de Espronceda. Entre los liberales figuraban Víctor Hugo, Walter Scott y José Zorrilla.

La ilustración del siglo de las luces incubó el enciclopedismo y abrió a la puerta a los satíricos, una especie de nuevos goliardos con más empuje político. Uno de ellos, Eugenio de Tapia, que llamó serviles a los absolutistas y luchó contra el Santo Oficio por la libertad de imprenta con sus sátiras.

Ven romántica musa, ya de Horacio
renuncié a la doctrina, volar quiero
libre cual tú por el inmenso espacio
de la región sombría, lastimero,
cantando brujas, duendes, quemadores
armados con la cruz… inquisidores.

Los nuevos vates miraron a los antiguos poetas como genios, pero no como modelos a seguir, porque, para ellos, lo metafórico, lo retórico y alambicado era tan falso, como lo verdadero se cimbraba en lo afectivo sentimental.

Quien mejor establece esas diferencias es Becker: hay una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, deduciéndola con su armonía y hermosura. Hay otra natural, breve, seca y brota del alma como una chispa eléctrica que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano de la fantasía.

La forma literaria tiene libertad métrica con un sentido rebelde antiacadémico. El fenómeno romántico es popular y se expresa en una lengua naciente, semibárbara, pero muy sonora.

La característica más radical del Romanticismo es el choque dramático entre el yo poético (subjetivo) y el mundo (objetivo). El yo espiritual como medida del universo. Idealismo y libertad romántica en la que el artista sueña sus formas sin trabas ni restricciones.

La característica decepcionada es producto del choque entre el mundo soñado y el real. La solución es evasión de la realidad o un choque dramático con la vida que conduce a la desesperación y al suicidio. ¡Tópico romántico!

El Romanticismo tiene una alta conciencia de soledad en la que el poeta está solo, el país está solo, el mundo está solo. Por lo tanto, el mundo es soledad, donde lo ontológico va en disminución. Lo psicológico crece por el sentimiento sobre la razón y el corazón florece por encima de la cabeza.

La proyección del predominio del yo en la vida social es la voluntad de gloria. El artista sueña con ser el centro de la sociedad. Antes era el criado de un aristócrata que le servía de mecenas. Pero, en el siglo XVIII, alcanza su independencia social ejerciendo una profesión liberal que, en el siguiente siglo se extendió al periodismo. El discurso y el concurso le abrió las puertas del mundo.

Además de la naturaleza en libertad, el paisaje ofrece al romántico, la posibilidad de ser la circunstancia de su yo. Una aureola de su egocentrismo. El paisaje es la proyección de la espiritualidad del poeta. Un espejo para su tortura diaria.

La afición del Romanticismo por las ruinas es consecuencia de esta valoración de la naturaleza. La ruina es el predominio de lo natural sobre lo artificial. El triunfo de la naturaleza sobre el esfuerzo meditado de la inteligencia. La destrucción de lo artificial es una venganza de la naturaleza. Entonces… ruina.

No hay nada más romántico que el Nocturno, que toma su nombre en las composiciones musicales ejecutadas en la noche. En literatura, el Nocturno aborda la noche lúgubre desde la escuela del sepulcro.

El sentimiento de lejanía en el tiempo, junto a la valoración del mundo cristiano, lleva al Romanticismo a la temática medieval. Así es como se contiene en el barroco que se extendió hasta las colonias, especialmente en América Latina, que desencadenó en variantes como el churrigueresco, como el de algunas iglesias de la Antigua Guatemala y la capital.

Abunda la poesía bucólica renacentista protagonizada por el pastor, con muy poco de hombre natural y, mucho menos, de pastoril, ya que estos se expresan con el culteranismo de sus autores.

El primer ideal: el femenino, en el que la mujer es celestial. Una diosa que, como tal, hoy en día, no necesitaría participar en el certamen de Miss Universo para ser la más bella. Sus atributos físicos están por encima de todas las gracias. La belleza moral femenina corresponde a su majestad.

Si bien es el ideal del sueño romántico, la mujer también es la más grande decepción de la realidad. Es dual. Así como puede ser el cielo del enamorado, también puede ser su más candente infierno. Es un ideal exótico, de un estilo nórdico. La mujer plasmada en el poema es esbelta, alta, de pelo rizado y ojos azules.

La unidad política en el siglo XVIII se llamaba monarquía. La unidad literaria se llamaba academia. Es contra esto que surge el movimiento espiritual que golpea la arquitectura inquisidora social y espiritual. Por eso, Mariano José de Larra escribió: “escribir en Madrid es llorar” que es lo mismo: escribir en España, en Europa, en el mundo, es llorar. Por eso Larra, el duende satírico de su época se pegó un tiro.

El Romanticismo heredó del mundo neoclásico la admiración por el progreso humano, como la invención de la imprenta y el vapor. Alteró la postura de admiración y pasó a un plano reflexivo, tanto que lo celebró, hasta en América, con ditirambos como la Oda a la Vacuna, del venezolano Andrés Bello o la de su coetáneo Simón Bergaño y Villegas en Guatemala.

El siglo XVI heredó a los siglos XVII y XVIII, el interés por los hombres del mundo naciente. Un interés que se hizo cada vez más literario y romántico y propuso dos temas de interés del Romanticismo europeo: el hombre natural o “salvaje”.

Las expresiones románticas formuladas y repetidas en América, las lanzaron, a España, algunos cronistas de los conquistadores. El hombre salvaje tomó un valor literario cuando se le elevó a la categoría de prototipo: ¿por qué el conquistador y el colonizador no respetan la libertad del hombre “salvaje”?

De objeto de curiosidad, víctima oscilatoria entre el genocidio y el trabajo forzado, ese ser “salvaje” pasa a ser un problema moral o jurídico, según se puede ver en los escritos de cronistas como Bartolomé de las Casas.

El alegato político romántico que se mantuvo fue que la felicidad solo es posible al margen de la sociedad civilizada. Tales alegatos se prolongaron en el Siglo XVIII hasta la Revolución Francesa y el Siglo XIX en América con sus independencias.

Al parecer, tanto la libertad, la igualdad y la fraternidad de la Revolución Francesa y las independencias, fueron traicionadas políticamente antes de la extinción del período romántico. Aunque el Romanticismo es encasillado en los siglos XVIII y XIX, hay quienes aseguran que, al igual que la traición, el Romanticismo es una constante en la historia de la cultura, por los siglos de los siglos.


PRESENTACIÓN

Algunas de las creaciones más importantes que nos han regalado los artistas, pintores, músicos, escultores, arquitectos, escritores y estetas en general, provienen de ese período particular llamado «Romanticismo».  Conocer eso que los alemanes llaman el «Zeitgeist» es de particular importancia, a fin de conocer el significado del producto ofrecido por los artistas.

Con ese propósito, presentamos el trabajo realizado por Hugo Gordillo, amigo de La Hora, periodista de larga data, escritor, polemista y entusiasta de las letras varias. En su investigación encontraremos algunas ideas que nos orientan en la comprensión de ese movimiento al que pertenecieron, entre otros, Beethoven y Goethe.

Según Gordillo, «la característica más radical del Romanticismo es el choque dramático entre el yo poético (subjetivo) y el mundo (objetivo). El yo espiritual como medida del universo. Idealismo y libertad romántica en la que el artista sueña sus formas sin trabas ni restricciones».

La edición presenta, además, las contribuciones de José Manuel Fajardo, Maco Luna, Miguel Flores y Rómulo Mar. En el caso del académico Fajardo, presenta una aproximación de la realidad hondureña ayudándose del filósofo Jacques Derrida. Apoyado en esas ideas, plantea opciones para salir de esos mecanismos de poder al que parece estar condenado hasta hoy ese país centroamericano.

Como siempre, nuestro deseo en La Hora es que se sienta complacido con el material que le ofrecemos. Si es así, como estamos seguros que es, nos damos por satisfechos. Tenga usted un feliz fin de semana. Hasta la próxima.

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