Por Julio Serrano

Un bus es como arrancar un pedazo a la ciudad, desprender el asfalto en medio de una manifestación o casi…

Términal quintavenida bolivaralparque lajustovenezueladirectos chácarachácara
univérsidaguilarbatres jocotales megaseis naranjo amparogranizobethania praderahiper
pinula vivo chavo preciso preciso… dale mijo.

Todo comienza pasadas las cuatro de la mañana. Un hombre se sienta al timón, está rodeado de cualquier cantidad de extraños fetiches, que van desde pequeños conejos de peluche, calcomanías y ganchos de pelo de quienes se supone uno debería entender que eran de sus novias. Se protege del frío de la madrugada con una gorrita de lana vieja y una chumpa. Se persigna, enciende el motor que, como un gallo en la madrugada, despierta a los guatemaltecos con la ternura que sólo un taladro puede darnos. Y sin embargo…

Se mueve, la vida en la ciudad se mueve en buena parte gracias a estos buses. Son rojos, amarillos o verdes, pero todos, sin excepción, grises. A veces todo el metal que estos armatostes llevan encima parece un cuchillo oxidado. No se me ocurre ningún medio de transporte que pueda ser lo suficientemente incómodo, rudo y áspero para compararlo, pero es lo que tenemos. Algunos llevamos varios años utilizándolos, ya sabemos el origen de los choferes gracias a la pregunta del niño del chiste “mamá, ¿qué hacen los hijos de una prostituta con un policía?”, hemos ido y venido por la ciudad arrempujándonos las ganas de golpear al ayudante o de ir sentado en alguno de los carros que se ven por la ventana, escuchando algo mejor que la hora de los tigres en una 63 a las 5 de la tarde. Y a pesar de todo, siempre llegamos, siempre volvemos.

Subirse a un bus es entrar a un extraño universo, están llenos de vida, llenos de historias y de voces, con su ética, su política y su estética. Todo como una batería al revés, mucha energía pero mal puesta, sobrecargada, cortocircuitada, la vida del payasito, del vende dulces, del pastor, cortocircuitada la mirada de la chava que te sonríe, de la viejita a tu lado, cortocircuito ceder tu lugar a la joven madre que lleva a su hijo, cortocircuito hacerlo de inmediato, tres minutos después, cortocircuito no hacerlo. Quizás ese mismo sea el problema, demasiada vida tiene el animal, demasiado corazón apretujado en esta inmensa bestia de hojalata.

Los ayudantes son imprescindibles, qué sería de un bus sin un joven y fornido cowboy que arreara a las bestias, que chiflando y haciendo ruidos con la boca pidiera por favor “siga la fila de en medio, allá atrás hay espacio”. Todos parecen haber recibido el mismo curso de intencionalidad de locución: medio jananos y educadamente peleoneros, todos cantan igual sus ya aprendidos discursos: métala, ya cayó, daleee, preciso señores, vaya los de la terminal, chavo de gorra correte, etcétera. Su trabajo se divide en cuatro complicadas tareas, arrancar de la mano de los pasajeros una moneda, ordenarlos para que pueda ir la mayor cantidad de gente colgando, sacar el brazo para “pedir vía” y poner la cara cuando alguien se pasa de la raya e insulta al señor chofer.

Los choferes se sientan en el único lugar que parece cómodo en todo el bus, se postran como Jabba the Hutt en su trono. A ellos, cerebros de la criatura, no se les molesta, no se les grita, no se les in-te-rrum-pe. Observan el mundo desde las alturas y por el retrovisor, y cuando se levantan de su asiento, tiembla, se escuchan los tambores, se marchitan enteras las flores del jardín de los…

El fragmento anterior pertenece a “Cuadros sin Costumbre” el libro más reciente de Julio Serrano Echeverría publicado por Editorial Metáfora, el cual será presentado el miércoles 25 de mayo de 2016 a partir de las 19:00 horas en La Casa de Cervantes, 5ª calle, 5-18 zona 1 Ciudad de Guatemala.


Julio Serrano Echeverría (Xelajú, Guatemala 1983) Poeta y artista multidisciplinario. Terminó sus estudios de Literatura hispanoamericana en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Ha publicado los libros de poesía Ser el tiempo (2015) Central América (2013), Actos de magia (2012), Fractal (2011), Trans 2.0 (2009) y Las Palabras y los días (2006). Su obra aparece en varias de las principales antologías de la región.

Los ayudantes son imprescindibles, qué sería de un bus sin un joven y fornido cowboy que arreara a las bestias, que chiflando y haciendo ruidos con la boca pidiera por favor “siga la fila de en medio, allá atrás hay espacio”.

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