Por Alexander Socop

La ciudad se mantiene bajo una enorme nube de smog y en perpetua hora pico. Los microbuses se arrastran pesadamente sobre la 19 avenida. Hace años que no hay arriates, en su lugar se redujeron las aceras y los árboles ahora son un carril reversible mal señalizado, gris y con hoyos a cada 40 metros. En las pasarelas la publicidad del alcalde en turno pregona su plan maestro de movilidad urbana: un periférico de dos niveles para aliviar el tráfico de la ciudad, tres nuevos pasos a desnivel, incluyendo la tan ansiada habilitación del puente en la intersección del periférico y carretera a Salcajá; la promesa en las vallas dice que los viajes dentro de la ciudad dejarán de tomar dos horas para reducirse a 45 minutos. Cualquier cosa por facilitar el acceso al parque industrial y a los auto-hoteles de la autopista Los Altos.

La zona 2, declarada inhabitable desde hace varias décadas, ahora está sobrepoblada. Las construcciones son improvisadas, los primeros niveles de las casas están, por lo general, deshabitados. El área metropolitana se extiende desde San Mateo en el occidente, hasta San Cristóbal Totonicapán en el oriente; al norte llega hasta Olintepeque y al sur se extiende hasta Almolonga. Más de dos millones y medio habitan el área. 400 mil estudiantes conforman la población flotante más numerosa del occidente del país. El índice de homicidios ha aumentado vertiginosamente. Son comunes las balaceras en La Terminal, en los Trigales, San Antonio y Pacajá. La basura se acumula en las plazas de todas las zonas de la ciudad. El río seco continúa desbordándose año tras año. Sobre sus riveras las covachas brotan con más fuerza luego del invierno.

El Centro Histórico es un foco de incendios y plagas. Ni un solo edificio cumple con normativas de seguridad ni de construcción modernas. Los turistas extranjeros se han alejado, ningún país quiere que sus ciudadanos visiten sitios riesgosos. Los comerciantes se quejan, el turismo local es lo único que «mantiene» con vida al centro. Nadie parece enterarse de que todo se cae a pedazos. La comuna insiste en mantener las viejas estructuras de pie por su belleza arquitectónica y valor histórico. Los borrachines no piensan lo mismo cuando orinan afuera del Pasaje Enríquez.

Todo el casco urbano es un proyecto a medias aunque la parte alta de la ciudad está repleta de proyectos habitacionales, comercios de lujo, universidades, country clubes y demás que se fueron adaptando a la improvisación de las calles, de las plazas. La ciudad prospera, dicen, el comercio es pujante, hay desarrollo, educación, infraestructura y población joven. Qué más se puede pedir.


El Suplemento Cultural de “La Hora” agradece a su hermana, la revista digital Esquisses por tan buenas colaboraciones desde hace un tiempo (esta en cuenta) y especialmente a Alejandro García por su disposición y generosidad siempre, gracias de nuevo. Visite esquisses.net no se arrepentirá.

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