Adolfo Mazariegos

El día de ayer, domingo, leí un breve texto escrito por el profesor Manuel Alcántara Sáez, de la Universidad de Salamanca (España), publicado en un suplemento semanal editado por el diario español El País. Parafraseándolo, palabras más, palabras menos, el profesor Alcántara, citando al sociólogo y politólogo Juan José Linz, comentaba el proceso (o procesos) de transición hacia la democracia en América Latina y la posibilidad de que dichas transiciones alcanzaran, como es de esperar, la necesaria consolidación que supone iniciar dichos procesos para superar etapas de gobiernos autoritarios. Enumeraba, asimismo, algunas matizaciones –como él las denominó– necesarias, en el contexto del abordaje teórico de la satanización del presidencialismo existente hoy día en la región latinoamericana, que ha llevado a algunos teóricos –como sucedió con Linz tres décadas atrás– a debatir acerca de las virtudes del parlamentarismo en contraposición con los vicios que se experimenta en el presidencialismo. En ese sentido, es necesario hacer también algunas breves consideraciones mínimas con respecto a las denominadas “Democracias Latinoamericanas”, en virtud de que, si bien es innegable el padecimiento de imperfecciones y defectos en el conjunto de los elementos (por llamarles de alguna manera) necesarios para que éstas puedas ser consideradas como tal en el marco de la teoría llevada a la práctica, también es cierto que dichos padecimientos no son exclusivos del continente latinoamericano, es decir, la democracia, en términos generales, atraviesa por un período de crisis que va más allá de las diferencias entre regímenes parlamentaristas versus regímenes presidencialistas, y las bondades o perversidades de cada uno de ellos según sea la circunstancia y el lugar de su implementación. En todo caso, puede decirse que en el hecho latinoamericano existen razones de peso, inclusive históricas, que pueden ser un punto de partida para una explicación realista y no tanto simplista como ha sucedido reiteradamente desde hace mucho. Además, el aparecimiento de nuevos actores en los escenarios políticos del continente, deben ser tomados en consideración para el análisis, porque son actores que juegan, se quiera o no, un papel que ya ha trascendido permeando incluso la institucionalidad de los Estados y los grupos políticos organizados que tradicionalmente son los vehículos mediante los cuales se accede al poder político (partidos políticos) en los regímenes democráticos. Las democracias latinoamericanas tienen matices diferenciadores y únicos, ciertamente, pero no pueden ni deben abstraerse de un contexto global ni de los hechos históricos que de alguna manera han condicionado determinados acontecimientos futuros. La corrupción, verbigracia, entre otros, se ha incrustado en las estructuras estatales latinoamericanas de manera tal que ha llegado a convertirse en medio y en finalidad al mismo tiempo en muchos casos, lo cual es paradójico, puesto que ha cambiado el panorama político haciendo que la consolidación de las democracias del área sigan siendo aún, un proceso de transición, después de cuarenta años de haberse iniciado.

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