Eduardo Blandón

El mensaje reciente enviado por Felipe Alejos donde ataca al sistema de justicia y se declara inocente, arguyendo que se trata de una acusación sin pruebas y de carácter político, deja en evidencia no solo la preocupación extrema de los señalados, sino el deseo de contraatacar poniéndose del lado de los acusados de corrupción y denunciado el acoso de grupos presuntamente contra el sistema político guatemalteco.

Es una pena la forma en que encaran su virtual culpabilidad porque podrían demostrar con hechos la conspiración supuesta en su contra. Los señalados deberían desvirtuar cada una de las acusaciones tratando de dejar en ridículo a sus enemigos y develando las intenciones aviesas de los grupúsculos adversos al supuesto desarrollo del país.

Sin embargo, las declaraciones de Alejos son exclusivamente políticas, usando sus valiosos minutos “al aire” para despotricar, sin despejar las dudas de la ciudadanía que sí tiene elementos e indicios de valor que los pone contra las cuerdas. Por ello, la crítica vertida de algunos analistas contra los asesores de congresista es sensata, al descubrir el camino equivocado al que han inducido al político.

Todo ello sigue la lógica de la rancia clase política guatemalteca, poco habituada al debate de ideas y la defensa racional que los proteja contra sus adversarios. La tónica más bien es (y ha sido) la de insultar y amenazar, al mejor estilo del Alcalde capitalino, quien se siente agredido y ofendido por una oposición que regatea lo que él considera las muchas virtudes de su quehacer político.

Lo más grave es, sin embargo, que los políticos como Arzú (y el bisoño de Alejos también) se sienten, además de dueños de la verdad, los maestros de la moral que señalan las buenas y malas conductas a seguir.  Por ello es que, entre otras razones, hace migas con el Presidente, por esa inclinación común a sancionar lo que juzgan como “malo”.

Eso los iguala en discursos en donde hay “mala prensa”, “malos guatemaltecos”, malos políticos” y “malos propietarios de medios de comunicación social”. Asumiendo, no sin ser conscientes (por el maniqueísmo de su deficiente formación), que ellos son la encarnación de la bondad.  Razón por la cual se ofenden cuando no se sienten reconocidos en su benevolencia.

Y claro, fundamentalistas como son, sienten que su dios los llama a “castigar al impío”.  Por ello no es accidental que ofrezcan “palo” a la prensa o tengan esa actitud altanera (¿recuerda al bravucón enardecido y dispuesto a liarse a golpes contra Thelma Aldana y el señor Velásquez?) que los hace sentirse dueños del espacio que administran.

Es posible que Felipe Alejos no llegue tan lejos como sus mentores, pero va por la misma senda que bien puede aún corregir.  La recomendación es, como se sugiere al inicio, que presente pruebas contra las acusaciones que le han hecho, y ponga en entredicho a esos personajes que, según él, han metido en problema el sistema de legalidad en el país.  Mientras no lo haga, la población seguirá pensando que la CICIG ha atrapado a otro corrupto más y se sentirá más a gusto con su accionar.

 

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