Víctor Ferrigno F.

Los gobiernos de Israel y EE. UU., con el apoyo de Jimmy Morales han desatado una nueva guerra en el Oriente Medio, al reconocer a Jerusalén como capital israelí, contraviniendo normas y tratados internacionales, retando al resto del mundo que, con 128 votos en la Asamblea General de la ONU, les ha exigido que respeten las resoluciones del organismo, lo cual le ha implicado un recorte de 285 millones de dólares del aporte estadounidense, a manera de vendetta.

La medida constituye una auténtica provocación, y nada tiene que ver con el derecho de Israel a existir como Estado, lo cual se logró en 1947, gracias a la resolución 181 de la ONU, cuya autoridad ahora desconoce, con nefastas consecuencias para la paz mundial.

En aquella fecha, la ONU resolvió dividir en dos la Palestina histórica, para dar cabida a un Estado árabe y otro israelí. Además, estableció que Jerusalén debería permanecer bajo control internacional durante 10 años, y su estatuto definitivo se resolvería mediante un referéndum. El plan fracasó con la primera guerra árabe-israelí, que finalizó con un armisticio en 1949, el cual dividió a Jerusalén en dos mitades: el este, que incluye la ciudad vieja y los lugares santos, bajo control de Jordania; el oeste, bajo control israelí. En 1950, Israel declaró unilateralmente la parte oeste como su capital, sin lograr reconocimiento internacional.

En 1967, tras la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días, se dio la ocupación israelí de la parte este de Jerusalén. En continuadas resoluciones la ONU condenó a Israel, calificando de ilegales sus actuaciones en la parte oriental de la ciudad. En 1980, Israel se anexó ilegalmente Jerusalén Este, por lo que su soberanía sobre la zona oriental nunca ha sido reconocida por la comunidad internacional.

Establecer una embajada en Jerusalén, como pretende el gobierno de Guatemala, implica reconocer la validez de un acto de guerra, mediante el cual el Estado de Israel se apoderó de un territorio que no le pertenece, ignorando el derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Además, afectando los lugares sagrados de las tres religiones monoteístas más extendidas en el orbe: la musulmana, la católica y la judía.

En los Acuerdos de Paz de 1993, suscritos en Oslo, se estableció que israelíes y palestinos establecerían el estatuto final de Jerusalén en la fase ulterior del proceso, lo cual nunca fue posible pues, desde 1967, Israel ha construido cientos de asentamientos para alojar a 200 mil judíos en la zona este de la ciudad, que es gobernada como una sola entidad, bajo jurisdicción israelí, siendo palestinos una tercera parte de los habitantes, a quienes no se les reconoce como ciudadanos, sino como «residentes permanentes».

El líder de Hamas, Ismail Haniyeh, ya anunció el inicio de “una Intifada contra el ocupante» para defender Jerusalén. Los palestinos han emprendido dos levantamientos, o Intifadas, contra la ocupación israelí. La primera, entre 1987 y 1993, en la que murieron 1,162 palestinos y 160 israelíes; la segunda, entre 2000 y 2005, en la que murieron 1,063 israelíes y 5,516 palestinos. ¿Es necesario que haya más muertos?

Para colmo, Guatemala es el mayor exportador internacional de cardamomo, comprado en su totalidad por el mundo árabe, con el cual el Sr. Jimmy Morales acaba de pelearse, lo cual traerá hambruna para miles de pequeños productores.

Actualmente se libran 33 guerras en el mundo, incluidas las de Libia, Siria e Irak en el Oriente Medio. No es necesario un nuevo conflicto por trasladar embajadas a Jerusalén. Necesitamos estadistas que velen por la paz mundial, no políticos desquiciados que construyen un infierno en Tierra Santa.

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