Juan Jacobo Muñoz

Como un principio de la filosofía china, el yin yang es energía opuesta que se necesita y se complementa, tanto que la existencia de uno depende de la del otro. Lao-tzu en “Tao-te ching” escribió: “Todo tiene dentro de sí ambos, yin y yang y de su ascenso y descenso alternados nace la nueva vida”. El yin es femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción. El yang es masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración.

El psiquiatra y psicólogo Carl Jung planteó en su momento que el ánima es el aspecto femenino interno del hombre, que como imagen arquetípica se vivencia no sólo en otras mujeres, sino como una penetrante influencia en la vida de un hombre. Igualmente describió el ánimus, el aspecto masculino interno de la mujer.

Saco esto a colación, en primer lugar, para sostener que ninguna idea es esencialmente nueva; y en segundo, para destacar que muchos viendo lo mismo, concluyen de manera similar; o yendo más allá, porque todo está allí y solo hay que encontrarlo.

En las conductas humanas, hasta una entrega pronta y sin sentido debe tener explicación. Con el tiempo y las muchas experiencias, es imposible no darse cuenta de ciertas cosas. Me refiero en este momento, a la incesante búsqueda de la tranquilidad que se suele buscar en el encuentro con una posible pareja.

Voy a utilizar por el momento la versión de muchas mujeres, que en la práctica se plantean de manera peculiar. Asumen ciertas características masculinoides, portándose como hombres. ¿Qué es lo que hacen? Beben alcohol desmedidamente, son conquistadoras y copulan en cierta promiscuidad sin asumirlo del todo. Voy a traducir aquí promiscuidad como una relación anónima. No me refiero a número de relaciones sino, aunque sea a una sola, pero sin saber exactamente de quien se trata. Obviamente y a la larga la tendencia es a que sean relaciones múltiples.

Digamos que estas mujeres creen que necesitan a un hombre como complemento para tener la parte masculina que ya llevan en ellas. Quiero decir que ellas deben ser su parte masculina y estar si se puede con un hombre, solo por el gusto y no por la necesidad. Eso que las mujeres quieren incorporar comiendo de un hombre, es lo masculino que ellas ya son y que deben conocer para no necesitar un hombre.

El problema de estas mujeres es que quieren confiar en un hombre. Y en esa locura quieren ser bonitas para ellos. Usualmente son mujeres que se expresan mal de los hombres, pero que al mismo tiempo tratan de protegerlos en su cabeza, dándoles créditos y ventajas que no merecen. Les convendría ser el hombre que ellas creen que es el hombre que desean encontrar.

Igual los hombres, deberían ser la mujer que ellos quisieran encontrar para que los trate como ellos quieren ser tratados. Los hombres creen que tienen que ser viriles, pero en una virilidad que no existe y mucho menos que se deposite en una mujer. Virilidad es integridad y no manía eyaculatoria de quien cree que ostenta un cetro. De manera falocéntrica los hombres virilizan el orgasmo en una suerte de narcisismo genital.

Lo que defiendo es la bisexualidad del alma. El alma no es una idea, ni una forma de nombrar algo que no se puede ver. No es exclusividad de nadie, así funcionamos todos. Así como ocurre cuando ya no podemos seguir buscando un padre o una madre y tenemos que aceptar ser nuestro propio padre y nuestra propia madre.

Eso evitaría que exigiéramos tanto a una pareja y aceptáramos su normalidad y límites fundamentales. Pero así somos, no queremos amores humanos, queremos amores divinos. Y así es como en un buen ejemplo del consumismo que tanto se pondera, vivimos relaciones desechables, literalizando el amor de manera ficticia con escenas concretas y luego dolorosas, solo para no sentirnos efímeros. No en balde el autoengaño es la peor de las cualidades humanas.

El encuentro con uno mismo es alcanzar lo que se estaba destinado a ser. Los mandatos de la civilización no siempre son generosos, muchas veces quieren a la gente marchando y hasta los que se le rebelan se equivocan, porque en su ira se alejan de su destino.

No es fácil vivir, pero siempre ayuda no empeorar las cosas, si se toma en cuenta el éxito de concentrarse en uno y ponerle esfuerzo al propio ser. Solo el amor puede salvarnos, pero no el que nos den, sino el que seamos capaces de sentir, principalmente por nosotros mismos.

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