Francisco Cáceres Barrios
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Abundan los corruptos y hay de toda clase. Los hay políticos sin otro oficio ni profesión conocida como aquellos que como buenos metetes un buen día decidieron ir con un par de cuates a un mitin en los que los oradores hablaban hasta por los codos y sin entender ni pizca, dispusieron imitarlos y después de muchos gritos y aspavientos arrancaron de la concurrencia si no muchos aplausos, sí carcajadas por el montón de muladas que dijeron. Así supieron que en vísperas de la campaña electoral debían afiliarse al partido que, con el mote de oficial, tenía pisto a montones para viáticos, los que bien manipulados significaba poderse meter buenos fajos de dinero entre la bolsa.

También hay profesionales del derecho y de otras ciencias que después de haberse pasado muchos años haciendo chivos para poder ir ganando las materias a tragos y rempujones, lograron obtener el tan ansiado título, aunque para ser sinceros, no eran muy duchos que digamos pero, con un poco de listura y chispa era posible sostener a la familia con parte de las aportaciones que los clientes iban dando para lograr a base de coimas, favores de los jefes.

Una vez montado en un puesto, aunque hubiera subido corriendo y pegando el brinco a la camioneta al estilo de los brochas, debían tener mucha paciencia, no hay porqué desesperarse, “paciencia piojo que la noche es larga” decían, que llegará el día de pegar otro salto y así sucesivamente ir escalando posiciones. Pero una vez llegados a la tan ansiada plataforma no aceptan presiones o exigencias. Ahora es cuando el corrupto pone sus condiciones. El explotado será otro pendejo, porque él ya está cansado de haberlo sido muchas veces.

Los corruptos no son tímidos, como tampoco pusilánimes. Al contrario, son presuntuosos y como aprendieron a hablar igualito a los oradores que fueron sus maestros, si no tienen argumentos a la mano, se los inventan o se los fabrican. Debiendo comprender que el corrupto sin excepción es egoísta. No se le ocurra hablar del bien común o de los intereses de la patria, que eso para él y la Carabina de Ambrosio, son la misma cosa.

El corrupto es mentiroso y por ello le inventa cualquier cosa por inverosímil que sea, desde que el fulano opositor sea un extremista rematado hasta que ha cometido cualquier tipo de falta o delito, como que él no solo tiene la experiencia e idoneidad necesaria hasta para ser Papa, no digamos diputado, ministro, embajador ad honorem, analista político y hasta para desempeñar cualquier cargo de carácter científico-literario. Por ello insisto en recomendarle a los lectores que tengan ¡Cuidado con los corruptos!

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