Diseño: Alejandro Ramírez/La Hora
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Por Jorge Antonio Ortega Gaytán


“Qué buen insomnio 

si me desvelo sobre tu cuerpo”.

Mario Benedetti

Pasaron veintiún días de oscuridad en la vida de Luz. De sus ojos brotaban lágrimas a granel que caían como las hojas en otoño. Con un llanto ahogado, con los ojos cansados, el alma estrujada y el corazón en pedazos. Así la conocí y sin mayor protocolo me sujetó a su desventura.  

Se instaló en mi vida indecisa por su juventud y yo, temeroso de amar a una mujer cubierta de dolor, pero con la voz seductora y un cuerpo cautivador. Sin alternativa me entregué sin resistencia alguna. ¡Era un encanto de mujer!, pero tenía el alma destrozada. Estaba aterrada por el amor, los hombres la abandonaban sin explicación, desaparecían como agua al evaporarse. 

Diseño: Alejandro Ramírez/La Hora
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Sin temor, y más por curiosidad, nos hurgamos a la sombra de los recuerdos y experiencias, hablamos de nuestros prejuicios y los ajenos. Comparamos nuestra existencia con otras almas atribuladas. Nuestros signos zodiacales orientaban el porvenir favorable, pero ella protegida por su signo de Géminis adquirió desde la pubertad doble personalidad y en segundos descartaba la felicidad ¿Cómo enfrentar ese desafío? 

Opté por observarla y escucharla. La acaricié con paciencia y suavidad grabando su cuerpo en mi mente. Su aroma me permitía encontrarla en la oscuridad, era un afrodisíaco que me transportaba a un infierno que me devoraba sin misericordia.

Todo se fue dando como debe ser, tal vez muy rápido para ella que arrastraba sus lamentos un reptil. Desnudos mirábamos las estrellas y los ocasos. Día vivido, día gozado. Nunca nos tomamos una fotografía, pero nos abrazábamos frente al espejo después de hacer el amor. Una ilusión invertida de ser felices en nuestra complicidad pecadora. 

En una tarde que jugábamos al sexo, las expresiones de su rostro cambiaron, el ambiente se congeló; y ella recogió sus piernas y brazos como si tratara de proteger el pudor con su desnudez. Por su mente rebotaba una maldita incógnita ¿cómo había llegado hasta allí? Recordaba un beso que provocó que su corazón se desplomara al vacío en que se encontraba un limbo infinito y eterno.

Diseño: Alejandro Ramírez/La Hora
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Desnuda se incorporó y se aproximó hacia el enorme ventanal de la habitación a observar la lluvia que le recordaba su niñez. Con su mano derecha retozaba con las gotas del cielo que se deslizaban por el vidrio en busca del mar. Los recuerdos llegaron como goterones lastimando su mente. Frustraciones, ilusiones inconclusas, desamores… la entrega de la inocencia a cambio de nada. En fin, una vida con sus altibajos y ella de nuevo en los brazos de un amor ajeno, ¿por qué?  Si ella solo deseaba amar sin excusas y a la luz del día. Sus lágrimas se unieron a la lluvia sin obstáculo alguno. 

Se consumía entre pensamientos y recuerdos. Aquella tarde todo lo cambió. Se vistió en la penumbra y con sus zapatos en la mano se marchó. No se despidió ni me besó, simplemente se fue como llegó. 

Me quedé en la habitación en compañía de su olor a mujer, con el deseo en la mano y la pasión a flor de piel. Es increíble lo que uno sueña cuando se va la luz. 

 

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