Por: Giovany Emanuel Coxolcá Tohom
Foto: Ángel Elías

Entre lecturas pendientes me encontré con El cambio climático, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Los autores, Mario Molina, premio Nobel de Química en 1995, José Sarukhán, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM y Julia Carabias, de indiscutible trayectoria científica en América Latina, quien se han comprometido con la preservación de nuestra madre naturaleza.

Fotp: Ángel Elías

Como suele suceder con todo buen libro, deseé compartirlo con quienes pasan por estas líneas y me hizo asumir con serenidad estos días de cuarentena y pánico, provocados por el coronavirus o COVID-19. Los medios digitales dan noticias de escenarios más allá de las palabras y las imágenes. La población pide a grito de Twitter y Facebook no salir a las calles para no sucumbir. Pero, ¿qué hay de las poblaciones obligadas a sobrevivir, desde hace décadas, a otras pandemias: escasez de alimentos, despojo de tierras, desnutrición crónica, desempleo o de los ríos contaminados a causa del avance industrial? La preocupación gubernamental debería implicar la asignación de fondos para la reestructuración total e inmediata del sistema de salud pública y la revisión de concesiones al capital foráneo que ha saqueado los recursos naturales, sin importar los daños ambientales y la contaminación que, a su vez, se traducen en la muerte paulatina de cientos de familias.

El daño provocado al planeta por las dos últimas generaciones no tiene precedentes. Lagunas, lagos y mares se han convertido en pantanos, los ríos se han vuelto vertederos de desechos químicos, plásticos y metales que acaban con la biodiversidad de nuestro hogar, la Tierra.

Hace años bastaba con salir a contemplar la luna en la inmensidad de la noche para determinar la fecha propicia para la siembra, bastaba con ver surcar el cielo a los azacuanes para conocer la cercanía de la lluvia. Los perros, al presentir una cosecha abundante, jugaban con el viento y se revolcaban en la tierra recién trabajada.

Pero el tiempo empezó a comportarse como nunca. Si en su larga existencia el planeta ya ha pasado por estos cambios y variaciones, nuestra vida no es tan dilatada para tener recuerdos de ello, nos es imposible presenciar los grandes cambios climáticos: periodos glaciales, sequías, lluvias, entre truenos y relámpagos que buscan volver al origen de los tiempos. La naturaleza tiene sus misterios y sus propias reglas para entenderse con el Universo. Nuestra Madre Naturaleza, el Espíritu de la Montaña y de los barrancos que han medido el paso de los siglos seguirán imponentes cuando nosotros ya no seamos ni polvo. La fauna, la flora y los minerales con quienes compartimos la existencia le sobrevivirán a nuestro egoísmo y voracidad. Estamos a tiempo para reconsiderar nuestras acciones.

Los incendios provocados, la contaminación por el uso de combustibles fósiles y por el derrame de desechos tóxicos y petróleo en los mares calcinan las raíces de nuestro futuro. Nos hemos empeñado en dejarle a las generaciones venideras, basureros en vez de playas transparentes en las que puedan caminar descalzos. La infancia ya no verá la magia de la abeja perpetuando el ciclo de la vida; en el cielo, con sol y llovizna, ya no habrá arcoíris.

El cambio climático, libro que reúne rigor científico, experiencia y sencillez, nos lleva a reflexionar en la urgencia por dejar de envenenar las entrañas de la Tierra, nuestro único hogar.

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