Arlena D. Cifuentes Oliva
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La Navidad es sinónimo de generosidad, de paz y bendición. Para los cristianos es la fiesta en la que se celebra el nacimiento de Jesús; sin embargo, para la inmensa mayoría significa un tiempo de festejo en donde el elemento principal es el exceso, así como, el dar y recibir regalos. Lejos de su verdadero espíritu y significado, los niños esperan con mucha ilusión la llegada de Santa o de los Reyes Magos, pero la sociedad no los acerca a su esencia: El nacimiento de Jesús en cada corazón transformado en amor y esperanza.

La Navidad, como se vive en la actualidad, adquiere su significado dependiendo de la condición social que se ostente, no es tan siquiera el credo religioso al que se pertenece lo que lo determina. Los rostros de la Navidad se construyen a partir del poder económico que se tenga, de cuánto hay en el bolsillo, van desde un rostro feliz hasta aquel que se invisibiliza. Tristemente se definen por la obtención de objetos materiales con los que muchas veces se pretende llenar vacíos que no se han sabido llenar de otra forma: el amor, la paz, el calor de una familia.

No es lo mismo para el anciano que está solo y abandonado a su suerte, ni tampoco para el adicto que se niega a sentir y por ello se refugia en los estupefacientes, en el juego, el sexo o sencillamente en la adicción a las compras. Ni tampoco para el niño maltratado, abandonado y que sobrevive en un orfanato. No es lo mismo una Navidad en donde el calor familiar se comparte, a aquella para quienes disponen de recursos económicos abundantes, pero el elemento principal está ausente; hay una enorme distancia para quienes sobreviven sin lo más elemental, despojados de sus derechos y de la más elemental dignidad.

¿Qué siente quien no tiene un techo bajo el cual resguardarse del frío o simplemente observa que a otros les sobra el abrigo que llevan puesto? ¿Qué siente algún hambriento que observa a través de un vidrio cómo alguien engulle un plato rebosante de comida? ¿Qué siente quien mira el frenesí por las compras navideñas? Amigo lector, ¿Podemos tan siquiera imaginar cómo se siente y en qué se convierte el sentimiento?

Alguna vez estuve en las montañas en el área Chortí, sintiendo el frío, caminando entre el lodo, ¿qué se dijo y qué se hizo aquel día? no puedo recordarlo, pero si están muy presentes en mi mente los rostros de los niños, sus caritas sucias en las que rodaban los mocos, descalzos y cubiertos por playeras rotas. Con seguridad las condiciones de vida no han cambiado favorablemente para ellos ni para las nuevas generaciones. Ellos han sido invisibilizados por el Estado y por la sociedad consumista que celebra con bombos y platillos una Navidad de la cual ni siquiera se enteran de su existencia.

Para la clase política, la Navidad tiene un rostro muy distinto. Imaginemos cómo celebrará la Navidad el presidente Jimmy Morales o el vicepresidente quien me atrevo a decir es aún más ostentoso; los señores diputados echarán la casa por la ventana despilfarrando el dinero de un pueblo sin conciencia. Sobrarán los buenos vinos, aunque muchos no conozcan la diferencia entre un Bolla, un chateauneuf y un octavo de indita; las mesas saturadas de comida; habrá derroche de regalos. Ellos celebrarán una Navidad con rostro de impunidad y se cobijaran del frío bajo un buen abrigo de corrupción.

Estos son algunos de los rostros que nos dibuja el fin de 2017, el de la payasita que hace piruetas en cualquier semáforo, con su hijo intentando imitarla, hasta el del político desposeído de toda vergüenza, carente de conciencia que les roba hasta la posibilidad de dibujar en sus rostros una sonrisa debido al frío, al hambre y a la desesperanza.

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