Luis Fernández Molina

Los distintos componentes de los vehículos automotores –los carros– se conectan por medio de electricidad y en el corazón de ese sistema eléctrico están las llamadas baterías. Hasta hace poco se les conocía más como acumuladores. Los autos de vanguardia, que van a ser totalmente eléctricos, enfrentan como mayor limitación poder disponer de un ingenio que pueda almacenar mayores cantidades de energía de forma parecida a cómo se deposita gasolina o diésel en tanques. Es el mismo dilema de todas las grandes generadoras eléctricas, ya sea que operen con hidrocarburos o fuerza hidráulica, plantas que podrán producir grandes cantidades de energía, pero que el momento de producción no siempre coincide con los puntos picos de la demanda. ¿Cómo conservarla entonces? Es por eso que los acumuladores de energía son básicos para disponer del abastecimiento todo el tiempo en que sea necesario.

Viene a cuento lo anterior porque en estas fechas se desborda la energía positiva. Abundan los mensajes de paz, amor, fraternidad, perdón, visiones positivas, venturoso Año Nuevo, etc. Nos volvemos mejores personas, más buena gente. Bien por ello es claro que podemos producir esa energía, pero ¿la podemos acumular? ¿Podemos cargar nuestras pilas para disponer de esa fuerza a lo largo de todo el año? Parece que no. Todo indica que es un entusiasmo pasajero, muy motivado por las circunstancias externas: los convivios, los regalos, la música navideña, las cenas familiares, las compras, los centros comerciales, el saludo de Santa Claus, entre otros. Parece que nos envolvemos en una burbuja mágica que pronto se desvanece con los primeros pellizcos que nos devuelven a la realidad apenas, en el mes de enero. Hasta allí llegó la carga.

Las fuerzas negativas de la realidad drenan nuestros depósitos de energía más rápido de lo que se llenan. Para empezar la claustrofobia que nos producen las calles y avenidas, siempre pequeñas, atiborradas de vehículos. Nos agobia el anonimato de los vidrios oscuros y la fantasía de las redes sociales –donde todos son bonitos, inteligentes y buena onda–. Las exigencias del trabajo, la ocupación por la competencia en el negocio, de los estudios, de los asuntos familiares, del pago de las tarjetas, etc.

Por eso debemos consolidar nuestras reservas de energía positiva y prevenir cualquier fuga de fluidos. Conmemoramos el nacimiento de Jesucristo y por ende celebramos toda su obra, todo su mensaje, todas sus palabras. En ese sentido el mismo Jesús nos dijo claramente que todos los preceptos de las Escrituras se reducen a dos: amarás a Dios con todo tu corazón y todas tus fuerzas y segundo amarás al prójimo como a ti mismo. Todos los demás preceptos son complemento y marco de esta obligación principal. Por eso, nuestro mayor acervo en estas fechas debe ser ese compromiso con Dios (no importando como lo entendamos, como dice la Desiderata); nos va a costar amarlo con todas las fuerzas si poco lo conocemos, por ello lo primero debe ser procurar ese acercamiento con el Padre. Hablarle cada vez que nos levantamos y cuando nos acostamos. Verlo en el cielo estrellado y en los bellos ocasos. Palparlo en la mirada de los hijos y nietos, en la caricia del ser amado. Buscarlo siempre.

Viene luego el amor al prójimo. Es claro que amamos a la familia y amigos, eso es fácil. Con los demás debemos procurar una mayor tolerancia, respeto y aceptación. Ello se debe manifestar en el trabajo, en el tráfico, en la diaria convivencia. Es bueno que en estas fechas seamos “buena onda”, pero procuremos llevar esa energía a todo el año.

 

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