Francisco Cáceres Barrios

El expolítico y neurólogo británico David Owen cree que el síndrome de Hubris es un trastorno común entre personas que están o han estado algún tiempo en el poder, un problema que no está caracterizado como tal por la medicina, pero que tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre los que destacan una exagerada confianza en sí mismos, desprecio de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad. Si el lector me favorece con la lectura de este comentario, podrá irse poniendo de acuerdo conmigo, incluso ya en su mente podrá irse forjando el nombre de varios miembros de nuestra casta política que creen que la población se traga cualquier píldora que nos den, como que la mayoría está convencida que somos caídos del tapanco.
La semana pasada el viceministro de Vivienda, Carlos Barillas denunció que hace unos meses un diputado de la UNE le había solicitado en son de broma, unas 25 casas para los líderes de bancadas que dieran sus votos a favor de los que aprobaran recursos, como que luego los integrantes de la Comisión de Finanzas estaban dispuestos a quitarle las asignaciones para todo lo que fueran proyectos habitacionales y subsidios que tanta falta le hacen a la población. No tardaron en salir los señalados para calificarlo de bufón, que rechazaban categóricamente el señalamiento de chantaje, como que las demandas judiciales ya estaban proliferando en el Ministerio Público.
¿A quién creen que engañan? Simplemente a nadie. Salgan a la calle y pregúntenle a quienes quieran para enterarse que predomina el criterio popular que los políticos llegan al poder a ver que logran en beneficio personal, que la corrupción impera en todos los estratos y que lo que menos tienen como objetivo es lograr el bien común. Bien declaró Lord Owen al Daily Telegraph: “Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente”, como producto de quien después de seis años de estudio del cerebro de líderes políticos también le llevó a afirmar: “El poder intoxica tanto que termina afectando el juicio de los dirigentes”.
Si alguien me preguntara ¿y cómo cree usted que esto pudiera evitarse o al menos contenerse? mi respuesta sería corta y sencilla, que vayan a los tribunales a ventilar sus asuntos. Ya es hora de terminar con tanto palabrerío barato, mejor que ventilen sus dimes y diretes con la verdad, la honorabilidad y la decencia en la mano, porque lo que somos nosotros, el pueblo, ya estamos suficientemente apaleados por tanto “intoxicado” y aprovechado que, creyéndose el todo poderoso, estima que todo se arregla con seguirnos dando atol con el dedo.

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