René Leiva

“Hay que dejar huella.” Ajá, un poco de aliento en el cristal más opaco y polvoriento.
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Si la muerte vendrá a despertarme del sueño de la vida, ¿cuándo fue que me quedé dormido?
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Nuestra democracia no está en pañales. Más bien es un aborto dentro de una bolsa desechable abandonada en el basurero.
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Para mí es obvio que cuando el futuro toca mi puerta es porque se ha equivocado de dirección.
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Un epitafio: DE NADA.
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A quienes me confunden con alguien mucho les agradecería me tomaran por nadie.
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Hay personas cuyo cuerpo es una prótesis de su ego.
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Los niños son felices porque su presente todavía no es, en la mayoría de los casos, la consecuente condena del pasado.
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Si a cada uno le correspondiera una tajada del pastel, yo me conformaría con lo que queda pegado en el filo del cuchillo.
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Leve corrección, necesaria, a Sartre: si el infierno son los otros, el paraíso son las otras…
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Algunos de mis sueños se hacen realidad solamente cuando duermo.
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El suicida tiene un pacto secreto con la muerte que ella nunca cumple. Sólo él, el suicida.
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A veces estoy ausente de mi propia vida y no me echo de menos.
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Son más los sinónimos que los muchos significados de la palabra amor.
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¿La ética? Una etiqueta.
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BORDES Y FONDO. Concierto para piano y orquesta número 20 de Mozart. Mitzuko Ushida al borde del llanto. Simon Rattle al borde del espasmo. Yo al borde del precipicio emocional. Amadeus al fondo de la fosa común.
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Pueblo este que entierra a sus mártires en terreno baldío, sin lápida, sin epitafio, extraños a la memoria, lejos de la historia.
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Hay quienes ya quemaron los libros impresos en la fogata del fanatismo digital.
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Una vez enterrado, ¿quién no es profeta en su tierra?

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