Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

“Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted”.

Uno de los mayores reconocimientos obtenidos por un profesor es el éxito de sus alumnos. Es una forma de honrar al preceptor mediante el recibimiento de la corona compartida. Porque si bien es cierto que el vencedor es el producto de su lucha en la arena, y antes en la palestra, nada habría ocurrido sin la intervención del tutor con su acompañamiento y consejo.

Esto que parece de Perogrullo, sin embargo, lo olvidan muchas veces los estudiantes distraídos y más frecuentemente los mezquinos. Pero no es la regla. Los espíritus refinados son otra cosa. Si no, veamos el caso de Camus, el gran filósofo existencialista que vivió comprometido también en la lucha por los pobres y en pleno ejercicio de su dimensión política en la Francia de su siglo.

Hay un hecho que lo encumbra en este tema conforme la carta enviada a su profesor de primaria para agradecer sus enseñanzas. Y no solo ello, sino la expresión del afecto por su intervención oportuna más allá de la función de burócrata de la enseñanza. La gratitud al maestro que tocó su alma para alentarlo y devolverle la confianza en sí mismo.

La carta fue escrita el 19 de noviembre de 1957 pocos días después de recibir el anuncio del reconocimiento como Premio Nobel de Literatura. El texto, que exhala magnanimidad, dice lo siguiente:

“He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Le mando un abrazo de todo corazón”.

Huelga decir que su maestro, Germain Louis, agradeció el detalle de la correspondencia y le retribuyó con otra epístola que engrandece doblemente a Camus. En ella, el maestro confirma el talento descubierto desde siempre en su pupilo y, todavía más, la humanidad de esa naturaleza portadora de esperanza. Leamos.

“¿Quién es Camus? Tengo la impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen. Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu naturaleza, tus sentimientos. Cuando mejor lo consigues es cuando eres simple, directo. ¡Y ahora, bueno! Esas impresiones me las dabas en clase. El pedagogo que quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna ocasión para conocer a sus alumnos, sus hijos, y éstas se presentan constantemente. Una respuesta, un gesto, una mirada son ampliamente reveladores. Creo conocer bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu persona. Tu cara expresaba optimismo. […]”.

La vida que da sorpresas guarda premios inesperados. ¡Ay, si pudiéramos ser menos groseros! Digo, más afectuosos, nobles y pródigos. Tendríamos por regla el amor y palpitaríamos gozosos llenos de buenos sentimientos.

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