Un grupo de manifestantes se mantiene frente a la sede del MP. Foto La Hora / José Orozco

Este sábado se cumplió el sexto día de las manifestaciones ciudadanas convocadas por autoridades indígenas, en las que piden la renuncia de la Fiscal General María Consuelo Porras, el fiscal Rafael Curruchiche y el juez Fredy Orellana. Se reportan bloqueos en más de 90 puntos a nivel nacional.

En redes sociales usuarios también comparten fotografías sobre la situación, pero varios han divulgado un texto del que no se ha logrado establecer un autor y que es titulado como: «Un fenómeno extraño: la multiplicación de los panes y el amor».

 

A continuación el texto mencionado:

«Ya son varios días desde que se iniciaron las protestas pidiendo la renuncia de funcionarios del sistema de justicia de Guatemala. Estos funcionarios han traicionado su deber ético de defender el Estado de Derecho, provocando en el país una situación de alta tensión y acciones populares de protestas por toda nuestra geografía.

Campo y ciudad se van articulando cada vez más con la consigna: “que renuncien”.

En este contexto, anoche, frente al edificio del Ministerio Público, miles de personas se hicieron presentes para sumarse a este movimiento, respaldar la valentía y firme decisión de las autoridades ancestrales mayas. Son mujeres y hombres que han hecho de ese lugar y sus calles aledañas el campamento central de la resistencia.

Luego de una fuerte lluvia, en la que estoicamente nadie se movió de su lugar, en medio de cantos, oradores que tomaban la palabra y la entonación del himno nacional, pude presenciar dos milagros. Sí, milagros que en medio de estos convulsos días están sucediendo en Guatemala.

El primero de ellos fue cuando vi la mirada del Procurador de los Derechos Humanos (sujeto complaciente con el régimen) al salir del lugar, atravesando la multitud de gente, en medio de insultos, gritos y consignas contra él y el gobierno.

Pasó a dos metros de donde yo estaba. Sus ojos expresaban temor, y su mirada recorría todo, de un lado a otro, como intentando identificar a tiempo de donde vendría el primer golpe.

Dos altos y fornidos guardaespaldas lo custodiaban, pero claro, eran totalmente insuficientes para la cantidad de gente allí reunida.

Sin embargo, justo en ese momento me percato del milagro que está sucediendo. Docenas de pequeños y morenos hombres, cuya altura física no rebasaría el 1.65, pero con una talla moral gigante; con pasos cortos pero rápidos, cada uno con sus varas ediles, hicieron una valla que caminó a los costados del procurador rechazado por la gente. Con esa muralla caminaba protectoramente el respeto a la dignidad humana, caminaba el amor. Todos estos hombres indígenas sabían perfectamente que el sujeto al que intentaban defender de la multitud es parte del problema.

Pude ver en ese gesto vibrar, en tono mayor, la pureza de los ideales y el cuidado del ser humano. Creo que uno de esos pequeños hombres se llamaba Jesús.

El otro milagro que presencié fue cuando ya salía del lugar, y de pronto, como Epifanía, se reveló el evangelio: la multiplicación de los panes.

Había comida por todos lados, vi caminar a dos jovencitos que sostenían sobre sus hombros sendos canastos cargados de panes con frijoles; estaban para todo aquel que necesitaba saciar su hambre. Pasaban por todos lados ofreciendo el alimento a la multitud.

Nunca he visto una manifestación con tan pródiga provisión repartiéndose entre los manifestantes.

 

Esa multiplicación de los panes, es producto de la solidaridad de gente de los mercados, de familias, de negocios que han abarrotado con alimentos las protestas, es una expresión del amor puesto en las obras. Es el milagro que produce la fuerza colosal del amor en el corazón de la gente.

Dios ha estado allí, con esas personas humildes, sencillas; que han decidido dejar sus casas, a su familia, sus siembras y pequeños negocios en el occidente del país, para inspirar una esperanza, un sueño: una Guatemala mejor para todos.

Un hombre bajito, con su chaqueta de Sololá, me ofreció un pan. Intenté rechazarlo amablemente, sabiendo que es para ellos, pero me tomó de la mano y colocó en ella ese pan con frijoles diciéndome : “tomá hombre, que hay para todos”. Me hizo recordar y vivir la mesa del banquete del Reino.

Y así, nos alejamos caminando con mi esposa sobre el pavimento mojado que reflejaba tenues luces, con imágenes de rostros curtidos en mis pupilas, y con el corazón rebosante de alegría y esperanza sintiendo que Dios en su infinito amor manifestó anoche junto a nosotros.

CS. 071023″, dice el mensaje textual compartido.

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