Eynard W. de Conqueabur

Eynard W. de Conqueabur es un escritor antigüeño, fundador del Proyecto Editorial Los Zopilotes. Iniciativa cartonera de libros artesanales que publican escritores emergentes, así como establecidos. Entre ellos «Cantos a la Marimba» de Joaquín Orellana y «Cuentos Salvajes de Animales Indómitos» de Francisco Alejandro Méndez. Ha publicado varios libros, entre ellos «Apuntes a la Batalla Sucedida (La Sinventura de Otras Dimensiones) (2018) y es fundador del concurso de literatura «Cantos de Trova». De su libro, Apuntes a la batalla sucedida (la sinventura de otras dimensiones), son los poemas que hoy publicamos.

Poesía

AVENTURERA DEL CENTAURO

del alma despiadada:
construimos para envejecer
y morir sin sentido alguno
por la vida tuya y por vida mía:
por mi culpa y por tu culpa.

ESFUMACIÓN

Se acaban las horas,
el discurrir sin descansar,
para unos,
para otros cuantos,
y los pájaros continúan trinando,
los perros aullando como si pasara nada
y la tierra después de todo ya nunca es silencio.

POEMA DE CUANDO SE ASEVERA Y SE CONTINÚA

Esperar y esperar esperando
mientras se escuchan palabras
que revolotean resonando en medio
de ráfagas del cielo de día.
Esperando y esperar mientras
que con el declinar incansable de la memoria
se continúa esperando,
a la par,
ambos de la mano junto con el murmullo en oquedad.
Esperar y esperar sin el clásico
fumando espero a la que más quiero…
Esperar como río de agua que fluye
en medio de mil realidades interdimensionales,
las cualesquiera,
aquí,
en esta sinfonía de bosque y tormentas
lista por anunciar el instante
de cuando algo,
precisamente,
se está convirtiendo en instante.

POEMA DE AIRE

La milésima de angustia pasa porque no te alcanzo
y necesito destreza,
y necesito aire,
y necesito agua,
y necesito aguantar para caminar sonriendo
en la montaña escarpada que se arrumbó
frente a nuestras extremidades,
y yo te espero
cuando vos esperas el declinar sonriente
de una gota de precipitación
que se crea como un beso interminable
cuando ya no existimos:
hemos llegado demasiado tarde.

CLVIII

Incierto el corazón
de cuatro latidos de más:
el incienso,
las nubes,
la sangre:
ofrendas para sobrevivir en
nuestro desastre inventado:
¿pero de verdad asumimos
con buena voluntad a los inmolados
de la tierra, el sol y el agua:
palomas volando con hondazos,
perros abandonados,
gatos sin ojos,
peces ahogados,
bichos cercenados…?

CAMINO SIN MÁS

La realidad es indiferente y tan especial,
toda o ninguna como de tristeza o de júbilo
y en el peor de los casos es lo mismo que da
porque tu boca sigue siendo tu boca
que no espera nunca más la mía
ni para los buenos días
ni las buenas noches,
tu forma tan discreta de ignorarme
es la misma forma en donde me ignorás desde siglos atrás
y yo recuerdo el amanecer
del mismo modo en que recuerdo el anochecer
cuando tus ojos eran mis ojos
y nuestra sangre retumbaba
del mismo modo en el que veo
que tus venas están entrelazadas entre sí
porque así era el asunto,
claro,
de la vida o de la muerte,
de lo inmarcesible y su finiquito,
del hilo delgadísimo que teníamos
entre vos y yo y al contrario,
es decir, recíprocamente,
la desesperanza siempre corroe
en la alta cuesta escarpada de los temores
y de los adioses escondidos:

miradas de soslayo que no
dicen ni adiós y mucho menos hola.

EL SOLITARIO

Entre todas, vos no estás.
Entre todas, estás ausente.
Entre todas, no te encuentro
a pesar de la bruma que es delgada
y terriblemente visible,
también es el porvenir y no te veo: nada.
Caíste como por una contingencia del devenir,
creo,
y los embates de la catástrofe fueron un remolino
y destructor a partir del inframundo abatido.
Y así tampoco te encuentro.

POEMA PARA DOS

Cuando el mundo era mundo
y el cielo desfilaba por su puerta de madera astillada
con gritos y rasguños de desesperación aguda,
cuando todo se desvanecía y nada terminaba,
únicamente lo disolvente por hoy y mañana,
los días de las noches que nos recuestan,
y viceversa con la ebriedad desafiante en cada pecho,
con pasados a la vuelta de la esquina
a la espera de lo inevitable que parecemos ser:
nosotros abrazados porque así nos lo exigen las fuerzas
y estamos sin hablarnos siguiéndonos
en brama de amor que el temporal silente desató
demasiado tarde en temporadas de purificación,
como cuando se hizo el alumbramiento
y el resto empezó a resplandecer
como cada quien por su lado…
porque es hora de aguardar la prisa
hasta vernos las caras con los ojos que brillan
y las manos que nos buscan.

POEMA DE LA TERNURA

Cuando el amor es egoísta
y no encuentro más fin que yo
frente a mí junto a vos
y vos conmigo en mí,
yo dentro,
yo fuera,
vos en todas partes
y la autodestrucción es inminente
cuando desapareces,
cuando escapas de esta tormenta.

PASOS

Desayuno todos los días y me pregunto
por qué mi mirada no perdura más allá del horizonte,
camino todos los días y me pregunto
por qué mis pies no bajan más allá
de este mísero suelo terrestre,
respiro todos los días y me pregunto
por qué mi respiración no se disipa
para regresarle el mismo aliento pertinaz
a la habitación que me habita.
Así las preguntas rebotan,
se entremezclan en las asociaciones dispersas
de la tierra plañidera
en las cercanías de los habitantes
defecadores de guerra y hado desdichado,
nosotros,
diminutos individuos soberbios e insolentes
solicitamos la savia suculenta y tierna
para que nos acurruque en su regazo la alborada
con sus terribles tinieblas iridiscentes
y así,
se nos ven los ojos titilar a la luz silvestre
y se nos ven los corazones palpitar bajo el frío estelar
cubierto de meteoritos desintegrándose por doquier.

POEMA DE LA SELVA

Tu pelo se enmaraña
y el mío se cae cada vez con mayor rapidez
cuando estoy tumbado bajo los árboles
desteñidos de hojas verdes,
de tanta tierra reunida por los años de los años,
los días de los días
y tu pelo se enmaraña
y el mío se desmorona,
y te quiero bajo las rocas
como si las estrellas se cayeran
cuando las galaxias se defienden para resistir,
y te acercás a mi árbol
y yo te doy cabida,
y nos abrimos para abrazarnos entrelazados
con la mirada para arriba y para adentro del espíritu
porque una estrella se desprende directo
hacia nuestro océano de incienso
que permanece donde lo dejamos:
ambos pies se nos tocan con desentendimiento.

Selección de textos Roberto Cifuentes Escobar

Artículo anteriorPrólogo a “Normas para el parque humano”. Sloterdijk
Artículo siguienteHe vivido