La polémica de Sloterdijk

Peter Sloterdijk es un filósofo provocador y serio al mismo tiempo, que gusta de irrumpir en los medios de comunicación con declaraciones combativas acerca de temas de actualidad y que no se priva de denunciar el letargo de sus colegas alemanes en los últimos años: su impotencia para reaccionar ante los nuevos problemas que plantea la biotecnología, su histeria antitecnológica y la -en su opinión- penosa decadencia de la filosofía aprobada por la academia, uno de cuyos síntomas sería el aferramiento a la bandera de la moral como una tabla de salvación en estos tiempos donde la biología evolutiva o la ingeniería genética parecen estar legitimadas para ofrecer otra interpretación del mundo y del hombre. La academia filosófica sigue dominada en Alemania por la escuela del profesor emérito Jürgen Habermas, a quien nuestro autor declara abiertamente la guerra a raíz de la denominada «polémica de Sloterdijk», que levantó inesperadamente una conferencia suya en el castillo bávaro de Elmau, cuyo texto reproduce íntegramente este libro: al parecer (cfr. Die Zeit del 9-IX-1999), Habermas habría orquestado en la sombra el estallido y los términos ofensivos del escándalo, habría tratado de estigmatizar a Sloterdijk como «joven filósofo conservador», habría incluso preparado copias furtivas del texto de aquella conferencia y las habría difundido, acompañadas de indicaciones explícitas para su comprensión, entre los periodistas de su escuela, habría encargado artículos alarmistas para Die Zeit y Der Spiegel en los que bajo ningún concepto debía aparecer su nombre. Este hecho deja constancia, según Sloterdijk, de la muerte de la crítica y de su transformación en producción de escándalos: la escuela de Habermas se habría revelado como una versión socioliberal de la dictadura de la virtud, habría dejado ver su latente «jacobinismo», su tendencia a hacer del discurso moral, agitación, de la mera sospecha, juicio, y de la denuncia, linchamiento moral.

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Lo cierto es que, como advierte el propio autor en una nota final a esta edición, se trata de un texto en absoluto adecuado para ser discutido por los habituales creadores de opinión, pues ya sólo su vocabulario (ese, para el filósofo Manfred Frank,
«frívolo flirteo» con las fantasías eugenésicas de Nietzsche y Platón: cfr. Die Zeit, 23-IX-1999) contiene suficiente potencial para el escándalo. Sloterdijk sostiene en su discurso que el «amansamiento» humanístico del hombre mediante la lectura obligada de unos textos canónicos ha fracasado ante la sociedad de la información y ante el cotidiano embrutecimiento de las masas con los nuevos medios de desinhibición; que el humanismo como ilusión de organizar las macroestructuras políticas y económicas según el modelo amable de las sociedades literarias ha demostrado su impotencia y se ha revelado, además, como una técnica para alcanzar el poder; que la nación, como subproducto de la escuela, y ésta, a su vez, como sucedáneo masoquista de la caserna militar, tiende también a su fin, aunque sólo sea por la desmilitarización de la imagen del hombre que ha traído consigo la civilización; que ya no bastan las dobles valoraciones ni las distinciones entre sujeto y objeto o entre señores y esclavos, puesto que el predominante factor de la información las ha disuelto; que con el desciframiento del genoma humano y lo que supone de intrusión de lo mecánico en lo subjetivo, se ha superado la idea del sometimiento de la naturaleza por parte del hombre y su técnica, y hay que hablar más bien de eugenesia y de «antropotécnicas» (o del «hombre operable»: cfr. www.goethe.de/uk/ bos/depslot2.htm); y que ante la urgencia de tomar decisiones respecto a las cuestiones que estos hechos plantean al género humano, no basta ya con una moralizante «candidez» humanista,

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cuando ni siquiera es suficiente la línea argumentativa de la «filosofía pastoral» emprendida por Heidegger, a pesar de su acierto en repensar la esencia de lo humano ya no desde su origen animal -como prescribe la cultura humanística-, sino más allá, desde su categoría como pastor del ser y guardián de su verdad. ¿Merecen estas reflexiones una repulsa implacable? ¿Qué es, en realidad, lo que no se le perdona a Sloterdijk? ¿La elección de temas incómodos para la filosofía dominante en la academia, o la desinhibición con que se enfrenta a ellos? ¿Basta la ausencia en este texto de un posicionamiento estrictamente moral ante los nuevos conocimientos biotecnológicos para desatar el escándalo?
La historia no es nueva, y testimonia una vez más la lucha por la hegemonía del discurso que viene librándose en la República de Berlín desde 1986, cuando surge en los medios la famosa «disputa de los historiadores» acerca de la posibilidad o no de comparar el holocausto con los crímenes cometidos por otros pueblos. Ya entonces Habermas sale a la palestra reprochando a los historiadores conservadores, como Ernst Nolte, su frívola minimización de la importancia del III Reich y sus intentos de liberar a Alemania del peso de su culpabilidad histórica. En 1993 Botho Strauss escribe el segundo capítulo en su ensayo Anschwellender Bocksgesang, donde se enfrenta abiertamente a los guardianes de la conciencia y al conformismo liberal de izquierdas, con su vocabulario negativo y su tendencia a declarar culpable a toda la sociedad alemana, insensible a la tragedia y a la fatalidad de la historia. Un tercer capítulo aparece en 1996 con ocasión del libro de Daniel J. Goldhagen Hitlers willige Vollstrecker, donde entre otras cosas se afirma que no sólo los nazis en el poder, sino sobre todo los alemanes de a pie, habrían tenido la culpa del holocausto, puesto que su odio a los judíos era mucho más mortal que el antisemitismo de cualquier país vecino. Dos años después llega el cuarto capítulo con una conferencia del escritor Martin Walser en Frankfurt que sigue la línea de Strauss en contra de Habermas: contra sus actos de conciencia en público y contra su forma de instrumentalizar la vergüenza alemana. Como vemos, hasta ahora no se discutía más que del pasado. En el quinto capítulo de la polémica que inaugura este texto de Sloterdijk, y a pesar de sus omisiones e imprecisiones, e incluso, si se quiere, de sus «crímenes filosóficos», hay que aplaudir cuando menos su capacidad para mirar hacia delante y para provocar en Alemania, por primera vez desde hace veinte años, una discusión profunda, científica, política y en parte también filosófica y teológica sobre el ser humano y sobre lo que puede y debe ser de él.

Teresa Rocha Barco, Viena, Julio de 2000

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