Señalábamos en el artículo anterior, cómo el desarrollo de cualidades humanas (lenguaje, capacidad de elaborar utensilios y cerebro) fue evolucionando a través de las generaciones y permitiendo una nueva modalidad de crianza, que tanto puede afectar la salud como propiciar las enfermedades. Pero al respecto, se hace necesario evaluar las transformaciones que hacemos, pues se necesita explicaciones más claras respecto a la crianza de los niños: ¿qué está bien, qué está mal?

Lo antiguo y lo nuevo

Se sabe que los niños de las comunidades indígenas, de algunas aldeas lejanas, durante los primeros años de vida, tienen proximidad física con sus padres cada minuto del día. Duermen con mamá y papá; tienen acceso constante al pecho de la madre y, por lo tanto, beben leche materna varias veces por hora y eso durante varios años. La relación entre hijos y padres, fue así durante millones de años; pero en la actualidad, habiendo cambiado hábitats naturales y sociales, esa crianza requiere de acceso a servicios básicos, para el logro de su potencial de desarrollo y su salud.

Por otro lado, las sociedades urbanas, hemos abandonado casi por completo la forma de vida a la que estábamos biológicamente adaptados, y dado que cada vez más investigadores creen, que es probable que esta sea una de las causas más importantes de muchos de nuestros problemas de salud, de trastornos del comportamiento, debemos examinar más de cerca la situación de los niños, en estas formas de sociedad radicalmente diferentes.

La supervivencia de los niños durante nuestra evolución, ha dependido completamente de la estructura familiar, que comenzó a desarrollarse cuando comenzamos a caminar sobre dos piernas. La restricción de movimiento de la mujer, con un niño al pecho y otro al costado, presuponía que el padre del niño regresaba diariamente a su familia con alimentos. En todas las sociedades conocidas de cazadores-recolectores, era el hombre quien se encargaba de la caza y otras tareas más pesadas y peligrosas, más lejos del campamento base, mientras que la mujer se dedicaba a recolectar verduras, pequeños insectos y otros alimentos, que se encontraban en las inmediaciones de los asentamientos, actividades que podía realizar junto con los niños. Por lo tanto, es natural que la atención e interacción del niño durante los primeros años de vida, se dirija en gran medida hacia la madre. La lactancia materna es crucial en este proceso. No solo proporciona la comida necesaria para el niño, sino que crea una situación de seguridad y aprendizaje significativa de varias maneras.

 

Muchos estudios, muestran que la lactancia materna y los tiempos de lactancia, son importantes para el desarrollo del cerebro. Cuanto más largo sea el período de lactancia, mayores serán las posibilidades de un intelecto bien desarrollado al comienzo de la escuela. La razón que se ha encontrado entre otras, es el aumento de ácidos grasos poliinsaturados en la leche materna: omega-3 y omega-6 -. Los estudios han encontrado que cuánto más altos sean los niveles, mejor, y las madres que tienen altos niveles de ácidos grasos en el calostro y que también amamantaron a su hijo durante mucho tiempo, tuvieron hijos que se desempeñaron mejor en la prueba de los seis años.

Otra situación bien conocida es que cuanto más tiempo amamante la madre, mayor será la protección del niño contra enfermedades como: la bronquitis, las infecciones del tracto respiratorio, la inflamación del oído medio, la enfermedad celíaca y la neumonía; por supuesto, no una protección total, pero sí un riesgo claramente reducido de enfermarse, porque el sistema inmunológico del niño puede responder más rápidamente a la enfermedad. Por lo tanto, la leche materna también es una «vacuna» natural contra varias enfermedades diferentes, ya que la madre transfiere anticuerpos al niño, que luego puede desarrollar su propio sistema inmunológico.

Los psicólogos e investigadores del cerebro, creen además que el vínculo madre e hijo es de suma importancia emocional, para el desarrollo del cerebro del bebé, a través de varios estímulos sensoriales, entre otras cosas, favoreciendo la resistencia al estrés, crucial para un desarrollo armonioso. Este sentido emocional y mental de pertenencia, no se puede medir y, por lo tanto, a menudo se le da poco o ningún significado. Muchos pueden pensar que este «apego», como suele llamarse, puede pasarlo cualquier adulto del entorno del niño, pero esto es de nuevo un grave malentendido, que puede dejar profundas huellas en su desarrollo. La madre es la clave.

El proceso de apego entre madre e hijo, dura mucho más de lo que la mayoría de la gente sabe y continúa durante varios años. Lo mismo se aplica al desarrollo de la ansiedad por separación en el niño. Muchos estudios han demostrado, que los niños de hasta cinco meses, pueden verse muy perjudicados, por una simple separación de pocas horas y minutos de su madre, y muchos niños de cinco meses a tres o cuatro años, todavía son muy sensibles a las separaciones. Se trata de la falta de un concepto correcto del tiempo con los niños. Solo a la edad de cuatro o cinco años, los niños pueden juzgar si su madre regresará alguna vez después de que los haya dejado, por ejemplo, en el jardín de infancia. Los estudios muestran que el proceso de apego, es más sensible al año de edad, pero de importancia aun en los siguientes. Esto significa que muchos niños se quedan en el jardín de infancia, o ya han estado allí durante mucho tiempo, justo cuando ha comenzado el proceso de apego.

A veces se habla de una mentalización del niño, es decir, aprender a vivir en la vida emocional de otras personas y comprender cómo piensan, y esto presupone un vínculo seguro y duradero con los padres, es decir, un proceso de socialización que nunca podrá recuperarse más tarde en vida. Esto no ha sido estudiado de forma consistente. La vida emocional no se forma y sucede automáticamente, sino en interacción con los padres, quienes interpretan diferentes estados emocionales con, por ejemplo, miradas y posiciones de voz.

 

Ambiente y salud

También está claro, que demasiadas relaciones ambientales en los primeros años, pueden alterar partes del desarrollo de órganos y tejidos e inhibir sus funcionamientos. Los expertos creen que, durante los dos primeros años, el niño debería tener poca relación con químicos e inhalaciones de humo de hollín y carbón y otros químicos, a lo que está expuesto en un ambiente de ciudad. Las alergias y el asma son cada vez más comunes en ciudades; enfermedades que están más ausentes en las comunidades rurales. La razón para algunos no solo es el contacto con químicos sino es, entre otras cosas, nuestra búsqueda histérica de higiene y alimentación indebida, que anula el equilibrio bacteriano en el estómago y los intestinos, lo que también afecta directamente el funcionamiento del cerebro. Muchos estudios han demostrado que los niños que crecieron en el campo, tienen una menor frecuencia de alergias y asma que los niños de la ciudad. El efecto de la contaminación del aire en las ciudades, causa muertes prematuras en todo el mundo.

Gran parte de esta contaminación del aire, proviene de las emisiones de óxido de nitrógeno de los automóviles, de los materiales de construcción en nuestras casas, de descomposición de materiales plásticos y otros. Desafortunadamente, también quedan muchos otros materiales. A esto se suman todos los aditivos tóxicos que se encuentran en nuestros alimentos, entre los que destacan el gluten, el sodio, los fosfatos y la acrilamida, esta última fuertemente cancerígena. Por no hablar de los productos químicos tóxicos y las sustancias sintéticas, que atraviesan la piel a través de todos los productos para la piel y el cabello, así como de los plásticos, los envases de alimentos y los textiles, entre otros. Incluso muchos de los juguetes de nuestros niños han contenido durante mucho tiempo sustancias cancerígenas.

Un gran problema con los niños y jóvenes que crecen en nuestras ciudades, es que rara vez o nunca tienen un contacto realmente cercano con la naturaleza y, por lo tanto, también con el conocimiento y la comprensión de la diversidad biológica. Todo el mundo sabe que sin abejorros y abejas que puedan polinizar, no habrá frutos. Pero el hecho de que todo el ciclo es necesario para la supervivencia de la vida en la tierra, quizás no se piense a menudo.

Muerte, genes y ética

El estado de salud de los pueblos indígenas, la causa de muerte más común en las comunidades indígenas, es la «muerte natural», es decir, la vejez. Pero la mortalidad infantil es alta, muy alta. A lo largo de nuestra evolución multimillonaria y la de nuestros ancestros homínidos, los individuos más débiles, ya han sido eliminados durante el primer año de vida. Las razones pueden ser infinitas: defectos cardíacos, daños neurológicos o de otro tipo en los órganos internos, defectos en genes conocidos y desconocidos, pero el resultado ha sido que no han podido llevar a cabo sus mutaciones dañinas para las generaciones futuras. Hoy en día, la atención médica moderna y las ayudas tecnológicas, han hecho posible que muchos de esos recién nacidos sobrevivan, lo que significa que los genes malos pueden acumularse en la población. Podemos vivir con una serie de enfermedades y aun así tener niños, que luego pueden transmitir malos genes. Los genetistas hablan de una evolución inversa. Nadie sabe, quiere saber o puede especular por razones éticas, lo que esto conducirá a la larga a la humanidad. Por ejemplo, ¿a quién se le permitirá compartir los resultados de los análisis de ADN? No hace falta decir que obtener un conocimiento detallado del perfil de riesgo genético de una persona, tiene grandes ventajas, por ejemplo, con fines preventivos, para poder evitar que las enfermedades se desencadenen de diferentes maneras, debido a diversos factores en el medio ambiente, la dieta y el estilo de vida. Pero aquí surge el problema. ¿Quién tiene derecho a los resultados y a su uso? Existe, por supuesto, el riesgo de que se utilicen de forma negativa para la persona, por ejemplo, por posibles empleadores, que luego no emplean a la persona en cuestión, o compañías de seguros que no aseguran o cobran primas más altas, para personas con cierta carga de riesgo. Pero con conocimiento y sin anteojeras ideológicas pero si con claridad ética, podemos decir que hay oportunidades de ver un futuro para los humanos como especie, pero nos queda un largo camino por recorrer.

 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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