Alfonso Mata

Será interesante en un futuro cercano ver datos epidemiológicos sobre coronavirus como una especie de virus que va y viene desde hace décadas y cómo se comportará en el futuro. Según los mapas de distribución de «brotes» de coronavirus la pregunta que cabe hacerse es ¿desaparece o desaparecerá de la circulación durante períodos sustanciales o está y estará constantemente en circulación sin notarse?

Dado que la mayoría de las personas infectadas son asintomáticas y los síntomas en el resto son bastante leves, parecería que podría estar «siempre presente» y desapercibido. Una variedad de Zombie. Es una analogía válida decir esto, pues si partimos que zombi es una persona que se supone muerta y reanimada por arte de brujería, magia, ciencia, etc  con el fin de dominar su voluntad; nos topamos que eso sucede con la mayoría de enfermedades infecciosas y no por arte de magia, sino de dejadez, desinterés, confusión humana. Constantemente surgen nuevas enfermedades: MERS. Virus Zika. Chikungunya, Hendra, Influenza pandémica y por supuesto, el brote de la COVID-19 que no termina de fallecer y, aunque los casos finalmente en algunos lugares se han reducido a un mero goteo, todavía no hemos terminado con ella y pronto aparecerá otra novedad.

Lo triste de esa historia sin fin de pandemias, es que sabemos cómo afrontarlas y detenerlas a tiempo y no lo hacemos, dejando desde hace décadas que se vuelvan explosivas y cuando se vuelven explosivas, como lo hizo COVID-19, los análisis nos demuestran que la mala respuesta a lo que está sucediendo, a lo que se suma que sea tardía, es que cuesta millones de vidas y desestabiliza todo lo social y económico. Y todo ese caos corporal, mental y emocional, no es que nos agarre  desprevenidos, sino que es producto más que del virus, de intereses mezquinos de algunos, a lo que se viene a sumar publicidad e información, llena de intereses ajenos a la enfermedad y su control; de información errónea sobre la enfermedad y su manejo que queda fuera de control. También vimos como esto pasó con el SIDA, el H1N1 y el H5N1, y en el caso del COVID-19, volvimos a tropezar con la misma piedra. No es algo fácil controlar que no haya pandemias, pero tenemos que seguir mejorando, porque, como lo muestran las películas, un nuevo mal infeccioso siempre se está silenciosa y sigilosamente incubando, sin que lo sepamos y en cualquier momento brotará como causa de errores y maldades humanas.

El COVID-19 también nos ha colocado ante un dilema ético como lo son las medidas sociales para combatirlo: la cuarentena, el aislamiento de individuos y comunidades, las campañas de inmunización y la legalidad y los dilemas éticos de cuándo usar tales medidas sin coartar libertades, es pan de cada día y, por supuesto, son estrategias de control que se usan, con la suposición de que serían efectivas, lo que no siempre puede sostenerse.

Lo que ha sucedido con COVID-19, debería brindar a investigadores, profesionales de la salud pública, formuladores de políticas, economistas etc, la capacidad de discutir los problemas importantes de las infecciones, sin atascarse en un brote o patógeno específico, debido a que muchos de los problemas que enfrentamos durante el apocalipsis de una pandemia, son similares y en naciones como la nuestra, con consecuencias sociales, políticas, ambientales de grandes alcances, que surgen en cualquier epidemia grave y que siempre afecta no solo a los más pobres, sino a los más cercanos de serlo. Afortunadamente en nuestro medio, las remesas y el narcotráfico pudieron paliar la situación. La coordinación de ataque a la pandemia y sus consecuencias médicas, los fondos para enfrentarla, la capacitación para ello, no resuelve más que una parte del problema; el mayor de ellos es cómo seguir viviendo y no caer en baches socio económicos. El esfuerzo en busca de protección social, económica y ambiental adecuada, es un problema que debe atenderse antes de que ocurra y no cuando la epidemia ya se instaló. Eso significa no solo una preparación estatal, sino social, que debe culminar en alentar a las personas a elaborar su propio plan de preparación para zombis (desastres).

Creo que en estos momentos, estamos viviendo una segunda ola peligrosa de desinformación sobre el COVID-19: el tratamiento; la vacuna vista como veneno tóxico; como causa de otras enfermedades y muerte de las personas. La primera fue sobre la negación de la enfermedad como un fraude científico (no existe es una gripe, no sirve de nada la vacuna o ella solo causará otros problemas). Creo que la mayoría de nagacionistas son engañados. Creo que las personas deberían estar informadas sobre los peligros de evitar el tratamiento necesario para el COVID-19. De lo que les puede pasar, si no se vacunan, y lo que pueden provocar. El gran error desde el principio de la vacunación fue que el sistema de salud carecía de agenda contra la campaña negacionista y de asegurarse de que las personas comprendan los riesgos que están tomando al involucrarse con el negacionismo y que con la vacunación aseguran menores complicaciones y riesgo de morir. En algunos países es ilegal difundir información médica incorrecta y creo que una ley así podría resultar beneficiosa en lugares como el nuestro, en que por todos lados se oye y leen cosas totalmente falsas contra la enfermedad y su tratamiento. Todos deberíamos tener la seguridad y conciencia de que al recibir la vacuna, estamos tomando el control de nuestra salud respecto al COVID-19.

Para los negacionistas, la ciencia y el gremio médico se ha convertido en comerciantes del dolor y la muerte a la par de las farmacéuticas. Al gremio y la ciencia, la acusan de cómplice y vendido a las farmacéuticas y de llevar a la gente a los campos de exterminio, todo ello basado en tonterías, mal llamadas teorías pseudocientíficas. Los negacionistas de esa manera transforman su decir y creer, en un culto.

No es justo, por supuesto, como muchos dicen, decir que el mundo está llegando a su fin, por mucho que a la gente sencilla lo interprete así. Esperar más datos y retrasar la acción en las primeras etapas de un evento grave (como ha sucedido en muchas partes sin bastar los miles de muertos) es inmensamente perjudicial para la respuesta. La gente todavía está de mal humor por el distanciamiento social y sus consecuencias, pero mantener una pandemia es el comienzo de más males ¿Esperar hasta que de nuevo mueran millones de personas?

Sin embargo, quiero ser claro: para vacunarse no se necesita responder a las preguntas básicas: ¿qué es, de dónde vino, cuáles son sus síntomas del COVID-19?. Así como las personas que tienen sospecha de COVID-19, para responder con exactitud sobre ello se someten a pruebas de detección del virus del COVID-19 de varias formas: encontrar el virus o rastros del virus en sí; encontrar anticuerpos contra el virus (lo que sugiere una infección pasada, pero no se puede saber el momento exacto en que ocurrió) cada uno de los cuales tiene ventajas y limitaciones; así también, lo que determina el uso de la vacuna es que alrededor del 80% de las infecciones por COVID-19 no muestran ningún síntoma, pero las personas son trasmisoras potenciales todas y la vacuna en parte baja la trasmisión y evita que los síntomas del que se contagia sean severos y letales.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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