Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata
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Hay quienes reivindican el rol “histórico” de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el cual identifican con cierta práctica vanguardista, en términos de movilización social en beneficio de los sectores pobres y excluidos, enfrentando los intereses de los sectores tradicionales de poder.

Ahora bien, en algunos aspectos muy relevantes, Guatemala ha cambiado. Es cierto que las condiciones de orden estructural se mantienen en su secular dramatismo. La desigualdad, junto a la pobreza y la exclusión siguen siendo las características de esa injusta estructura económico social que nos agobia. Pero en términos más superestructurales, hay cambios sustanciales en el país y en el mundo. Ya no se cuestiona la democracia, como el régimen deseable. Nadie se atreve ya, al menos en el discurso, a reivindicar la violencia como una opción para mantener o conquistar el poder. La Guerra Fría, por lo menos la que vivió y sufrió nuestra generación, terminó con la afortunada caída del Muro de Berlín (1989) y, en Guatemala, con la firma de la paz (1996). Durante el Conflicto Armado, la Usac fue diezmada, con el asesinato de sus profesores y estudiantes. Y la Carolina no cedió en su posición de vanguardia, a pesar del desangramiento que sufrió.

Pero ya la guerra terminó, ya la democracia establece el marco político que rige la lucha por el poder.

La Usac tiene que adecuarse a esa nueva realidad. Entre otras cosas, eso implica asumirse como lo que es, la única universidad pública del país; es, por consiguiente, parte del Estado, aunque con la autonomía necesaria que le permite ser crítica ante los poderes institucionales. De igual manera, la Constitución Política le manda que contribuya a la solución de los problemas nacionales, lo que implica que debe aportar al fortalecimiento del Estado, sin lo cual dichos problemas no pueden ser abordados con éxito.

El fundamento de su contribución a la solución de dichos problemas no puede ser la defensa o la promoción de intereses sectoriales, por justos o legítimos que éstos puedan ser. El interés que debe inspirar la contribución sancarlista es el nacional y el sustento de sus propuestas el conocimiento científico.

Por eso, las alianzas orgánicas con los movimientos sociales no son propias de su naturaleza y rol en esta nueva etapa del desarrollo nacional. La movilización social, el levantamiento de la pancarta, no le deberían ser propias. La fuerza de sus planteamientos radica, como ya se dijo, en la cientificidad de los mismos y en el horizonte nacional hacia el cual apunten.

Y en coyunturas políticas críticas como la que estamos viviendo, la Usac, institucionalmente, debe, sin duda, fortalecer con sus análisis y propuestas la lucha contra la corrupción y la impunidad. De igual manera, debe intentar impulsar una gran concertación nacional, buscando salidas a la crisis con planteamientos de mediano y largo plazo. La corrupción y la impunidad no agotan los males nacionales. La innegable polarización que vivimos debe dar paso a los acuerdos. Una Agenda Mínima, como la que ha preparado esa casa de estudios, es un buen punto de partida.

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