Alfonso Mata

De los varios aspectos de la vida y ejecución política que interfiere con la vida social de una nación, las intervenciones sociales como las de salud y nutrición, resultan de mucho aprecio por los habitantes. Por otro lado, la política, su accionar, cuando se convierte en algo intocable se vuelve ineficiente pues no se le puede reducir a una ciencia integral, exacta, infalible; la vida social con su dinámica la hace tropezar. Los programas sociales públicos, muchas veces se caracterizan por ser de una presunción por sus directores y ejecutores, de que su doctrina y sus aseveraciones sean tenidas como veracidad incuestionable y no entienden que la política, es solo una ciencia por una de sus dimensiones, igual que el hacer derivado de ella y que debemos tener conciencia de su valor provisional, pues condicionantes y determinantes así como consecuencias no son estáticas, son elementos cambiantes en su forma de actuar y en las consecuencias que provocan.

Para el caso de los programas de salud y nutrición, el formidable avance de la ciencia de la nutrición, de la nutriología, de las técnicas diagnósticas y terapéuticas con que se cuenta actualmente, no está en discusión. Gracias a sus avances y a una buena aplicación técnica, se salvan vidas, se evitan complicaciones, se anulan secuelas y un buen número de casos se evitan, pero de eso a que se vea un horizonte próximo a terminar con el problema, hay mucho trecho pues estamos en una situación difícil respecto al desarrollo humano logrado, en una encrucijada nacional al respecto.

Desde hace décadas, las aplicaciones de la salud y la nutrición, han dejado de ser una ciencia clínica al margen de la vida social y han pasado a ser el centro del hacer político institucional y punto de partida del desarrollo humano. Su crecimiento ha sido espectacular pero, lo que se pone en duda y así debe suceder con todo conocimiento, es cómo esos saberes y técnicas se ponen en juego política y socialmente; su orientación, sus fines públicos y políticos, a fin de no convertir su aplicación en motivo de propaganda, utilidad y otras apropiaciones, dañinas y fraudulentas.

Primero debemos estar claros. Los actuales programas sociales enfocados al manejo y control de la desnutrición en sus formas carenciales, se enfocan a la recuperación fundamentalmente, sin llegar a profundas meditaciones sobre los condicionantes y provocantes de esos estados y por consiguiente, se suele caer en atribuirles “soluciones” que lejos de beneficiar, se han convertido en un manejo de artificio, que excluye actuar sobre las razones principales, que propician los casos y su forma de evitarlos, generando una interminable fila de “casos”, que los años y el comportamiento demográfico, no son capaces de detener, generando una desviación artera y peligrosa de las verdaderas acciones de control.

Es lo único que podemos hacer –me decía un tecnócrata del MSPAS y lo hacemos bien –añadía. Hay que partir de un hecho, todas las actitudes de “dar” aun las no legítimas, poseen un acento de gratitud por el recipiente, que luego se convierte en “derecho y obligación” dentro de la población, a la que poco le importa si sirve o no y si le soluciona o tala el problema. De esa manera – lo que sí importa- es que le crece dependencia del beneficiario hacia el donante y la dependencia crea incapacidad para resolver y genera un dogma peligroso de “me lo merezco” y una condición negativa, porque la dependencia no soluciona ni deja solucionar.

Decía un finquero allá por los ochentas “no se puede vivir sin la peonada y para mantenerla contenta hay que darle algo”. Lo esencial entonces de la verdadera política, que es el actuar, no siempre compagina lo esencial de la ciencia, que es el afán de destilar lo oscuro con claridad. El problema de pobreza y la desnutrición son las grandes brechas de nuestra sociedad. Todos esos son nombres propios de un solo problema: subdesarrollo humano en todos sus aspectos, producto de falta de acceso a oportunidades y para lograr reducir la falta de oportunidades, no queda más que actuar sobre lo que las provoca: demografía, daño ambiental, falta de acceso a medios de producción, financiamiento, ciencia y tecnología y apoyo e inversión pública. Los programas actuales a lo que nos ha llevado es al menosprecio y el olvido de lo que realmente hay que hacer.

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