Imagen ilustrativa. Foto: La Hora

La danza de políticos guatemaltecos que saltan de un partido a otro no se limita a la figura de Alfonso Portillo, sino que es el reflejo de una práctica extensa y común porque ese tipo de organizaciones no pasan de ser un puro vehículo electoral sin alcanzar nunca aquellas características propias de las agrupaciones que son verdaderos instrumentos de la participación ciudadana. Los analistas guatemaltecos hablan de esos desplazamientos como algo totalmente usual y que refleja la ausencia de verdadera consistencia partidaria en temas relacionados con ideología y valores fundamentales.

Casi cualquier aspirante a la presidencia que no es dueño del partido que lo postuló, cambia de partido en el siguiente proceso, cuatro años más tarde, ya sea porque logró crear su propio partido o porque pudo comprar algún vehículo electoral gracias a esos flujos de financiamiento bajo la mesa que ahora vuelven a ser no solo tan ordinarios sino absolutamente legales porque se eliminó la figura del financiamiento ilícito.

La participación ciudadana es elemental para el funcionamiento de cualquier democracia y la misma depende de la existencia de auténticos partidos políticos en los que se pueda canalizar de manera ordenada y efectiva para asegurar que la toma de decisiones sea de acuerdo al sentir de las bases. Pero resulta que aquí los afiliados son un simple requisito y muchas veces hasta se suplantan sus nombres para completar la cantidad requerida por la ley, pero a la hora de la toma de decisiones no existe nunca una oportunidad real de hacer valer su calidad de afiliado.

Si con partidos fuertes y de tradición las democracias están en peligro, como se puede ver en Estados Unidos y Brasil, cuánto más en países que tienen partidos de pacotilla que no representan absolutamente nada más porque son simples instrumentos para los políticos del momento en sus ansias por tener participación en el reparto de un abundante pastel. Antes de 1985 la inscripción de un partido político era prácticamente imposible, pero al abrirse el espectro, con la idea de terminar con ese vicio, se planteó una medicina cuyo resultado es peor que la enfermedad porque desvirtúa por completo el significado de la organización partidaria.

Por ello el transfuguismo es tan corriente y los supuestos líderes pasan de un partido a otro, dependiendo de su capacidad de pago para comprar posiciones o para crear su propia organización, situación que se ve reflejada en esa inmensa papeleta que será puesta en las mesas electorales para que cada ciudadano marque alguna casilla al emitir su sufragio.

Redacción La Hora

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