Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Hay que aprender a sufrir. Esta construcción gramatical viene al caso para mí, porque en el camino de la vida, he visto que los seres humanos sufrimos mucho por pedir cosas que son imposibles, y porque es un sinsentido esperar algo que no puede ser.

Sufrimos por muchas cosas, algunas son materiales, pero he notado que mucho es por causa de las personas, por cómo se comportan, o por la forma en que atienden nuestras necesidades. A mí personalmente me parece ahora, que nada es tan personal y he ido entendiendo que toda la gente ya era así, antes de que yo apareciera en sus vidas. Es más; mis padres ya eran así cuando yo nací. 

Lo que quiero decir con todo esto, es algo así como que a los padres hay que quererlos por lo que se les puede querer, y no por lo que se les hubiera querido querer. De lo contrario, el pendiente de no haber podido cambiarlos se puede llevar a la vida adulta con la fantasía de tener el poder de cambiar a las personas, para sentir que uno vale la pena, y girar persistentemente en un círculo vicioso de nunca acabar.

Con una valoración de la realidad inconcebible, solo se puede tener una moralidad inconsistente y, en consecuencia, una socialización insostenible. Todo eso, impide la fuerza necesaria para vivir y la genuina capacidad de convivir, y por supuesto, se vuelve muy difícil sobrevivir y estar en paz.

Se requiere de límites éticos y de verdadera empatía para vivir en la realidad, para poder ser bondadoso con el prójimo; sin sacrificar la propia integridad, incluida en ella la dignidad y la identidad.

Claro, el estatuto narcisista es un rabioso que quiere que le den satisfacciones, y está siempre pendiente de ofensas reales o imaginarias. Además, en su intolerancia a la frustración es vengativo y se solaza y desahoga espetando verdades despiadadas que ha venido atesorando para el día que las necesite. Todo es un ir y venir de contradicciones y contrariedades, y el colmo es que la única ofensa que duele es la que se recibe y no la que se propina, porque para el ego la cosa nunca es de doble vía. Así tiene que ser con el egocentrismo, por algo el ego cuando está inflamado es egoísta, y es un ególatra.

En mis fantasías de presunta reflexión, hay dos palabras que busco eliminar de mi vocabulario; la idealización y la comparación. Ambas son para mí una fuente de sufrimiento, por cosas que solo son cosas mías. Ser feliz o sentirme miserable, depende en buena parte de mí, y dije en parte, porque no se puede tener tanto control sobre el universo y todas sus circunstancias. De ahí el valor de una consciente disposición al sufrimiento.

Sé que se dice fácil, pero también sé que no lo es tanto. Mi vida, por ejemplo, ha transcurrido muchas veces bajo la sombra de abrumadoras penas, mucha rabia explícita pero más contenida en la mayoría de los casos, mezquinos rencores y desenfrenadas culpas. La culpa siempre es lo peor de todo, porque se ubica en la fantasía grandiosa de querer tener poderes y de no fallar jamás. Perfeccionismo que le dicen. 

Tengo la idea de que el complejo universal por excelencia es el miedo de no dar la talla, y por eso pienso que parte de vivir es estar muy pendiente de uno, para poder ir consciente y tranquilamente en contra de uno mismo, y no caer en trampas del ego como la ira, el miedo, los resentimientos, y como ya dije, la culpa y la búsqueda de control.

Si uno como humano no se cultiva, puede ser como cualquier niño; omnipotente, grandioso y de pensamiento mágico; y está claro que eso ya no queda bien cuando se es un adulto. Yo en el nombre de eso, muchas veces perdí más de lo que gané, claro, sacrifiqué lo más por lo menos, que tontería. O mejor debo decir, cuanta pedantería.

Con el tiempo y mis fracasos, he ido aprendiendo a disfrutar mis días. No tienen por qué ser buenos, al contrario, son más bien dolorosos, pero por lo menos ya no busco tanto los mecanismos de evasión, no puedo seguir evitando sentir, y trato de resistirme a buscar atajos. 

Ya no importa tanto lo que pienso o lo que pretendo saber, mucho menos las cosas en las que creo en forma de actos de fe. La experiencia me dice que mi opinión siempre es solamente una opinión; una que hasta yo mismo soy capaz de cambiar dependiendo de las circunstancias. Al final de cuentas como yo mismo me he dicho, cada uno firma con su conducta, el manifiesto de sus convicciones; aunque solo sean pasajeras.

Claro que tengo opinión, y hasta tengo una inteligencia que busca como expresarse. Si me preguntan qué sería lo bueno para hacerse adulto, puedo decir cosas como; realización personal, solidaridad empática, vinculación sin apegos neuróticos, amor propio sin petulancia, decisiones realistas, libertad con responsabilidad, atreverse a la soledad, no dar cabida a problemas imaginarios, tolerancia a la crítica, al cambio y especialmente a la frustración, no poner metas a la felicidad y no esperar de los demás lo que no son capaces de dar. Puedo seguir y arriesgarme a ser todavía más antipático. 

Claro que todo esto lo digo ahora que tengo más de sesenta años; pero si soy fiel a mi historia, mi pasado me define como una personalidad muy en el límite de la locura. No estuvo bien, pero era para lo que me alcanzaba, y en la otra mano me ayudó vergonzosa y dolorosamente a aprender de la experiencia.

Como joven era incapaz de reconciliar mis acciones con mis emociones, y me costaba resignarme a la reciprocidad. Tenía una seria limitación para la vida imaginaria por estar siempre ocupado por preocupaciones concretas, y había en mí, una incesante e incontenible tendencia a recurrir a la acción para evitar conflictos y actuar mis sentimientos, y según yo, para posponer compromisos. Exageré las cosas, me quejé de todo y quise tener algún control.

Pero se quiera o no, todo tiene un límite, esa es la verdad, y cuando esta se comprende, llega el momento de encarar con miedo a la realidad; y cuando ya no se puede más porque ya no se tolera el fondo al que se ha descendido, no queda otra cosa que cambiar; aunque haya que hacerlo con mucha rabia y con el orgullo herido. 

Si uno se atreve a la vida va a sufrir, pero si no, lo más seguro es que se enferme de algo, porque todo lo que se niega se hace síntoma. Así que en mi opinión, no importa sudar sangre, y aunque nada salga como uno hubiera querido, con el tiempo todo empieza a tener sentido.

Creo que estoy un poco mejor, es más, me caigo mejor. Pero hay muchas cosas que todavía no he vivido y que me esperan para dejarme sus lecciones. Espero que la última enseñanza la pueda tener al momento de trascender mi vida, y encararme con el descanso eterno.

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