Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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La democracia es una práctica social que se caracteriza por alguna clase de igualdad entre los miembros, es una forma de decidir cómo vivir en sociedad a través de decisiones colectivas, prácticas sociales argumentativas que respetan derechos básicos en los cuales la sociedad se pone de acuerdo. La democracia a diferencia del autoritarismo tiene mecanismos que permiten el balance de los poderes, esto es, la democracia evita que las instituciones sean cooptadas por visiones autoritarias de la sociedad. En el caso de Guatemala durante los últimos gobiernos se puede observar que los tres poderes, que originalmente fueron concebidos como democráticos, se mezclaran a tal extremo que el ejecutivo, Giammattei en el último gobierno, tomó las decisiones del judicial y del legislativo, dejando solamente la apariencia de democracia cuando su gobierno fue autoritario. 

El autoritarismo ha sido una pandemia para Guatemala. Los guatemaltecos tuvimos que afrontar al menos tres pandemias: La pandemia del COVID 19, la cual mostró en carne y hueso el estado desastroso del sistema de salud con sus hospitales descuartizados por la corrupción, por el saqueo previo, durante y después de la pandemia. Era el inicio del gobierno del Doctor Alejandro Giammattei, un médico y eso nos dio algún alivio en aquel momento. La segunda pandemia que afrontamos y de la cual apenas estamos saliendo fue la del mismo presidente Giammattei quien por mucho se convirtió en el peor presidente de la historia democrática nuestra. Un personaje siniestro, que deja una huella de destrucción en las instituciones guatemaltecas. La tercera pandemia, la más compleja y peligrosa, es el autoritarismo que ha moldeado a la sociedad guatemalteca, desde la colonia.

El autoritarismo de la conquista fue la imposición de todo y la intención de borrar todo lo que antes existía, borrón y cuenta nueva; no pasó así. Para entonces todas las comunidades humanas en el mundo eran autoritarias. En Guatemala el primer intento de vivir bajo normas escritas fue para la independencia, 1821, aunque fue un movimiento de criollos que no querían pagar más tributos a la Corona. Vino luego el intento de separación del Estado de los Altos, que, aunque se concibe antes de la independencia, cae antes de la revolución liberal de 1871 y cae por tener bases autoritarias y racistas. Debimos esperar a la revolución de 1944, la que realmente cambia el futuro de Guatemala y sienta las bases de lo que somos y de lo que no hemos podido ser, esto es, democráticos. La primavera democrática nuestra fue truncada por la invasión norte americana y su apoyo a gobiernos militares autoritarios y racistas de derecha. Pero la izquierda que peleaba desde las montañas también fue autoritaria y también fue racista.  Vino luego la firma de la Paz, que ha sido solamente un documento, nunca se cumplieron esos acuerdos. 

Vino el 2015 y nos equivocamos rotundamente al «elegir» a Jimmy Morales. Luego de una brillante participación ciudadana que llevó a prisión a Otto Pérez y Roxana Baldetti le entregamos el poder a un payaso ladrón que resultó ser la marioneta perfecta para que el pacto de corruptos evidenciado por la Comisión Contra la Impunidad, CICIG, pacto esencialmente formado por grandes empresarios y políticos corruptos. Así que la «elección» de Jimmy Morales no fue tal sino la imposición del Pacto de Corruptos y del mismo CACIF que le encargaron como principal y única tarea sacar a la CICIG de Guatemala. Morales solamente se dedicó a robar, beber y sacar a la CICIG tal como el CACIF, la cámara de empresarios, se lo pidió, mejor dicho, se lo ordenó.

Vino el 2019 y vino el COVID con el nuevo presidente, como presagio de la pandemia que Giammattei produciría. El COVID-19 puso a prueba nuestra capacidad de resiliencia. Como en toda crisis, hubo oportunidad de proponer, de crear y de asistir, así lo hicieron muchos.  También hubo oportunidad de criticar, de destruir y de robar, así lo hicieron otros. El COVID 19 fue el evento perfecto para probar nuestra madurez sanitaria, emocional y política. En términos sanitarios el país estaba mal, luego de la pandemia quedó peor. Las autoridades, llámese presidente y ministra, hicieron compras millonarias, particularmente la compra multimillonaria de las vacunas rusas, que no sólo no vinieron sino de las que jamás rindieron cuentas. Se inició un proceso falso de construcción de hospitales, que no eran tales, pero fueron cobrados como reales. El robo fue total y descarado, hospitales, medicina, plazas fantasmas, carreteras, y diga usted lo demás. Afortunadamente hubo personal del ministerio de Salud, desde médicos hasta técnicos, que se sacrificaron por nosotros. Ellos y ellas fueron héroes anónimos de esa batalla. 

La pandemia del COVID-19 y la pandemia Giammatei debilitan no solamente nuestro sistema inmune como personas sino también nuestro sistema democrático, como sociedad. Estas dos pandemias se unieron catastróficamente al autoritarismo y construyeron el peor escenario para Guatemala. Así llegó el 2023. Estábamos desmotivados porque sabíamos que la corrupción había cooptado a todas las instituciones guatemaltecas. Recién se había evidenciado la cooptación casi total del Consejo Superior Universitario de la San Carlos y se había dado la imposición del pseudo rector Walter Mazariegos, otra marioneta del Pacto de Corruptos. Pero la esperanza renació cuando sorpresivamente Arévalo pasó a segunda vuelta. En un silencioso proceso el pueblo volvió a confiar en que era posible salir de este desencanto. 

El Pacto de Corruptos apresuradamente armó una falsa narrativa a la que le asoció una docena de casos falsos en contra de Arévalo, casos se fueron cayendo uno por uno. Para octubre los pueblos indígenas elevaron la voz de la dignidad y estos capturaron el tiempo suficiente para que el golpe de estado no se ejecutara. La comunidad internacional al ver la resistencia de los pueblos indígenas inició la defensa de nuestra democracia y sus acciones fueron contundentes. La Corte de Constitucionalidad se pronunció rápidamente, pero debido a su ambivalencia estructural debemos seguir luchando por esta democracia que sin duda debemos reconstruir. 

La reconstrucción de la democracia es fundamental para que esta pueda permitirnos tener un país más justo, donde podamos resolver la desnutrición, el desempleo, la ausencia de trabajos dignos, la poca pertinencia de la educación desde la primaria hasta la universidad, esto solamente será posible si al menos:

  1. Mejoramos la ley de partidos políticos que ha permitido que los peores lleguen a puestos de dirección. 
  2. Revisamos el papel y funcionamiento de la Controlaría General de Cuentas para que sea un órgano real del control del gasto público. 
  3. Exigimos la destitución de la fiscal general Consuelo Porras para proceder a un re encausamiento del Ministerio Público.
  4. Replanteamos el papel de las universidades en las comisiones de postulación porque dichas instituciones se han politizado.
  5. Fortalecemos el sistema de salud para evitar que politicastros manejen estas instituciones, particularmente al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, IGSS. 
  6. Aumentamos sustantivamente la inversión en ciencia, tecnología e innovación para poder mejorar todas las instituciones del país a la luz de la mejor investigación científica disponible. 

Este listado puede crecer al tal extremo que se convierta en la carta a Santa Claus o a los Reyes Magos, de tal forma que el nuevo gobierno debe ser estratégico porque tiene poco tiempo, pocos recursos y muchos obstáculos. Pero lo más importante es que todos participemos, que no nos demos por vencidos en la construcción de una mejor sociedad, que no perdamos la esperanza, que sepamos que siempre, siempre se puede empezar de nuevo. Por eso: Vamos Guatemala, si no es ahora no será nunca: Que venga el 2024.  

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