Edith González

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Nací a mediados del siglo XX en la capital, me gradué de maestra y licenciada en educación. He trabajado en la docencia y como promotora cultural, por influencia de mi esposo me gradué de periodista. Escribo desde los años ¨90 temas de la vida diaria. Tengo 2 hijos, me gusta conocer, el pepián, la marimba, y las tradiciones de mi país.

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Edith González

La pandemia de influenza de 1918-1919 es la responsable de 25 millones de muertes. Las personas no podían salir, había mucho temor. «La gente quería olvidar la guerra, la pandemia y sus pérdidas terribles, pero también quería divertirse», apunta el historiador Kenneth Davis, quien ve un claro vínculo entre estos traumas y la irrupción de los míticos «locos años 20», una época asociada en el imaginario al charlestón, el jazz y la agitada vida nocturna.

Se dieron entonces cambios sanitarios que llegan a nuestros días y debemos mantener presentes.

El uso de vasos desechables en oficinas públicas y estaciones de tren en Estados Unidos, sustituyó al vaso de metal conocido como «tin dipper». Uno solo que era usado por decenas o centenares de personas cada día. A la llegada de la pandemia estos vasos fueron sustituidos por los vasos desechables.

Cubrirse boca y nariz al toser y estornudar con un pañuelo fue otro hábito de salud que se generalizó durante la pandemia de influenza. «La tos y los estornudos propagan enfermedades” fue un lema adoptado por las autoridades de salud de Estados Unidos durante esta pandemia. El mensaje fue impreso en anuncios en los que se advertía que se trataba de gestos «tan peligrosos como una bomba venenosa».

Evitar escupir en lugares públicos. Hábito socialmente aceptable quizás por el hábito de mascar tabaco. Sin embargo, se habían iniciado las campañas en su contra con la llegada de la tuberculosis especialmente en Filadelfia, donde la pandemia golpeó con fuerza, había letreros por todas partes que decían: “escupir transmite la muerte», cuenta el historiador.

Ventilar los espacios. “Para 1918 los médicos habían empezado a entender que había enfermedades que se transmitían por el aire, y recomendaban mantener las ventanas cerradas en sitios aglomerados para evitar que los virus se esparcieran por el aire. Y así era, pero más por vía de la respiración y de la proximidad y no por el viento”, señala Davis. Finalmente se entendió que debían estar abiertas. «¡Mantén las ventanas de tu habitación abiertas! Evita la influenza, la neumonía y la tuberculosis», decían carteles que entonces colocaban en el transporte público.

Un calentador debajo de la ventana. El abrir las ventanas para mantener las habitaciones aireadas derivó en la práctica de colocar un calentador de acero debajo de las ventanas, para mantener las habitaciones calientes incluso en esas circunstancias y el resultado fue colocar el radiador en ese lugar. Una práctica que persiste hasta ahora. «El calentador lo ubicaron bajo la ventana porque pensaron que esa sería la forma más efectiva de calentar el aire frío que entraba a través de la misma», dice Davis.

El uso de mascarillas, aunque este no se mantuvo en el tiempo. El historiador señala que estas eran un poco «primitivas» en comparación con las que se usan actualmente. Se esperaba que las personas las confeccionaran en su casa con capas de gaza o de tela y que luego de usarlas las lavaran antes de volver a ponérselas.

“Muchas muertes se evitaron con esta práctica, que al relajarse tuvieron un gran aumento de las muertes porque la gente no quiso volver a las mascarillas después de que ya habían dejado de usarlas. Se negaron usando muchos de los mismos argumentos que escuchamos ahora. Las mascarillas fueron muy efectivas en los lugares donde su uso fue exigido», asegura.

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