Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Suelo tomar unos minutos, al final de cada año, para repasar brevemente las cosas que se han podido alcanzar durante el año que pronto habrá de concluir, así como aquellos objetivos que, a veces, por alguna razón que tal vez escapa a nuestra voluntad, van quedando rezagados. Un ejercicio que siempre me ha parecido necesario para replantear ―quizá― las estrategias y esfuerzos que permitan alcanzar los objetivos pendientes. Además de ello, a pesar de que cualquier época y día son buenos para el efecto, el fin de año es también una excelente oportunidad para decir o escribir una sencilla palabra con la que, las más de las veces, podemos expresar mucho más de lo que tal vez imaginamos: “gracias”. Agradecer (o simplemente reconocer que el agradecimiento tiene un poder extraordinario) es una cuestión liberadora y necesaria (por lo menos, así me parece a mí). Por tal razón, con las líneas de este sencillo texto deseo expresar, como cada año y aunque suene trillado, mi más profundo y sincero agradecimiento a todas aquellas personas con las que he tenido la fortuna de compartir en algún momento a lo largo del 2023, aunque haya sido por un breve instante o aunque haya sido por las razones menos imaginadas o esperadas. Y, por supuesto, gracias por la familia, por el trabajo, por la salud; gracias por los compañeros, por los buenos momentos y por la comida que no ha faltado en mi mesa; gracias por las buenas charlas, por los buenos libros, por las grandes historias; gracias por las invitaciones, por los obsequios, por los amigos; gracias por los nuevos conocimientos, por la poesía y por las risas de los niños en la calle; gracias por la lluvia a veces inesperada, por los ojos que, sin mayores pretensiones, a veces nos ven con ternura inusitada; gracias por aquellos que ya partieron pero que estuvieron y seguirán estando con nosotros, acompañando nuestros pasos cotidianos; gracias por los días vividos y por los que aún nos quedan por vivir ―sean muchos o pocos―, por el aprendizaje de vida y por el dolor que a veces debemos experimentar (del dolor también se aprende)… Gracias, de todo corazón por todo aquello que no alcanzo a mencionar pero que ha formado parte indispensable y maravillosa de los 365 días que están por despedirse… ¡Muchas, muchas gracias! ¡Que el 2024 sea próspero y venturoso para todos!

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