El comediante Alonzo Bodden actúa sin público en The Laugh Factory como parte del show virtual "Laughter is Healing" en Los Ángeles. Foto la hora: Chris Pizzello/AP.

Por JOHN ROGERS
LOS ANGELES
Agencia (AP)

Cuando está triste, Tiffany Haddish dice que busca un buen chiste que le suba el ánimo.

Por eso la popular actriz de televisión, cine y stand-up decidió hacer chistes sobre maneras para sobrevivir en el año del coronavirus en una sala casi vacía, vestida en un traje de pantalón naranja brillante, guantes protectores y armada con una lata de desinfectante Lysol.

«Me dijeron que me amaban, así que tráiganme algunos abarrotes. Ya sólo me queda un último rollo de papel de baño», cantó al comienzo de su acto en una estridente canción que, dijo, escribió justo un día antes para reflejar cómo han sido sus semanas de aislamiento.

La actuación de Haddish fue en el venerado club de Los Ángeles The Laugh Factory, donde se inició como parte de un campamento infantil de comedia hace más de 20 años. No había nadie en el público ese día de semana, excepto por cuatro personas incluyendo el camarógrafo.

Pero mucha gente se sentó frente a sus laptops alrededor del mundo para verla y muchos publicaron sus risas virtuales mientras el camarógrafo también aportaba sus risitas en el fondo. Su colega, el comediante Craig Robinson, con guantes protectores y un cubrebocas, la acompañó en el piano y por momentos hacía el papel de patiño serio.

Los clubes de comedia de California a Nueva York están cerrados debido a las órdenes de distanciamiento social, pero los comediantes están encontrando maneras de seguir haciendo reír al público.

En Nueva York, miembros de los populares grupos de improvisación del Magnet Theater se reúnen cada noche con la magia de Zoom para montar espectáculos desde sus casas mientras el público los ve desde la plataforma Twitch.

El teatro vende boletos virtuales para sus shows de la semana, al igual que otros recintos alrededor del país.

Pero la gente que no puede costear un boleto para un show del Magnet no tiene que pagar. Pueden depositar un par de billetes en el «sombrero virtual» al final de la función. Un show reciente atrajo 250 espectadores, muchos más que los 70 que apenas habrían entrado en ese pequeño teatro.

«Así que fuimos mucho más allá de la capacidad», dijo riendo la profesora de improvisación Elana Fishbein.

Los actores no pueden ver a la audiencia. Pero eso no es gran problema para un grupo de improvisación con amplia experiencia, dijo Fishbein. Pero sí ha hecho que los stand-ups (monólogos) tengan que ajustarse.

«Es difícil presentarte en tu sala sin público», reconoció el cómico Will C, vía telefónica, precisamente desde su sala en Kansas City, Missouri. «Todo lo que tengo es a mi esposa que pasa junto a mí, me mira con desdén y niega con la cabeza».

El veterano del stand-up Bob Zany dijo que a veces hace pausas en los momentos en que se supone deben escucharse risas o a veces carcajadas burlonas.

La situación le recuerda a sus comienzos en el circuito de comedia hace 40 años.

«En los viejos tiempos hacía actos en el Improv a la 1:40 de la mañana frente a dos personas. Y ellos estaban cayéndose de borrachos», recordó riendo. «Así que, ¿cuál es la diferencia?»

Mientras espera a que se reestablezcan los shows en vivo, Zany manejó hace poco de su casa en Las Vegas a Los Ángeles para una hora en The Laugh Factory.

En cuanto a cuál es el atractivo para los comediantes, que reciben muy poca paga o nada, la mayoría concuerda con las palabras de Haddish.

«Cuando me siento mal, una buena risa realmente lo cambia todo y me hace sentir mejor. Mucha gente ahora se siente mal deprimida y quizá yo puedo hacerla reír un poco», dijo tras pasar una hora actuando frente a un micrófono al que había rociado con mucho desinfectante.

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