Claudia V. López Robles
Politóloga

Resuenan hoy en mi cabeza los pasos de los últimos meses en que Edelberto entraba al 11 nivel del edificio donde se encuentran las oficinas del Informe de Desarrollo Humano. Yo aún trabajaba allí. Los pasos son pausados y lentos, con un pequeño arrastre en su caminar. Esos pasos pausados y lentos contrastan con la enorme energía y vitalidad que había en él, con su sonrisa y la broma inmediata.

Con esos pasos Edel podía entrar con un chiste o estar preocupado por lo que pasaba en cualquier lugar, necesitando hacer un comentario sobre el acontecer mundial o nacional. Debía sacar la indignación o la crítica. Si uno tenía suerte de encontrarlo en el pasillo, podría conversar con él directamente y poco a poco se iban sumando otros colegas para discutir. Si no, llegaba a su escritorio y a manera de ruleta, llamaba a una persona para compartirle sus críticas o análisis, y para preguntar perspectivas o debatir. Muchas veces también le tocaba compartir conocimiento.

Otras mañanas en cambio, su caminar era menos pausado. Traía en la mente una idea que quería inmediatamente escribir. Entraba veloz, saludaba por cortesía y encendía su computadora. Pasaba sentado en su escritorio horas completas, hasta que estaba satisfecho con lo escrito. Esas veces Edelberto no hablaba con muchos, no se levantaba e incluso –a veces– ni siquiera comía durante el almuerzo. Era un trabajador incansable cuando el tiempo y las ideas se arremolinaban en su cabeza. Así era también en su casa, donde seguía escribiendo como si estuviera en horario laboral.

Su forma aguda de entablar las conversaciones eran un reto para los investigadores jóvenes y mayores. La mayoría de los consultores que iban y venían, aprovechaban a conversar con él y a contrastar sus conclusiones. En ocasiones, para las discusiones del equipo más pequeño casi “llegó la sangre al río”, como bien decía él mientras reía o se levantaba para tomar un descanso. Si los puntos en discusión no lograban llegar a un buen puerto, su solución era una invitación a que fuéramos a almorzar y tomar un buen vino. Al otro día llegaríamos a un acuerdo (o no).

Edelberto acostumbraba a invitar, además, especialistas en las temáticas de los informes o de sus temas de interés, para retroalimentar sus ideas y entablar discusiones académicas. Pasaban pues por las oficinas una diversidad de académicos y especialistas en cada una de las áreas, con posturas distintas y hasta encontradas. Él escuchaba, preguntaba, y a veces discutía con las posturas, nunca con las personas. Era una persona abierta, dispuesta a conocer y comprender las perspectivas de cada uno, o a defender las propias en caso necesario.

Edelberto era ese ser indispensable para el equipo del Informe de Desarrollo Humano. Fue muy crítico de los enfoques, aunque su crítica permitió que los informes se acercaran desde una perspectiva histórica a las dinámicas nacional/regionales, y a las debilidades que tiene el Estado así construido, con base en el racismo y a la desigualdad, para brindar oportunidades a cada uno de sus habitantes.

Tengo guardada en la memoria también la parsimonia con la cual hablaba en público. Podía ser incluso lejano. Alguna vez lo escuchamos terminar una conferencia pidiendo que le hicieran “sólo preguntas inteligentes”, cosa que era evidentemente una broma.

Con su equipo era un ser pasional a la hora de interpelar a la historia sobre lo que le indignaba: la injusticia, la guerra y la desigualdad. Aunque había muchos otros que lo entusiasmaban –como la democracia– hablar de estos temas para él, era hablar desde el corazón. Se encendían sus ojos con los que debatía, frente a quien no compartiera sus puntos de vista. Para él era indignante la muerte por hambre y el asesinato o desaparición de las víctimas de la guerra. Una a causa de la desigualdad y de la falta de un Estado fuerte para todos y todas, otros a causa de la política contrainsurgente (de ese mismo Estado autoritario y débil por ausente).

Quizás por ello las jornadas de 2015 fueron para él movimientos que le causaron expectación y esperanza. Debido a su condición de salud, fue poco en lo que pudo participar directamente. Sin embargo, quería saberlo todo. Llamaba y lo llamaban, amigos y colegas de diferentes movimientos y organizaciones, estudiosos y académicos. Edelberto estaba entusiasmado con los cambios que se podían lograr para ese momento. Sin embargo, su mirada crítica estaba muy clara, lo describió en el artículo “Guatemala: la corrupción como crisis de gobierno“ http://nuso.org/articulo/guatemala-la-corrupcion-como-crisis-de-gobierno/en donde hacía una reflexión sobre los alcances que ese movimiento tendría en la coyuntura durante agosto 2015 -en la que no había caído el Presidente– y los retos hacia adelante. Hoy nos quedamos con las ganas de saber cuál es su conclusión sobre este nuevo escenario casi cuatro años después.

Ya se han escrito columnas, artículos y reflexiones sobre él desde otros ámbitos, y sin duda seguirán llegando. Su legado es extenso y las personas a las que inspiró, muchas. Por ello, este relato pretende solamente decir que Edelberto ha sido para mí un ser de luz por su composición fractal. Tenía una sonrisa muy dulce, mientras era también altamente sarcástico e irreverente.

Conocer a Edelberto en la etapa de la vida en que había decidido quedarse en Guatemala y construir desde aquí futuro, fue sin duda importante para lo que me llevo de él. Era un ser con sabiduría, y sobre todo una persona que había reflexionado mucho sobre su propia vida. Esa perspectiva del pasado me acercó mucho a él.

Edelberto es un ser que trascenderá el espacio y el tiempo, que nos seguirá convocando a sus amigos cercanos y familia; y aportando para entender el país. Pero sobre todo nos seguirá conminando a transformarlo, que es lo que le hubiera encantado ver y hacer. Su legado nos acompañará por siempre.

Falleció cuando aún no debía hacerlo. En lo personal no estaba preparada para su partida. Teníamos pendientes largas y profundas pláticas, discusiones sobre libros y la vida; sobre la coyuntura y sus perspectivas. No quise escoger los últimos libros que me ofreció porque entendía que eso significaba una forma de despedirnos. Me hace falta aceptar que somos finitos.

Hasta siempre queridísimo Edel, un abrazo eterno.

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