Megan Thomas
Antropóloga y analista política

Por razones de militancia, en 1974 realicé un viaje por carretera con Antonio Fernández Izaguirre, en mi flamante microbús VW naranja y blanco. Desconocía nuestro destino y los propósitos del viaje, pues como tarea habitual, servía de pantalla y piloto. Atravesamos El Salvador, un pedacito de Honduras, Nicaragua, y llegamos hasta San José Costa Rica, donde Tono me comunicó que había hecho arreglos para que lo esperara por unos días mientras él realizaba algunas tares.

Me llevó a casa de Edelberto, donde conocí a su esposa Olga Escobar y a su hijo quinceañero, Titío. Estuve encerrada por alrededor de dos semanas, apoyando a Olga en lo que se ofreciera y sobrellevando mi reclusión. Edelberto casi no paraba en casa y no recuerdo haber tenido alguna conversación con él. Me resultaba intimidante, pues había leído su libro Interpretación del desarrollo social centroamericano, estudio obligado para los nuevos reclutas a la militancia.

Después supe que él y Olga estaban en proceso de separarse, lo cual permitía entender sus ausencias. La conversación que recuerdo fue cuando me comunicó que Tono había mandado a decir que me regresara a Guatemala sin él, pues tardaría más de lo esperado. Ese retorno de Costa Rica a Guatemala es otra historia.

Sus tormentos y aportes cayeron en oídos sordos y en tierra fértil

Posiblemente las reflexiones que Edelberto compartió en su libro Revoluciones sin cambios revolucionarios (F&G editores, 2011) contribuyeron a la urgencia con que promovió la búsqueda de alternativas democráticas para el país.

En el apartado “Guerra sin Estrategia y Estrategia sin guerra” Edelberto expone su visión de la historia de la guerra en Guatemala, en un recorrido crítico y provocador que cuestiona a profundidad la gesta emprendida por buena parte de la izquierda revolucionaria del país. El cuestionamiento es de principio a fin: “La subjetividad que sobrevalora lo real por la intensidad del deseo, puede llevar el ánimo del grupo a imaginar situaciones que no existen. La enfermedad infantil del izquierdismo entonces era el foquismo. A partir de 1963 y hasta la firma de la paz, 1996, transcurrió un largo período mal llamado Conflicto Armado Interno”. (p. 425)

Podemos o no estar de acuerdo con apreciaciones sobre los hechos y con su análisis, pero lo cierto es que este valioso texto duerme el sueño de los justos, engavetado en el cajón de los no debates de la izquierda guatemalteca.

Desconozco cómo y cuándo Edelberto comprendió que en la Guatemala posconflicto no se estaba operando ninguna transición hacia la democracia. Pero desde hace tiempo, convocaba a reuniones de análisis y discusión sobre la situación del país y sus eternas crisis, enmarcadas siempre en el imperativo de encontrar una voz que se hiciera escuchar en el espacio público nacional.

De estas convocatorias nació eventualmente el Grupo Semilla, mismo que luego de evidenciarse la profundidad y extensión de la crisis nacional en 2015, tomó la decisión de convertirse en partido político. Los vaivenes y retos enfrentados por esta agrupación en su proceso de conformación en partido político ameritan ser divulgados, con sentido del humor y como con afán de crítica sistémica de los obstáculos que se enfrentan al tratar de construir partido respetando la ley.

No cabe duda que la primera semilla fue sembrada y nutrida por Edelberto, quien supo también respetar su crecimiento autónomo media vez se echó a andar.

El cruce de la avenida y mi última buena flor

Las maltas en casa de Edelberto los viernes por la tarde fueron un lugar de encuentro, amistad y oscilación constante entre temas de actualidad, bromas, comentarios sobre los libros más recientes y el hablar de todo y de nada. A las ocho de la noche, Edelberto nos decía hasta aquí, o bien sugería que saliéramos a cenar. A veces íbamos a la Mezquita, pero las más de las veces nos dirigíamos al restaurante de comida china frente a su casa, el YiHou. Para llegar era necesario atravesar la 7ª avenida de la zona 9, una hazaña que requiere ligereza y agilidad a cualquier hora, acentuadamente viernes por la noche.

En una ocasión Edelberto y yo nos llevábamos del brazo para atravesar la avenida (no sé bien quién llevaba a quién), y levanté la mano para pedir vía a los automovilistas que parecían apuntar su vehículo hacia nosotros. El vehículo más cercano se detuvo y Edelberto comentó, cómo no se van a detener para que pase una mujer guapa. Hace tantos años que ya no soy objeto de atención, que se me había olvidado lo que era atraer vistas. Edelberto me recordó lo relativo de la edad y la belleza, y cómo el brillo de una mujer está en la mirada de quien la contempla.

El grupo multigeneracional que en los últimos años se reunió los viernes en casa de Edelberto fue un espacio de camaradería y buen humor, porque él siempre tuvo la frescura inquisitiva, el interés amplio y diverso, la chispa de la broma certera, el ánimo de anclarse en la historia y el presente para ver siempre para adelante. Sobrellevar el Parkinson con el horizonte finito de la edad madura, debe haber sido indescriptiblemente difícil. Edelberto supo sobrellevar el reto con elegancia y entereza; el tener a Ana María a su lado, potenció y posibilitó el esfuerzo.

Dejó Semilla.

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