Miguel Ángel Chinchilla Amaya
Escritor

Regreso de Guatemala consternado, con el peso de una piedra legendaria sobre el plexo solar. La noche del 21 de diciembre de 2018, al llamar a mi amigo a su casa, el hijo me contó que Carlos René había fallecido exactamente dos semanas atrás (7 de diciembre). Días antes estuvo Carlos René en casa de mi hijo que reside en Guatemala, recogiendo un libro que yo le enviaba. Lo veo muy mal, comentó mi hijo cuando hablamos por teléfono. Realmente estaba muy enfermo, había sobrevivido a dos infartos recientes y estaba en tratamiento. Pero no aguantó el tercero, dijo la voz de Carlos hijo al otro lado de la línea, y desgraciadamente murió.

Lo recuerdo allá por los años 80, cuando llegando a Guatemala yo lo visitaba en su oficina del Instituto de Investigaciones Folclóricas (creo que así se llamaba); por él pude conocer a Celso Lara, a Luis Alfredo Arango y a Max Araujo. Tiempo después comencé a trabajar a destajo con la editorial de Irene Piedrasanta, en Guatemala, y cada vez que podíamos nos encontrábamos con Carlos René para platicar y bebernos un par de cervezas. Años después, empezamos a frecuentarnos durante la gestión de crear la comunidad de escritores centroamericanos, en cuyo esfuerzo coincidimos en varias reuniones realizadas en Panamá, Nicaragua, Honduras y El Salvador, en la utopía de una gremial regional.

Carlos René García Escobar, antropólogo, novelista, danzante e investigador, fue uno de los fundadores de la Comunidad de Escritores Guatemaltecos y también de la gremial del Centro PEN en Guatemala. Coincidimos con él en muchos eventos: congresos, encuentros literarios, CILCAS, ferias y poetones. Aquí, en San Salvador, nos reunimos un par de veces en el hotelito de Tirso Canales, a propósito de crear en El Salvador una filial del PEN. Lo acompañaban entonces otros escritores chapines, buenos amigos, entre ellos: Gustavo Bracamonte, Juan Antonio Canel y Dennis Escobar. Su esposa Ruth, hoy su viuda es salvadoreña. Yo lo llamaba Kaminaljuyú, como un apodo cariñoso que en lengua cachiquel significa “la colina de los muertos”, el nombre legendario de lo que ahora es Guatemala de la Asunción, la capital.

Lo recuerdo aquella vez triste y compungido durante su último día de trabajo en la Universidad de San Carlos, porque se jubilaba. En esa ocasión los del grupo literario Amate estuvimos con él en ese momento tan difícil, y después de la tramitología respectiva era obvio que nos iríamos a beber con el amigo, para atenuar un poco la pesadumbre del antropólogo que se retiraba de la academia luego de tantos años de docencia, casi feliz, cual es el título de uno de sus libros donde cuenta que por poco se convierte en cura.

Alguna vez me hospedé en su casa de la colonia Florida donde era un personaje muy querido por el vecindario. Kaminaljuyú era un hombre vital. Su muerte me transporta a uno de sus cuentos “El último Katún” que en una parte narra:

“Se quemó mucho pom hasta que el sumo sacerdote le habló a la multitud.

Había que trepar por la cuerda y él sería el primero. Le seguiría el Balach Uinic y después todos”.

Hace algunos años la Academia Salvadoreña de la Historia le nominó como miembro honorario.

Por de pronto, Carlos René ha subido por la cuerda que cuenta en su cuento del último Katún y solo los incrédulos se quedaron observando como los creyentes ascendían por el lazo que pendía del cielo. Hasta siempre entonces Kaminaljuyú, ya no hubo tiempo de comentar personalmente tu último libro que me enviaste con tu prima Nohemi, Novelario, un tetranovelario, ya que se trata de cuatro novelas en un solo libro.

El humo del pom y su aroma de hierbas esenciales levanta un muro de niebla arcano frente al más allá, hacia donde Carlos René ha partido portando las máscaras, penachos y todo lo que describe en su Atlas danzario, hasta siempre amigo ¡Abur!

De izquierda a derecha: Miguel Ángel Chinchilla Amaya, Carlos Rene García Escobar y Francisco Morales Santos, durante un evento literario en La Antigua.

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