Juan Fernando Girón Solares
Colaborador Diario “La Hora”

Este relato está basado en la conocida Leyenda –La visitante de los sagrarios– publicada por Héctor Gaitán, en su obra La calle donde tú vives.

CAPÍTULO III

La dama ingresó al templo Mercedario y como la temperatura de la noche del mes de abril y el ambiente religioso lo permitía, Humberto aprovechó para descender del taxi y acercarse al atrio de la Parroquia de la Merced, en donde a aquellas horas encontró a un grupo de músicos que emocionados felicitaban al que parecía ser el director o responsable del conjunto; saltaba a la vista que eran músicos, pues portaban sus instrumentos tanto de viento como de percusión y evidentemente habían practicado.

Alcanzó a escuchar parte de la conversación: “Felicitaciones Pedro ¡no podía ser para menos! tu marcha quedó extraordinaria, se ve que será del gusto de todos los asistentes a la procesión el día de mañana, pero ¿por qué del título?”

El orgulloso músico agradeciendo el comentario lisonjero respondió: “Fijate vos que es una historia muy curiosa, desde tiempo atrás yo deseaba escribir una marcha, y en la procesión del Señor de la Merced de hace tres años me brotó la inspiración y allá por la 9ª. calle al fin definí cómo serían sus notas, entré a una tienda y pedí papel y lápiz, y empecé a escribirla, y cuando terminé, mis ojos se posaron en una parte del adorno que llevaba el Señor, especialmente un ave y como forma de agradecer a Dios por ese momento, le puse El Cuervo…”.

Todos los demás interlocutores sonrieron dándole palmadas en la espalda; a continuación, otro grupo de devotos llevaba en sus hombros y con dificultad, el pesado mueble que sin duda alguna, pensó Humberto, serían las andas para la procesión de mañana por la mañana. Es cierto que el mueble iba cubierto, pero nuestro personaje alcanzó a divisar lo que parecía el ala de un ángel, igual que el que se aprecia en la Plazuela Once de Marzo, allá en el camino a la Reforma, cerca del antiguo casco de la Finca Tívoli.

Un espigado caballero de lentes daba instrucciones para mejor ingresar el mueble en medio de la muchedumbre que se agolpaba para entrar a la Merced en busca del sagrario. Cuando el que parecía su dirigente pasó frente al músico a quien sus compañeros llamaron Pedro, éste también elogió el trabajo musical de aquel diciéndole: “Maestro Donis, escuchamos su nueva marcha ‘El Cuervo’. Felicitaciones. Ojalá mañana suene como debe en la procesión…

¡Muchas gracias, don Carlos, replicó el músico, en el nombre de Dios así será! Bueno, los espero a todos a las siete de la mañana en punto, descansen y feliz noche. Y así, Don Carlos y sus veintitantos colaboradores entraron el anda a la Merced, pidiendo permiso a la multitud para hacerle los últimos arreglos al adorno, previo al gran día.

Abstraído en la contemplación de aquellos hechos estaba Humberto, cuando de la nada apareció unos minutos después la enigmática dama de negro y mantilla, quien discretamente le dijo: “Seguimos, por favor, ahora hay que ir a Santo Domingo”. Taxista y pasajera ingresaron al Buick Cabriolet 1932, y al accionar el encendido del motor, el ronco sonido de éste inundó la 11 avenida norte para enfilarse hacia el templo dominico.

Continuará…

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