Carta del escritor enamorado a Felice

[Membrete de la Compañía de Seguros
Contra Accidentes de Trabajo]
Praga, 28, IX, 12
Señorita:

Discúlpeme si no escribo a máquina, pero es que tengo tan enorme cantidad de cosas que decirle, la máquina está allá en el corredor, además esta carta me parece tan urgente, y por añadidura hoy tenemos día festivo aquí en Bohemia (lo cual, por lo demás, ya no tiene tan rigurosamente que ver con la disculpa arriba mencionada), además la máquina no me escribe lo suficientemente veloz, y el tiempo es bueno, caluroso, la ventana está abierta (mis ventanas siempre están abiertas), entré en la oficina canturreando, cosa que no ocurría desde hace mucho tiempo, y en verdad que, de no haber venido a buscar su carta, no sé por qué iba a haber entrado en la oficina hoy, día de fiesta.
¿Que cómo he dado con su dirección? Seguro que no es eso lo que quiere usted saber cuando hace esa pregunta. Sus señas me las he agenciado mendigándolas, ni más ni menos. Al principio me mencionaron no sé qué sociedad anónima, pero eso no me agradó. Luego me dieron las señas de su casa, primero sin y después con el número. Satisfecho, no pasé a escribir de inmediato, pues tener la dirección era ya algo, además temía que fuese falsa, porque ¿quién era Immanuel Kirch? Y nada más triste que enviar una carta a una dirección dudosa, ya no es una carta, más bien es un suspiro.
Cuando me enteré de que en su calle hay una iglesia de San Manuel recobré el bienestar por algún tiempo. Pero, aparte de sus señas, me hubiera gustado tener la indicación de un punto cardinal, ya que esto suele acompañar siempre a las direcciones berlinesas. Yo por mi parte me hubiese inclinado a situarla a usted en el norte, pese a que, según tengo entendido, es un distrito pobre.
Pero dejando de lado estas preocupaciones por lo de las señas (en Praga no se sabe con exactitud si vive usted en el 20 o en el 30), ¡lo que ha tenido que sufrir esta desdichada carta mía antes de llegar a ser escrita! Ahora que la puerta entre usted y yo comienza a abrirse, o al menos tenemos ambos la mano en el picaporte, puedo decirlo ya, aun cuando no esté obligado a hacerlo.
¡Qué humores me dominan, señorita! Una lluvia de neurastenias cae ininterrumpidamente sobre mí. Lo que quiero ahora al momento siguiente ya no lo quiero. Al acabar de subir la escalera, me quedo en el rellano sin saber jamás en qué estado me hallaré si entro en el piso. Sin que lo pueda remediar, las incertidumbres se me amontonan en mi interior, antes de que se conviertan en una pequeña certeza, o en una carta.
¡Qué de veces -para no exagerar pondré que hayan sido diez noches- habré compuesto, antes de dormirme, aquella primera carta! Por otro lado, uno de mis tormentos es el de no lograr transcribir con fluidez nada de lo que previamente había compuesto dentro de un orden. Cierto que mi memoria es muy mala, pero incluso la mejor de las memorias sería incapaz de ayudarme a transcribir con exactitud un párrafo, por pequeño que sea, pensado y retenido de antemano, pues dentro de cada frase hay transiciones que deben permanecer en suspenso con anterioridad a su redacción.
Cuando me siento luego, con el fin de escribir la retenida frase, no veo sino fragmentos que están ahí y que no logro ni atravesar ni sobrepasar con la mirada. Si siguiera el dictado de mi indolencia no haría otra cosa que tirar la pluma. No obstante, aquella carta me la medité mucho, pues no estaba nada decidido a escribirla, y esta clase de meditaciones son también precisamente el mejor medio para que me inhiba de escribir. Una vez, recuerdo, llegué incluso a saltar de la cama a fin de escribir una de mis reflexiones para usted. Pero me volví a acostar enseguida reprochándome -este es el segundo de mis tormentos- lo chiflado de mi nerviosismo, y afirmándome a mí mismo que aquello exactamente que tenía en la cabeza en aquel momento igual podría escribirlo a la mañana siguiente.
Tales afirmaciones siempre se abren camino hacia la medianoche. Pero si sigo por estos derroteros no llegaré nunca a término. No hago sino parlotear sobre mi carta anterior, en lugar de ponerme a escribir las muchas cosas que tengo que decirle. Le ruego se fije en qué es lo que confiere a aquella carta la importancia que ha adquirido para mí. Es que a aquella carta me ha contestado usted con esta que tengo ahora a mi lado, con esta carta que me produce una ridícula alegría y sobre la que en este instante pongo mi mano para sentir que la poseo. Escríbame otra pronto. No se tome la molestia, toda carta produce molestias, se mire como se mire; escríbame, pues, un pequeño diario, eso es pedir menos y dar más.
Naturalmente, tendrá usted que escribir en él más cosas de las que sería menester si fuese para usted sola, puesto que yo no la conozco apenas. Un día consignará, por tanto, a qué hora entra en la oficina, qué tomó en el desayuno, qué vistas se contemplan desde la ventana de la oficina, qué clase de trabajo se hace en ella, cómo se llaman sus amigos y amigas, por qué le hacen a usted regalos, quién quiere perjudicar su salud regalándole bombones, y mil cosas más de cuya existencia y posibilidad nada sé.
Sí, ¿dónde se ha quedado lo del viaje a Palestina? Se hará pronto, muy pronto, seguro que la próxima primavera, o el otoño. La opereta de Max duerme por el momento, (1) él está en Italia, pero pronto va a lanzar en Alemania un formidable almanaque literario. (2) Mi libro, librillo, folletito, ha tenido feliz aceptación. (3) Pero no es muy bueno, hay que escribir cosas mejores. ¡Y con esta sentencia, que le vaya bien!

Suyo. Franz Kafka

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1) Probablemente alude al proyecto de representación de la opereta Circe y sus cerdos [Circe und ihbre Schweine], selección de Franz Blei y Max Brod, Berlín, 1909, proyecto que nunca llegó a realizarse.
2) Arkadia, almanaque de poesía [Arkadia, Ein Jahrbuch für Dichtkunst], que apareció en junio de 1913, en la Editorial Kurt Wolff (Leipzig).
3) Primer libro publicado por Kafka, Contemplación [Betrachtung], Editorial Ernst Rowohlt, Leipzig.

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