Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras

La revista digital esferapública presenta en su más reciente envío la traducción del ensayo “La muerte del artista, y el nacimiento del emprendedor creativo” del investigador William Deresiwicz. Este apasionante escrito muestra las distintas etapas por las que ha pasado la imagen o el concepto de “artista”. Realiza un examen desde los tiempos artesanales de la Edad Media, pasando por la concepción de genio como Miguel Ángel, a la del artista iluminado y espiritual del Romanticismo, como David y Klimt.

El surgir de las instituciones del arte generó otro cambio en el ser artista, llegó la era del profesional que cumplía con los gustos y estándares de las galerías o museos, mientras otros no dieron a torcer el brazo por sus ideales, un ejemplo es Van Gogh. Deresiwicz lo dice así:

“Si bien hoy el paradigma de profesional sigue dominando, se ha entrado en una nueva transición marcada por el triunfo final del mercado y sus valores, la eliminación de los últimos vestigios de la protección y mediación. En las artes como en la clase media, el artista está dando el paso al emprendedor, o más específicamente: al autoempleado (ese oxímoron solapado), el ser emprendedor”.

Bajo cada uno de esos modelos está el mercado, es decir la forma en que se les ha pagado. De esto se habla poco, porque se considera impropio.

Otro factor que influye a nivel global es la falta de financiamiento del arte, un ejemplo de esto es la debacle que se avecina en los Estados Unidos con el recorte de fondos por parte de la administración Trump, al National Endowment of the Arts (NEA), que elimina ayudas a los artistas y pequeñas instituciones de arte que generan programas como residencias artísticas, intercambios y/o exposiciones itinerantes a lo largo de toda la unión americana.

En Guatemala esto es un mal crónico, basta ver el presupuesto del Museo de Arte Moderno y los fondos de hoy asignados a ADESCA (Aporte para la Descentralización Cultural). Otro factor que es posible ver hoy es la desintegración de instituciones, ahora sus trabajadores generan su propio empleo. Un antiguo dependiente de una galería de arte, por ejemplo, es propietario de su propio espacio, o se autodenomina curador y/o museógrafo, sin tener una preparación teórica, solo cuenta con la experiencia de vender arte y lo más importante conoce quiénes son los clientes de su antiguo empleo, el que conoce los gustos del cliente.

Otro de los elementos que ahora existen son todos los productos de las nuevas tecnologías de la información (TIC), pues cualquier persona puede tener una galería virtual en la web, promocionar y vender, no es necesaria la institución galería, el artista puede vender directamente al interesado, sin pasar por curadores, propietarios y críticos. Hay una nueva democracia del gusto.

Una revisión rápida a los sitios web de los artistas guatemaltecos da la idea de ser bastante conservadores, aun no presentan característica como los de algunos artistas europeos o estadounidenses que crean experiencias en lugar de productos. Asimismo, no solo crean experiencias alrededor de sus productos, sino también la vida o el estilo de vida del creador o proceso. En Guatemala, se refieren a un número de teléfono y los menos utilizan aun el protocolo de pasar por la galería de arte, aunque sean ellos mismos los propietarios.

Los artistas guatemaltecos exitosos de hoy son los que han sabido venderse en el término más crudo. Lo hicieron fuera del país (“nadie es profeta en su tierra”). Solo así lograron ser validados. Luego, ya con un aura diferente, el mercado local respondió gracias a los textos de importantes gurús del arte contemporáneo, publicaciones de libros y un manejo de su imagen de divo: llegan de último a las exposiciones o parecen estar ausentes.

Deresiwicz termina con unas ideas que puedan ser proféticas. “Cuando las obras de arte se convierten en mercancías y nada más, cuando cada esfuerzo se convierte en creativo y todos en creativos, el arte vuelve a lo artesanal y los artistas se vuelven artesanos, una palabra que, en su forma adjetivar, al menos es popular de nuevo”.

Esto es notorio en el campo fotográfico en plena era digital, más de algún fotógrafo vuelve a la impresión en blanco y negro o a las antiguas formas de impresión fotográfica como la albúmina. Un referente desde finales de los años 80 fue Luis González-Palma, un fotógrafo en constante investigación del hecho fotográfico y el manejo de la luz. Hay que recordar sus series de obras impresas sobre papel de acuarela, o la inclusión de suturas de delicados hilos rojos que perforan la fotografía. O sus impresiones en tela.

Daniel Hernández Salazar también pasó por esa etapa cuasi artesanal al imprimir grandes formatos íntegros por más de noventa impresiones individuales en blanco y negro. Todas estas estrategias hacían pensar en la laboriosidad, la técnica del revelado en blanco y negro en el laboratorio, con toda su magia, disolviendo el pensamiento de que la fotografía es un proceso reproductivo, cada pieza es única.

Hoy en día el fotógrafo Jorge Luis Chavarría utiliza lo que llama wet plate, una técnica que se inició a finales de 1851, la imagen es captada sobre placas de vidrio utilizando plata y luz, el resultado es una imagen que alude a lo artesanal, desde el proceso de la toma. Desde otra perspectiva en La Antigua Guatemala, Manuel Morillo que hace fotografía estenopeica, una cámara oscura y la luz pasa por un agujero y no por la lente. El resultado es igual de sorprendente, se está ante uno de los primeros registros de la imagen utilizados por los pintores del Renacimiento y el Barroco. En definitiva “el hacer manual” es valorado nuevamente.

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