Por René Franco

Necesitaba despedirme de Guatemala. Tenía que hacerlo de una manera intensa y especial. Uno no deja así por así un lugar donde ha vivido tanto tiempo; más si el mismo te da una carrera universitaria, amigos y aprendizaje para toda la vida, debía llevar a cabo ese acto físico y espiritual de decir adiós o hasta pronto. Me habían recomendado viajar a El Mirador, no había tenido ocasión de hacerlo absorbido por la rutina, los compromisos, el trabajo, en fin.

Pensé que hacer un viaje sería la mejor ceremonia de despedida. Además quería desmitificar la idea que se maneja en el ambiente sobre que viajar a Europa sale más barato que a Petén. Idea hilvanada por ya saben quién, que está ya saben dónde, y de donde saldrá más o menos en… No creo que salga… En fin, viajar al sitio arqueológico El Mirador es una experiencia de vida.

En este intento de crónica viajera, voy a contarles cómo fue el viaje y porqué deben hacerlo, además de recomendarles algunas ideas para cuando se animen a ir. No tengo conocimientos sobre arqueología, así que durante algunas semanas estuve consultando sobre el viaje y algunos aspectos relacionados a compañeros de la Escuela de Historia de la Usac, pues no es lo mismo viajar a cualquier departamento del país, que viajar a la biósfera Maya. La selva petenera es un lugar muy húmedo y caliente, así que llevar ropa cómoda es indispensable (el viaje dura más o menos una semana), pero no debe llevarse demasiada ropa, algunas «mudadas» e implementos de higiene personal, viajar «ligero» es lo más apropiado.

Antes de tomar el bus, es bueno hacerse de un repelente de insectos poderoso, pues si algo caracteriza a esta jungla es la abundancia de mosquitos, la mejor época del año para hacer el viaje -debido a las condiciones del terreno- es entre enero y abril, pues el camino está seco y es fácil caminar, este es un tipo de turismo de aventura-naturaleza, así que no debe hacerse el recorrido sino se tienen las condiciones físicas para hacerlo, como haber escalado un volcán previamente o haber hecho una caminata larga, pues de hecho el viaje implica mucho esfuerzo físico, así es la selva.

La aventura comienza en el Valle de la Asunción, donde se toma alguno de los transportes que viajan hasta Santa Elena; municipio vecino de la Isla de Flores en Petén, a la que se puede llegar caminando o tomando un tuc-tuc. El trayecto desde la ciudad dura aproximadamente nueve horas, de manera que es preferible viajar en un transporte cómodo, un buen libro o un playlist cumbio-salsero elaborado por el editor del suplemento Cultural de La Hora para así evitar la monotonía mediocre del cine gringo violento que ponen los inocentes muchachos del bus. Una recomendación imprescindible es buscar hoteles con anticipación, pues si se omite esta acción se corre el riesgo de no encontrar una habitación. En Flores hay hoteles de varios precios y amenidades. La isla es un lugar sumamente turístico, es pequeña y puede recorrerse en toda su extensión caminando por la orilla en media hora, hay restaurantes con gastronomía muy diversa y a precios accesibles. Desde allí se puede viajar hacia diferentes sitios turísticos en Petén, como Yaxhá, Tikal y otros más.

Para hacer el viaje contacté a la empresa «Dinastía Kan El Mirador», que es administrada por Antonio Centeno, quien es parte de la comunidad Carmelita, con ellos trabajan los guías comunitarios y el personal de logística que colabora con los viajeros durante la expedición. Hice el depósito correspondiente y programé el viaje para salir el domingo hacia Carmelita, de manera que el sábado salí hacia Flores. El domingo en la madrugada, Antonio pasó a recogerme, «Buenos días, ¿Qué tal?» fueron las primeras palabras que pronuncié, y un «Buenos días» con acento madrileño fue lo primero que escuché, era Laura quien también viajaba hacia El Mirador, «Buenos días» replicó Juan Carlos, otro español entusiasta originario de Asturias, delante de nosotros iba Christian, un suizo, quien casi no hablaba español, así que tocó entendernos en inglés. El primer día desayunamos en Carmelita, previo a comenzar la caminata, desde la carretera la convivencia se tornó interesante, entre Franco -no yo, sino el dictador español- el PP, Pablo Iglesias, el triángulo norte de Centroamérica y lo que implica, la selva son temas que dan para mucha cháchara. Terminamos de desayunar y Giovanni ya ha ensillado los caballos que cargarán la comida y nuestras mochilas.

La primera y la cuarta noche se duerme en el sitio arqueológico El Tintal, no hay nada más alrededor que selva, rugidos de animales salvajes y oscuridad. Si el cielo está despejado se pueden observar las estrellas placer, la segunda y tercera noche se duerme en El Mirador. Es fundamental hidratarse durante el viaje, además de estar bien alimentado y contar con refrigerios de forma constante, para no caer víctima del cansancio a las primeras de cambio. Es increíble lo bien que los guías de Carmelita conocen la selva, pues además de saber al dedillo sus recovecos, la han preservado muy bien, ellos tienen conocimientos y capacitaciones constantes en arqueología y otros temas relacionados con su trabajo. Debo destacar que los días más difíciles para el viaje son el primero y el cuarto, por las condiciones del terreno y porque es una cantidad mayor de kilómetros entre Carmelita y El Tintal. En El Tintal hay un área para acampar en donde también se comparte el espacio con personal del INAB, del CONAP y de otras instituciones que hacen su labor para proteger la selva, desde luego es un trabajo insuficiente, pues el personal es escaso y por ende tienen exceso de carga laboral, además no cualquier persona tiene la valentía de alejarse tanto tiempo de su familia y entorno para ir a cuidar la selva petenera con todos los riesgos que esto conlleva.

El segundo día es menos cansado, son menos horas y el camino es más amigable, aunque siempre hay pantano y lodo, para entonces eso ya no importa, nuestros zapatos están completamente saturados de barro, estamos más que sucios de la rodilla para abajo, Santiago -el guía comunitario- nos explica en cada etapa del trayecto, detalles sobre los tipos de árboles que hay, las huellas de un jaguar grande y uno pequeño indican que están cerca y acaban de pasar por ahí. Paramos en un lugar designado para darle trámite al refrigerio y pareciera que no somos bienvenidos; un grupo de monos aulladores se acerca y desde las copas de los árboles hacen tremendo escándalo para hacernos notar que no les agrada nuestra presencia, terminamos de comer, hay que seguir. Caminamos unas horas y finalmente llegamos a nuestro destino, el sitio arqueológico El Mirador, nos da tiempo todavía de subir a una pirámide y ver desde allí el atardecer, lo que se ve en el horizonte, para cualquier dirección donde uno voltee no es más que verde, selva y más selva y un par de aves que atraviesan el cielo sin distinguir de dónde vienen o a dónde van. Es difícil creer que este sitio arqueológico haya sido descubierto por accidente, sí, cuando se definía la frontera con México, creyendo en principio que se trataba de un volcán.

El tercer día es el más relajado, se hace un recorrido en el sitio arqueológico que nos toma toda la mañana, llegamos a La Danta, esa pirámide donde los gobernantes del Reino Kan ejercieron su poder y en cuyo reinado se dio el apogeo de la ciudad El Mirador. El lugar y la vista son impactantes, es hermoso, para entonces todo el esfuerzo físico ha valido la pena. Hay que tomar fotografías, pues llegar al lugar es literalmente jugarse la vida, es todo un reto de supervivencia que debe quedar inmortalizado de alguna manera. Este «taller» de arqueología viva que dura cinco días, se torna interesante, sobre todo porque es entonces cuando se logra comprender en mayor medida lo avanzada que llegó a ser la civilización Maya, los grandes descubrimientos y la forma de vida de los mismos, no todo era perfecto desde luego. Si el cielo está despejado, la vista hacia las estrellas y el sonido de los insectos y la selva de noche resulta impresionante, la combinación perfecta, plenitud es el epíteto. ¡Qué hermosa es la selva!

Llegó el cuarto día y hay que regresar a acampar en El Tintal, intentando abrir camino nos sorprende y ataca un beligerante enjambre de avispas, salimos huyendo como podemos, pero nadie logra evitar ser picado, hemos tenido la culpa por invadir su casa; al llegar al campamento, Alma -la cocinera- nos consiente con un té de pimienta que estaba muy sabroso, esa mujer tiene un sazón único. Durante la noche hablamos un poco del sistema democrático en Suiza, qué significa ser pobre en España y ser pobre en el triángulo norte, la cosa no tiene comparación aunque quién sabe, Laura me cuenta que su familia – al igual que la de Juan- se quedaron preocupados en España cuando se enteraron que ellos iban a Guatemala, es natural, las noticias que se ven allá de acá son de pura violencia. En su viaje por Guatemala, evitarán ir a la ciudad para no exponerse; Christian es mochilero, lleva más de seis meses viajando y de Centroamérica no irá a Honduras ni a El Salvador, ya con Guatemala es demasiado el riesgo, la madrugada nos sorprende con una suave pero prolongada llovizna… Ya en el quinto día, vuelve uno a Carmelita y luego a Flores, en el camino nos encontramos con el sistema óseo de un mono, tenía varias semanas de haber sido devorado; el viaje ha valido la pena, el cansancio se evidencia en nuestros rostros y no da tregua, nos aseamos un poco, hay una mezcla de olor a sudor, lodo y repelente. Nos reciben con almuerzo en Carmelita, Laura nos invita a un par de cervezas, no era para menos, estábamos vivos y acabábamos de lograr la hazaña de internarnos en una de las selvas mejor conservadas de América Latina. ¡Salud pues!

Caminar, estar sin señal de celular, no recibir correos ni tener que contestar mensajes pendientes o llamadas, y estar conectado espiritualmente con uno mismo, caminar es ese encuentro personal que implica desconectarse con el mundo para reflexionar, para repensarse y pensar en el futuro y en quienes uno ama. Además de mencionar que es mejor conocer Petén ahorita, que todavía se puede, pues no hay duda que la biósfera maya está sufriendo cada día que pasa, la extracción de petróleo y la siembra de palma africana están haciendo estragos.

Vayan a Petén señores, vayan. Un gusto Guatemala, ya el destino conspirará para que nuestros senderos se crucen nuevamente.

René Franco (1989) Ciudadano centroamericano nacido en El Salvador. Intento de poeta, intento de politólogo, salsero, socialista, sonriente, histriónico, pupusero, cafetero, sarcástico, escandaloso, chicloso y centroamericanista, las fronteras no deberían existir, como tampoco el dinero.

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