Por Ricardo Pedro Rosales Arroyo

-Por el gobierno de la República firma el Acuerdo de Paz Firme y Duradera el general Otto Pérez Molina. Por la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca firma Ricardo Rosales Román, Carlos Gonzáles, Secretario General del Comité Central del Partido Guatemalteco del Trabajo -dijo el maestro de ceremonias.

Mi padre, se levantó, se ajustó los lentes, vio brevemente a los comandantes Rolando Morán y Pablo Monsanto -quienes ya habían firmado el documento- y a Jorge Rosal -quien lo haría inmediatamente-, se dirigió a la mesa situada al centro del estrado, vio a los asistentes y buscó entre el público a su compañera de toda la vida, y a sus dos hermanos a quienes no había visto en 20 años. Finalmente estampó tres veces su firma con el nombre recién recuperado: Ricardo Rosales Román.

Apenas un par de horas antes, aquel hombre al que en la clandestinidad se conoció como Carlos Gonzáles, había reunido a un grupo de miembros del PGT, del que yo formé parte, en un pequeño salón del hotel Princess, lugar en el que estaba hospedada la delegación de URNG. Allí habló de la trascendencia de los Acuerdos de Paz y del cuidado que debía tenerse para preservarlos y fortalecerlos.

—Debemos resguardar a toda costa la unidad. Es la unidad la que va a permitir construir una organización sólida, consecuente y viva. Una organización que sea, efectivamente, el partido que Guatemala necesita-, dijo emocionado y convincente.

Después recordó y rindió homenaje a Huberto y Nayo Alvarado, a Víctor Manuel Gutiérrez, a Otto René Castillo…

Su discurso fue emotivo y breve. Había muchas cosas por hacer. Antes de terminar la reunión pidió la palabra uno de los sobrevivientes del levantamiento armado de Concuá y uno de los compañeros entrañables de mi padre en el partido.

-No debemos olvidar nuestras raíces, nuestro origen. Nunca olvidemos que somos comunistas y que así fuimos formados-, dijo. Después vino un abrazo al que se sumó Saúl Morales, don Antonio. Recuerdo los ojos de los tres llenos de lágrimas.

Cuando el compañero Carlos, mi padre, estaba firmando, sentí un escalofrío hondo y hubo un momento en el que puedo jurar que el mundo se detuvo. En esos diez segundos, según me platicó después, frente a él se dibujaron las imágenes de los compañeros con los que luchó, y que no pudieron estar aquel día en el Palacio Nacional de la Cultura.

De pronto oí aplausos y un grito profundo que venía desde una Plaza Central repleta de personas entusiastas y llena de banderas y colores. Ricardo Rosales Román se levantó de la mesa, estrechó la mano de Otto Pérez y fue a fundirse en un abrazo entrañable con Rolando, Pablo y Jorge.

Al día siguiente salí a la calle. Respiré un aire que ya no asfixiaba y me emocioné otra vez cuando en la portada del periódico vi el retrato histórico del general y el comunista en el momento en el que firmaban el acta que dio fin a 36 años de guerra en Guatemala. Se había rendido tributo a todos los que lucharon y se firmó un compromiso con los que luchan siempre.

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