Por Pablo Rangel

Fui a la clínica del doctor que me revisa regularmente pues desde hace dos semanas me salió una mancha en la parte baja de la pierna derecha.  No me había percatado que existía hasta que me puse unas medias de uniforme de futbol  y al sentir la presión, un dolor agudo me hizo reaccionar.  Traté de verme y solo tenía la piel irritada.  Imaginé que había sido algún golpe sin darme cuenta. No le puse más atención. Sin embargo,  anoche me vi bastante irritado y, además, presioné un poco y salió un chorrito de pus y sangre.

_B-¿Desde hace cuánto le salió eso en la pierna?

-Dos semanas doctor.

-¡Dos semanas! ¿Y por qué viene hasta hoy?

-No, mire, lo que pasa es que no me lo había visto bien, hasta anoche que ya lo vi en el espejo y vi el hoyo ese que tengo en la piel.

-Es un hoyo y, además, está bien infectado, me parece raro que a pesar de tener esto supurando no esté hirviendo en fiebre.  En fin, necesito que llene este formulario y responda a las preguntas.

-Pero no puedo ver bien.

-¿Es diabético?

-No, lo que pasa es que uso lentes desde niño y los dejé olvidados, por favor si puede leerme las preguntas y le respondo.

-Está bien.

Después de llenar el formulario el doctor me dio una receta escrita de su puño y letra;  no entendí esos jeroglíficos.  Al ver mi rosto de desconcierto  dijo que no me preocupara, que  el encargado  de la farmacia sí le iba a entender.  Las instrucciones del doctor fueron claras:

-Se va a tomar una pastilla cada 8 horas por 5 días y se va a lavar el área con un jabón antiséptico, se va a cubrir con una gasa  y por nada del mundo se toca con las manos sucias ¿nos estamos entendiendo?

-Sí doctor, completamente.

-Cúrese y cuídese.

Fui a la farmacia, compré un jabón antibacterial de uso clínico y 15 pastillas de «cefadroxilo de 500mg», aparte unas pastillas de ranitidina que desde hace mucho tomo para la gastritis.  El dolor en la pierna era ahora más fuerte, pensé que era por la manipulación que realizó el doctor.

Llegué a mi casa y para las diez de la noche ya me iba a dormir, cuando entró una llamada de mi primo al celular.  Me contaba que su esposa estaba hospitalizada por un problema de la vesícula y que él estaba en la emergencia del San Juan de Dios, y que si yo podía ir a cuidar su casa mientras volvía.  Pasé por las llaves a la emergencia y me fui a la casa a esperar.  Estando ahí me tomé la primera pastilla del antibiótico y me serví una taza de café bien cargado para soportar el desvelo. Me puse a ver televisión en la sala, sentado en unos sillones viejos, pero cómodos que en otra situación me hubieran gustado para dormir una siesta.  Finalmente mi primo regresó con la buena noticia que su esposa había salido bien de la operación y que al siguiente día en la mañana regresaba; para todo esto ya habían dado las dos de la madrugada.  Decidí regresar a mi casa pues desde que nos separamos con mi esposa, vivo solo  y no me gusta que vean que no hay nadie, los ladrones son unos malditos.

Me senté a leer una revista en la cama.  Regularmente a las once ya estoy durmiendo, pero si se me pasa esa hora y no duermo soy capaz de pasar en vela toda la noche. No tenía idea a qué hora iba a caer rendido.  Por suerte esta vez logré conciliar más rápido el sueño.  Cuando estaba en ese estado de vigilia, que separa el mundo onírico de la realidad, vi a lo lejos el reloj despertador que está en la mesa de noche de mi cama, marcaba las 3:00 a.m.  Cerré los ojos, pero empecé a sentir algo extraño, un frío muy fuerte recorría toda la habitación, es más, desde hacía dos semanas que el frío me despertaba y siempre me encontraba con que me había destapado completamente.  Me vi y ahora conservaba mis cobijas, así que me cubrí bien y el frío me arrulló; en dos minutos estaba dormido.

Empecé a soñar algo que recordaba, pero muy profundo en mi memoria.  Era un sonido, como cuando barren los patios con las escobas de tuza, que se oye algo que se arrastra en todo el piso, también sentía el dolor en la pierna, aunque ahora lo sentía punzante.  Regresé del sueño inmediatamente y abrí los ojos, sin levantarme encendí la luz.  La habitación entera estaba llena de una densa neblina de frío, como cuando se abren las refrigeradoras comerciales en las que venden helados. Sentía un dolor fuerte en la pierna, cuando traté de moverla con la vista clavada en el techo, sentí que algo me detuvo, me senté y vi una escena espantosa…

Mi pierna derecha estaba aprisionada por un animal, que tenía algo parecido a las garras de un ave, pero más largas y de un color oscuro alquitrán.  Su cabeza tenía la forma de un octágono,  tubular, con pelo negro grueso y en puntas, más parecía el pelo de un gusano negro, opaco. Sobresalía un colmillo gigante que era el que metía en el hoyo de mi herida, era un colmillo extraño, como una uña de perro, de esas que se les encarnan en las patas.  Con este rompía mi piel y metía una lengua larga en punta, del largo de la de una serpiente, pero no terminaba en dos, sino que era más parecida a una lanza que se convertía en un tubo por el que succionaba toda la materia purulenta que salía de la pierna. Cuando lo vi estaba tendido sobre la cama, sus dos garras gigantes tenían mi pierna y se sostenía hincado sobre unas piernas cortas, de color café, tenía unos pies simiescos aunque se veían más humanos que los de un primate.

Cuándo se percató que yo no continuaba dormido se puso de pie. En ese momento me quedé sin habla y encogí las piernas sin importar que una estuviera sangrando. Pude ver que era un ser que caminaba en dos patas, humanoide, era más pequeño que un niño y los ojos tenían el iris tan grande que se veían completamente negros.  De alguna parte de su cuerpo salía un olor fuertísimo a carne podrida, de fondo el aroma del basurero.  Cuando regresé a ver me percaté  que encima de sus ojos pasaban decenas de insectos parásitos, entre estos piojos, garrapatas, cucarachas, pulgas.  Hasta ahora lo recuerdo y no puedo dejar de rascarme de los nervios. Se fue alejando lentamente de mi pierna, un camino de sangre quedó dibujado sobre las sábanas.

Esto que era parecido a un duende o monstruo se acercó a la puerta arrastrando los pies y haciendo un sonido como el de las escobas cuando barren. De pronto se escuchó un estruendo, como si hubieran quebrado la puerta de la entrada y salió.

Desde esa noche quedé sumamente alterado, tenía en mi mesa de noche una pistola cargada y lista para disparar, un machete que afilé, imágenes religiosas, no se lo contaba a nadie porque pensé que estaba volviéndome loco.  Todas las noches pasaba en vela, lo peor es que en una semana solo pude dormir dos noches, menos de cuatro horas, y justamente esas noches escuché el estruendo de la puerta y el frío.  El duende seguía llegando.  Tomé el antibiótico e hice el lavado del área como dijo el médico, pero la pierna se veía peor, cada vez más hinchada, ahora de un color casi verde, la piel rota, la infección era severa.  Fui donde el médico y solo me  vio entrar y al ver la pierna dijo «vamos de inmediato al hospital, estoy de turno hoy en la tarde, esa pierna hay que amputarla, está a punto de gangrenarse».

Sentí que el suelo se abría, ¡iba a perder la pierna!  Fui en taxi al hospital, el médico salió a la puerta de la emergencia y pidió a dos estudiantes que me prepararan para cirugía.  Entré en una camilla, me pusieron a hacer cola con otros pacientes para entrar a un lugar donde nos anestesiaban y operaban, éramos bastantes, quizá unas cinco personas, nadie podía hablar porque habían tomado pastillas para tranquilizarse.  Finalmente entré, me sentaron y sentí algo punzante en la parte baja de la espalda, quedé anestesiado totalmente. Horas después sentí un movimiento en la camilla, pude ver que estaba en un lugar oscuro, era una sala de hospital, había otras personas que gritaban desesperadas, lloraban, sollozaban.  Cuando reaccioné, recordé la pierna, pero ya no la tenía, solamente una sensación de dolor horrible en la parte baja de la rodilla, la pude levantar y ver el muñón.

Al siguiente día, llegó mi primo con unas muletas, ya tenía que irme del hospital, no había más espacio, pero me sentía mal, quería morirme.  Una enfermera llegó a decirme que tenía que irme, me ayudaron con mi primo y me senté, me colocaron las muletas y empecé a hacer el intento de caminar, me sentía mareado, en una bolsa plástica mi ropa y pertenencias, finalmente empezamos a caminar, hasta que me desvanecí.  Un joven con la cara maquillada y aretes que estaba limpiando el piso se acercó y me dijo que podía sentarme en un pequeño cuarto donde guardaban las cosas de limpieza, cercano al laboratorio de patología.  Caminando hacia afuera había un rótulo que decía «caldera» y finalmente una puerta con el rótulo «basurero». Ahí él sacó una silla de algún lugar, me senté y quedé dormido. El joven dijo, «se le bajó el azúcar de plano, cómprele una Coca Cola y una galleta, yo le puedo dar un dulce».  Mi primo y el joven salieron por un momento.

Estando en esa silla y viendo mi pierna vendada y con una pequeña mancha de sangre, empecé a sentir el frío y la neblina que había percibido en mi casa.  Me asusté, pensé que volvía el duende a atacarme de nuevo mientras dormía.  Sin embargo, mi sorpresa fue cuando vi que una fila de duendes, todos parecidos al que me había estado molestando a mí entraban a un lugar entre el basurero y la caldera, vi alrededor de 20 engendros. Ninguno me puso atención, yo lloraba del temor y de mi desgracia.

Finalmente entró mi primo y el joven, le pregunte al último «¿qué hacen en ese lugar entre la caldera y el basurero?», me respondió «ah, en ese lugar botan todo lo que sale de patología y lo preparan para la caldera, su pierna y las partes amputadas de otro montón de gente y algunos cadáveres que nunca vinieron a reclamar están ahí».

En ese momento me quedé sin habla y encogí las piernas sin importar que una estuviera sangrando.

Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.

Artículo anteriorLos de la foto
Artículo siguienteEl general y el comunista