Por Estuardo Prado

Las editoriales independientes, las que publican por sus propios medios, son las que dan a conocer las propuestas de escritores que no pertenecen al mainstream literario. Muchas de ellas recurren a una forma de producción artesanal y otras en propuestas de libros-objeto; ambas son de corte contracultural y rompen los estándares convencionalmente aceptados por la sociedad.

Estas publicaciones ya de por sí son una irrupción en el sistema cultural establecido, pues plantean un cuestionamiento al canon literario y la maquinaria a su alrededor (la Academia, las editoriales, los espacios culturales, los premios literarios, etcétera), saltándoselos; pues estos están, como diría Foucault, controlando la producción de discursos, seleccionando cuáles son los que se ajustan a los estándares de la cultura hegemónica no para incorporar nuevos valores, sino más bien para conjurar la irrupción de discursos discrepantes a los criterios establecidos o normativos de la cultura dominante.

En el caso de propuestas literarias disidentes de la identidad sexual, en donde entra la cultura de la comunidad LGBT (Lesbianas, Gay, Bisexuales y Transexuales), estas en su mayoría solo han recibido un espacio para expresarse en editoriales independientes, o en su mayoría, formando sus propios proyectos para dar a conocer sus propuestas artísticas. No es de extrañar, pues la cultura dominante es netamente heterosexual además de machista, patriarcal, racista, cristiana y homofóbica. La mezcla perfecta para hacer una cultura altamente discriminativa de todo lo que no se ajusta a sus cánones medievales, con todo y su inquisición en ciertos casos. Como muestra solo hay que ver el caso de Luis Aldo García, cuya muerte tomo relevancia hace unos meses en las redes sociales.

Las referencias anteriores en la literatura guatemalteca son escasas. Por un lado, a principios del siglo XX, Rafael Arévalo Martínez con su relato «El hombre que parecía un caballo» —aunque el mismo autor desmiente la inclinación homosexual de su relato al notar la polémica que causó—; y ya en los 80 Mario Alberto Carrera con sus novelas Hogar dulce hogar y Don Camaleón, en los que trata el tema de la homosexualidad de una manera más abierta.

Después de esto ocurre un lapsus hasta este nuevo siglo. En los últimos años han surgido varias manifestaciones de este grupo disidente en su sexualidad, en contraposición a lo culturalmente aceptado. Los nombres de los escritores se multiplican: Manuel Tzoc, Numa Dávila, Fabricio Quemé y Rebeca Lane, entre otros. Por igual las propuestas generan un movimiento no visto en la historia nacional. Surgen editoriales como La Maleta Ilegal o movimientos culturales como La Macha y Queerpoéticas casi al mismo tiempo, las cuales iré exponiendo en las próximas entregas.

Estas manifestaciones no solo son un medio de expresión artístico, sino además la exigencia implícita de un posicionamiento en el ámbito cultural nacional y reclaman un espacio discursivo que la sociedad les ha negado, así como un reconocimiento a sus derechos y a su propia identidad. Generan, a través de múltiples formas de expresión —texto impreso, performances, videos, presentaciones y re-presentaciones— un espacio de diálogo muy necesario para cambiar el ambiente intolerante de nuestra sociedad ante la diversidad de opiniones y formas de vivir.


Estuardo Prado (ciudad de Guatemala, 1971). Escritor de narrativa. Es Licenciado en Letras y Filosofía por parte de la Universidad Rafael Landívar. Ha publicado los libros La estética del dolor (1998), Vicio-nes del exceso (1999), El libro negro (2000), Los amos de la noche (2001), Siendo alcohólico-drogadicto me fue mejor (2013) y PULP (2016). Es fundador de la Editorial X.

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