Por José Manuel Chacón

Esto sucedió hace mucho tiempo, quizás lo correcto sería decir hace muchas, muchas lunas rojas, lunas de sangre. Esto que les contaré se sale de la leyenda urbana, del pensamiento mágico de los pueblos… y bordea todas las aristas del misterio. En el pueblo de Tecolotlán son muy pocas las personas que conocieron este hecho, la mayoría en este fragmento de espacio y tiempo metafísico, quizás ya estén muertas… es posible todavía, que en un poblado llamado Barranco Rojo exista… tal vez… algún anciano que guarde en alguna parte de su rancia memoria, algo de este misterioso relato, que hoy comparto, puede ser…

Había entonces en ese pueblo perdido en las planicies del Valle del Motagua, bajando por un sendero pedregoso que conduce hasta un río de aguas frías y cobrizas, por donde enfilaban gigantescos amates y conacastes, que introducían los falanges de sus largas raíces en la periferia del afluente; suspendido por gruesos y oxidados cables de acero, un puente de hamaca; se mecía levemente con el viento y conectaba las dos orillas, mientras desprendía un lastimero crujir, estrangulaba de punta a punta los añosos matapalos que lo suspendían del río. Por esos recodos dicen que lo vieron por primera vez, una noche cuando la luna roja desgarraba las copas de los árboles para retratarse en los azogues del agua templada y corrida que bajaba de la montaña de Las Minas. Allí lo vieron por leves instantes un par de pobladores de la Vega de los Cordón, que venían de un velorio. Su corpulencia y aspecto monstruoso los aterrorizó, sintieron sus ojos de fuego que los recorrió de pies a cabeza, estaban paralizados de miedo, pero ese día la bestia decidió perdonarles la vida. Dando un majestuoso salto se perdió entre la sombra del puñado de árboles que amurallaban el río. Los tres testigos lograron recuperar su aliento en la casa de don Miguel Vargas, el que vendía el licor clandestino conocido como cushusha. Desde luego nadie les creyó su extraordinaria narración, empezando por el Jefe de la Policía Municipal y menos por el alcalde Ruperto Castañeda, quien los mandó llamar para que dejaran de andar alborotando a la gente y… “de estar tomando ese guaro, que los hace ver babosadas”.

Pero a la siguiente luna roja, hubo más testigos de la extraña y monstruosa aparición, lo que motivó que muchos no quisieran usar el puente de hamaca por las noches, preferían no salir que ser víctimas del hombre peludo. Y en las siguientes lunas encarnadas, las terroríficas apariciones continuaron, acompañadas de un escalofriante aullido de lobo, que parecía provenir del propio infierno.

El cura de la iglesia realizó exorcismos en diferentes aldeas a solicitud de los asustados vecinos. Era curioso observar como la mayoría de personas ahora colgaba de sus cuellos diferentes reliquias religiosas: crucitas de ocote, cruces de plata, la imagen del Cristo de Esquipulas, la medalla de la Virgen de las Siete Chiches, de San Judas… Los de las iglesias fundamentalistas, como la de La de los Santos de los últimos respiros, no se apartaban del sagrado libro ni para ir al baño.

El miedo llegó a contagiar a todo el pueblo, y nació la desconfianza entre los vecinos, ya nadie confiaba en nadie, además, muchos dudaban de algún fuereño; del curandero de la aldea, el que pasaba huevos de pato por la cabeza para sacar los malos espíritus; del achimero que vendía de casa en casa las colchas típicas; el afilador de cuchillos y tijeras; el vendedor de helados de carreta, que enamoraba a las señoras; del barbudo del Oreganal; del cangrejero… Uno de los más aterrorizados era ahora el propio alcalde, quien improvisaba reuniones con sus concejales para poner en práctica un plan de seguridad, que entre otras cosas proponía que todos tuvieran un arma bien aceitada para defenderse: desde el viejo pistolón hasta los machetes calabozos bien afilados, además que la cabeza de ajos no faltara en las puertas de las casas.

Todas estas recomendaciones se dieron a conocer en un bando municipal, a ritmo de tambor de cuero en cada esquina de los barrios. De aquí nació la fea costumbre de andar con el cuete en la cintura, aunque los investigadores sociales ahora lo desmientan…

El miedo se regaba como peste contagiosa en cada caserillo… Sólo había una persona, que no daba crédito a los acontecimientos, que se reía a quijada abierta de la gente que contaba asustada sobre las apariciones de la bestia peluda. Era la sobrina del alcalde, se llamaba Matilde Trinidad Aldana Castañeda, era guapa, de mirada inteligente y maliciosa, voz fuerte y pistolón al cinto.

—Si miran a esa preciosura del hombre peludo, que debe de andar aullando pero por las ganas de coger, díganle que aquí está su Mati, esperando ver su parte peluda…. ¡ja,ja,jaja,ja… !

Ante estos desafíos públicos de la hermosa sobrina, algunas personas solicitaron la ayuda del ocupado cura del pueblo, para que la aconsejara y dejara de andar provocando a la bestia satánica. El párroco aceptó la tarea, se armó de una botella de agua bendita y otra de ron, y buscó a la desafiante mujer…

—… Y como te decía Matildita, vengo a implorarte en nombre del grupo carismático, que dejes esa actitud de andar desafiando al maligno, no sabes que oscuros designios traerá para el pueblo, aquí hace falta mucha oración…

— ¡Déjese de pendejadas padre, aquí lo que hacen falta son huevos…!

— ¡Ay Jesús, María y José! ¡Que Dios ilumine tu camino mija!

Y el tiempo fue pasando, los meses con sus lunas escarlatas se ampollaron de historias negras relacionadas con el hombre que aullaba… y poco a poco el fantástico ser se convirtió en parte de la identidad del pueblo: las pequeñas tiendas decidieron cambiarle nombre a sus modestos negocios: La tienda que antes se llamaba “La Esperanza” ahora se titulaba “El Camino del Lobo”, La cantina “El gato Negro” de los Chacón, ahora sería “El último aullido”, el cine “Los Tecolotes” se cambiaría por “El Licántropo”, el centro espiritista “El cuerno” de los Luna, ahora se llamaba “Casho Luna”… En la pequeña plaza de mercado municipal se empezaron a vender reliquias pertenecientes al desalmado ser: Pelos de cola de lobo para combatir la impotencia sexual; polvos de caquita del hombre peludo, que tenía propiedades medicinales: para la caída del pelo, para dolores menstruales, para cálculos renales y biliares… y así la población se fue adaptando, aceptando la presencia terrible del “Peludo”.

La economía prosperó, producto de la actividad turística que generaba el “puñetero” hombre misterioso. De un día para otro el tranquilo pueblo se llenó de agencias bancarias, de prestamistas, empresas de exportación agrícola, investigadores sociales, historiadores, circos venidos de las Europas… y más iglesias fundamentalistas que profetizaban el fin del mundo. Pero un hecho haría que nuevamente el terror se hiciera presente: La extraña desaparición de Matilde. El alcalde puso la denuncia de secuestro a la Policía Nacional y a la Gobernación Departamental, ese mismo día todo el pueblo se puso pinto de agentes y de soldados del Ejército, nunca se había visto tanto despliegue de fuerzas de seguridad: se vieron desfilar hasta tanquetas de la Primera Guerra Mundial por las calles empedradas del municipio y por el aire tronaban los aviones bombarderos conocidos como “sulfatos”. Ahora el vecindario tenía un problema mayor: Las fuerzas de seguridad habían establecido un estado de sitio y realizaban cateos casa por casa.

-Disculpe coronel… creo que toda esta exhibición de fuerza armada está atemorizando mucho al pueblo y es innecesaria…

– ¡Cállese señor alcalde, aquí usted ya no tiene el mando!

Esa noche capturaron a muchos vecinos y los metieron a la cárcel por sospechosos y traidores a la patria, especialmente a todos los que tenían barba y pelos en el pecho: más de dos tercios del pueblo, entre ellos el propio alcalde Castañeda y todo su Concejo. Y las cosas cada día iban de mal en peor, el coronel que tenía el mando conformaba un pelotón de fusilamiento para llevar al paredón de la vieja iglesia, a los primeros cinco sospechosos, hasta que ocurrió el milagro: Después de siete días de esfumada, apareció Matilde en el Cabildo Municipal, donde tenían su centro de operaciones las fuerzas armadas… y se enfrentó al irascible coronel.

– ¡Óigame pachuquito uniformado! ¿Quién chingados es usted para tener preso a mi tío y a todo su Concejo?

– ¡Soy la autoridaaaa… su papaaaa y su mamaaaaa!

– ¡Pues se equivocó…! ¡Aquí la única autoridad la tiene el pueblo… y agorita, en este momento me saca a toda su tropa…!

Todavía no se sabe cómo el iracundo militar aceptó la enérgica solicitud de la guapa Matilde, lo cierto es que liberó a todos los presos políticos y dio órdenes a todas las fuerzas de seguridad, de tierra y de aire, que desalojaran la población… y por muchos años no se les volvió a ver, hasta que aparecieron los guerrilleros…

Por su parte Matilde tuvo que confesar que la semana de su desaparición, la había pasado con el hombre lobo… y que se sentía profundamente complacida con las atenciones de la bestia, que ya no era tan bestia, aunque sus instintos seguían siendo de un animal y que necesitaba mucho cariño, especialmente durante los plenilunios…

Y desde entonces las lunas llenas dejaron de ser rojas, fueron blancas y brillantes… y cada vez eran muchas las mujeres que esperaban las lunas grandes, las que dejaban sus puertas y ventanas abiertas, por si algún hombre se quería transformar en lobo… y quisiera aullar en sus dormitorios.

Pero como les dije, todo esto ocurrió hace muchos, muchos años, y la gente es desmemoriada y no recuerda las historias verdaderas de su pueblo. Aquí detengo mi relato, porque… esta noche es luna llena… siento que todo mi cuerpo empieza a transformarse… y que se llena de negra pelambre…


José Manuel Chacón (Teculután, Zacapa – ¿? ¿?) Es arquitecto y caricaturista político… desempleado. Ha publicado “Dos Yglesias” (novela histórica) “La otra Historia”, “La canción del grillo”, “¡Tierra, tierra, tierra!”, “Jesús, el profeta incómodo”. Tiene otros proyectos de publicación en novelas y cuentos.

… me llamo liana enroscada en los árboles, mono que cuelga sobre el abismo verdinegro; me llamo hacha para hendir el pecho del cielo, columna de humo que abre el corazón de la nube; me llamo caracol marino y laberinto del viento, torbellino y cruce de caminos; me llamo nudo de serpientes, haz de siglos, reunión y dispersión de los cuatro colores y de las cuatro edades; me llamo noche e ilumino como el pedernal; me llamo día y arranco los ojos como el águila; me llamo jaguar y me llamo mazorca.
Los signos en rotación, Octavio Paz.

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