Por: Juan Fernando Girón Solares

Veinticinco o 30 años atrás era frecuente que los devotos, tanto hombres como mujeres, que participaban en los cortejos procesionales de Cuaresma y Semana Santa en nuestra capital, acudieran a temprana hora del primer domingo de Cuaresma para hacer su fila en el salón contiguo al templo, donde las Hermandades, grupos y asociaciones vendían las correspondientes cartulinas-turno que les permitían participar en dichos cortejos de los días grandes por venir, compartir unos momentos con sus pares, y a la conclusión del acto, entregar su ofrenda para recibir la correspondiente contraseña-recibo y así, asegurar su inscripción para estas actividades santas y paralitúrgicas.

_P2050226Una vez finalizado el proceso, era propicio y permisible acudir a la siguiente fila de inscripción de otro templo y por ende de otro cortejo procesional para repetir este acto voluntario, que constituye la semilla de tan importante tradición en nuestro medio. Y así sucesivamente, de parroquia en parroquia, o de procesión en procesión, transcurría la mañana de aquel día domingo tan esperado y al filo de las dos o tres de la tarde, dependiendo del número de inscripciones, el hermano cucurucho o la devota cargadora se retiraba del Centro Histórico con la satisfacción del deber cumplido y con sus contraseñas en mano o en el bolsillo, preparándose con alegría para el gran día esperado de poder llevar en hombros, un año más, al Señor o a la Virgen Dolorosa.

Lejos han quedado aquellos días que muchos jóvenes de hoy ni siquiera conocieron, ya que los organizadores de las procesiones se han visto en la imperiosa necesidad de adelantar el proceso de venta de sus cartulinas con muchos meses de anticipación y prácticamente desde que concluye la Semana Mayor, los fieles devotos ya están pensando en asegurar su participación dentro de las manifestaciones religiosas de la siguiente, algunas veces por medio electrónico, otras veces en forma personal a mediados y fines de año, y cada vez el “cupo” de nuevos aspirantes a cargadores, damas y caballeros, enfrentan la dificultad de lograr su inscripción por vez primera y cumplir así su anhelo en el primer domingo de la santa Cuaresma, de poder participar en una procesión. De esa manera, dichos organizadores se han visto en la necesidad de adelantar horarios, ampliar recorridos, agrandar las andas y otras alternativas de crecimiento procesional. La razón de todo esto es una, y es la que el autor de estas líneas define sencillamente como LA EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA DE LA CUARESMA Y SEMANA SANTA, fenómeno social, religioso, tradicional, étnico y hasta sincrético que implica, gracias a Dios, que cada año cientos y hasta miles de devotos nuevos decidan participar en estas tradiciones como manifestaciones de fe genuina. Ahora bien, se ha preguntado usted querido lector, cuáles son las causas que han motivado la referida explosión demográfica de los últimos años ¿? No podemos ni debemos dejar de mencionar el crecimiento poblacional y más aún de nuestra querida ciudad capital, pero las respuestas que puedan brindarse a esta pregunta, lógicamente son variadas, y naturalmente obedecen a la convicción de cada persona en particular que decida ingresar a las filas de morados, blancos o negros penitentes. Hoy, en el umbral de una nueva Semana Mayor, dándole gracias a Dios porque el elemento más importante de estas tradiciones, el elemento humano que se incrementa año con año, me permitiré brindar algunas respuestas desde una perspectiva eminentemente vivencial y no académica, pues soy de la firme convicción que solamente quien es cucurucho o devota cargadora se entiende a sí mismo. En este sentido, algunas respuestas a la interrogante que planteamos, cuyo denominador común es el SE (del verbo ser y/o estar); en ese sentido, el penitente (hombre o mujer) SE:

1.- Ha identificado con estas tradiciones. Cuando una persona se identifica con una actividad, se siente afín a ella, experimenta el gusto de conseguir el fin último u objetivo de la actividad y encuentra un verdadero sabor en lo que hace y en lo que realiza. Ese es precisamente el tema; el devoto piensa “esto es lo mío” y no se visualiza en ninguna otra parte ni en ningún otro momento que no sea en medio del cortejo procesional durante los días de Cuaresma y Semana Santa. La identificación con determinada tradición va más allá de la simple reiteración de hechos porque sí; aquí tiene que ver por supuesto como justificativo de dicha identificación la herencia que se recibe de nuestros antepasados, padres y abuelos quienes han predicado con el ejemplo; la realización de la persona con base en la devoción a nuestras imágenes, el juego de los sentidos con lo que se ve, se escucha, se percibe, se gusta, se palpa, etc., es decir los elementos propios de la tradición, mismos que agradan sobremanera a él o la devota cargadora.

2. Sentirse orgulloso con lo que realiza. El orgullo, como sentimiento humano, pero no desde una perspectiva egoísta sino más bien desde la exaltación por pertenecer a determinado equipo, agrupación o conglomerado social, no puede tener otro resultado que el levantamiento del plano espiritual de cada uno de sus integrantes. Desde estas ideas, el penitente se siente orgulloso de participar en estas manifestaciones de fe popular, no solamente por lo que ellas representan, pero especialmente por lo que significan en su vida. El ser cucurucho o devota cargadora es una forma especial de vida que se vive siempre, y desde luego con especial énfasis en esta época, y esa forma de vida sin lugar a dudas hace que la persona viva con el inmenso orgullo de participar en la procesión.

3. Sentirse parte del cortejo. Caminar a la par de la imagen del Nazareno, el Sepultado o la Dolorosa por razones de fe, y sin importar las adversidades del clima o los rigurosos horarios de hoy en día, desde antes que salga el sol hasta altas horas de la noche; solamente pueden explicarse cuando la persona se considera a sí misma como parte del cortejo procesional, y evidentemente cuando desarrolla una relación muy especial con la imagen de su devoción. De allí es donde principalmente nace la decisión “A mi Señor o Señora, no lo dejo solo o sola en la calle desde que sale hasta que entra…” La tradición va más allá para volverse un compromiso voluntariamente adquirido, y si en una procesión hay imágenes, andas, cruz alta, ciriales y estandartes, por supuesto que debe haber cucuruchos o devotas cargadoras que como parte esencial del proceso acompañan a las imágenes de su devoción.

4. Regocija a través de una sana alegría. Es tal el amor y nuevamente la devoción que, valga la redundancia, el devoto siente, al participar en un cortejo procesional, que el mismo no ve la penitencia como un castigo físico o corporal sino que lo entiende como un acto de expiación sumamente agradable; y cómo no va a ser así, si contempla la belleza iconográfica de las que son, sin duda alguna, las imágenes de pasión más lindas del mundo, con verdaderas catequesis en sus andas procesionales, escuchando la interpretación de extraordinarias marchas fúnebres y finalmente cumpliendo los recorridos por lugares emblemáticos como templos religiosos, parques, monumentos nacionales o calles llenas de recuerdos y anécdotas; y al finalizar la memoria dichosa del momento del turno que queda grabado en su mente con tintes de alegría y de bendición para siempre. Y finalmente.

5. Siente más cerca a Dios. Por muy hermosa que una tradición religiosa sea y así lo represente para el devoto (a), la misma carecería de sentido si no sirve como un medio para aproximarnos a Dios. De esa manera, el protagonista de estas conmemoraciones, sin lugar a dudas no falta a su cita anual para platicar de cerca con Jesús y María al caminar largas horas con ellos bajo el sol ardiente del verano o el frío intenso de la noche de marzo o abril, para pedirle por sus necesidades más imperiosas, poner en sus manos sus proyectos, contarle sus penas y alegrías y un sin fin de sentimientos. Por ese motivo, injusto resulta que se critique a estas tradiciones, analizando solamente los aspectos de materialidad sin tomar en consideración la fe tanto interna como externa de el o la devota cargadora, quien con mucha legitimidad encuentra en estas manifestaciones religiosas la ocasión perfecta para hablar con Dios y pedirle muchas veces la fuerza para el cambio. Esto último es quizá lo más importante.

En fin, la conclusión es que solamente puede venir del Todopoderoso y claro está de las almas de los buenos guatemaltecos, hombres y mujeres, que las razones antes expuestas a criterio del autor, hayan hecho un “click” cuyo efecto inmediato es que cada año y cada vez más, exista mayor número de personas que en esta sana explosión demográfica, quieran participar en los solemnes cortejos procesionales. Sería muy triste que nos sucediera lo que acontece en otros países y latitudes, en los cuales los organizadores afrontan el problema de no tener “quien cargue la procesión” o peor aún, actividades paralitúrgicas que desaparecieron con el transcurrir del tiempo porque faltó el elemento más importante, como lo es el elemento humano. Tenemos que darle gracias a Dios por ello, por lo que somos y lo que hemos logrado hacer en Guatemala. Por eso querido lector, vayan estas líneas como un breve, pero merecido reconocimiento por haberse sumado en estos últimos años al selecto grupo de devotos que han ocasionado la explosión demográfica en nuestra Cuaresma y Semana Mayor, así como por su identificación, por su sano orgullo, por sentirse parte del cortejo, y por esa santa alegría que se experimenta al sentirse más cerca de Dios, a quien pido que en esta Semana Mayor bendiga a todos los que participamos en nuestras tradiciones.

Guatemala de la Asunción, Viernes de Dolores 18 de marzo de 2016.

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