Nada que no se sustente en unas raíces auténticamente locales puede alcanzar una dimensión universal. Esta una de las premisas de la cultura en sí mismas. Suelen ser las obras o los hechos más localistas, los que alcanzan una mayor dimensión fuera de los estrechos márgenes de donde surgieron. En realidad es la autenticidad de lo individual lo que da verdadero valor a una colectividad. Aquello que carece de una verdadera conexión con sus orígenes jamás podrá alcanzarlo cuando traspase este pequeño ámbito.

Cuando algo trasciende más allá del espacio para el que fue creado significa que los valores que contiene exceden con mucho los límites de lo particular, que su significado puede ser alcanzado por cualquiera en cualquier situación, y aquello que empezó siendo específico se convierte en colectivo.

La devoción de Jesús de la Merced trasciende el barrio y la comunidad, con todo el localismo que acarrea, parte de ese merito radica y responde a una autenticidad incuestionable. Que yo sepa o que yo lo recuerde, esta es la primera vez, que alguien escribe sobre los favores recibidos de Jesús de La Merced. Es por esa razón que el licenciado Walter Enrique Gutiérrez Molina, nuevamente en este año 2016 rinde homenaje especial a tan venerada imagen, en sus líneas nos ofrece una rica descripción de ofrendas y milagros a lo largo de estos años.

A nadie debe extrañar que nos preparemos, desde ya, con júbilo a la celebración de los 300 años de la Consagración de Jesús de La Merced en el año 2017. Este año llegamos a la publicación del número 40 del libro cuaresmal, y por esa razón el tema central del escrito de Gutiérrez Molina (Walter Enrique Gutiérrez Molina) resalta milagros y vivencias de fe. Quisiera insistir, y advertir al lector -especialmente a quienes el cuerpo y el alma de estas tierras le son ajenos- que cada anécdota de las allí referidas, trasciende el concepto corriente y rampante de la anécdota. Se trata de jirones de historia íntima, que, fina y humanamente tejidos explican un modo de ser, y un propósito para ese modo de ser. El ser y el modo del devoto de Jesús.

Es esta verdad la que, sin duda, ha sorprendido a todos aquellos que se acercan al Nazareno. No solo es la belleza indiscutible de su rostro lo que crea devoción más allá de nuestras fronteras, sino los valores que este acarrea, la simpleza, la cercanía, la magnificencia que siempre lo rodea, fruto no de la búsqueda de un lujo desmesurado, sino del amor que siempre encuentra a su alrededor, de cómo los devotos quieren ver a su Jesús.

Sirvan esta páginas, escritas con sencillez, pero con profunda fe, como un conjunto de factores que vayan calando en nuestro interior para seguir fomentando esta devoción que hace grande a Jesús de La Merced.

¿Una noche cualquiera de cualquier día del año? Viernes Santo.

Son las diez de la noche. Templo de La Merced. ¿Cómo describir lo que sucede desde que se abren las puertas a las dos de la madrugada hasta que cierran eclipsando el rostro de Jesús Nazareno a las cuatro de la tarde? Intentaré hacerlo reconstruyéndola en un mosaico formado por suspiros, nostalgias, lágrimas, oraciones y exaltaciones unidos por el yeso de palabras, intuiciones y emociones nuevas.

Son las doce de la noche del Jueves Santo. Ven Jesús y danos la esperanza. Porque todavía no vemos a Dios cara a cara, todavía no lo poseemos definitivamente, todavía no estamos liberados del sufrimiento y de la angustia, todavía no estamos a salvo del dolor y la muerte, nuestra y de aquellos a quienes amamos, todavía no han terminado las separaciones, ni las lágrimas, ni los adioses, ni los olvidos. Ven Jesús de La Merced y danos la esperanza, que sólo verte es ya tenerla. Que se abran las puertas de tu templo; abra camino la Cruz de plata; salgan los ciriales, avancen los preciosos pasos y tras ellos navegue el anda de tu Consagrada Imagen.

Corra por la multitud la voz de que ya viene la Dolorosa, recorra el atrio su estandarte, suene entre suspiros la «Granadera». Bendice Madre nuestra el suelo de Guatemala al pisarlo y las casas al rozarlas; fluye por la calle ancha de la 11 avenida, por Jocotenango, por la Recolección, pon de pie a las personas que le esperan en Catedral; y desde allí, en triunfal regreso, empapada de Dios, va por las estrechas arterias de la ciudad provocando amaneceres, rasgando oscuridades, derrotando tinieblas, hasta enfrentarse al sol que se le rinde, humillándose ante la única de la luz que alumbra nuestras vidas y haciéndose brillo de sus bordados, fulgor de plata, resplandor de su corona, ráfaga de su perfil, vida en sus ojos y luz de su sonrisa.

Por eso el Viernes Santo por la mañana confiamos. El Viernes Santo por la mañana saltaríamos un abismo, si Dios nos lo pidiera. ¿Dónde está muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? No importa que ahora esté cerrado nuestro corazón. Porque no es donde estuvieron y donde hemos de buscar nuestros amores muertos, sino donde están y donde viven. Ventanas de la eternidad son los ojos de Jesús de La Merced siempre, pero más que nunca el Viernes Santo por la mañana. Desde ellos los muertos nos miran, rebosantes de gozo al ver a quienes amaron en vida, porque saben que no hay más horizonte cierto que el resplandor de la gloria que este divino rostro proclama. Para decirnos el amor de quienes nos amaron talló el rostro de Jesús, puso luz en sus ojos, dibujó la sonrisa en sus labios y convirtió su perfil en fina frontera entre la eternidad y el tiempo, entre la vida y la muerte, que los resucitados rompen para que sobre nosotros desborde la certeza de la gloria con solo mirarlo.

Son las tres de la tarde. Nada queda ya. Y todo queda. Tarde de Viernes Santo. La Semana Santa en una experiencia pos Pascual en la que la Pasión se vive a la luz de la Resurrección. La cruz no pesa sobre el Señor de La Merced, que acepta su destino con el gesto manso con el que su Madre aceptó encarnarlo en la Anunciación. En Jesús de La Merced la ternura puede más que el dramatismo de su rostro y de su gesto. El Nazareno, agoniza y asciende, muere y resucita a la vez. No puede hacer más vida de la que hay en los cuerpos del Calvario y del Amor. Ni más resurrección que en el rostro de la Dolorosa.

Vayan pues mis líneas al soplo de mis manos, como un grano de arena o simiente en pro del rescate de la devoción y culto a Jesús de La Merced, las que espero sean de alguna utilidad para quienes tengan la oportunidad y la paciencia de leerlas.

Información tomada de la Presentación del Libro «Ofrendas y Milagros» A los pies del Nazareno Mercedario. Edición Cuarenta. Escrita por el Párroco de la Iglesia de La Merced de la Ciudad de Guatemala P. Orlando Aguilar, S.J.

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