El personaje femenino más famoso de la Independencia fue María Dolores Bedoya. Foto: Escuela Dolores Bedoya.

La participación política de las mujeres ha sido invisibilizada a lo largo de la historia oficial. Sin embargo, una y otra vez, por golpes de suerte o gracias a una historiadora, salen a luz. Este es el caso del personaje femenino más famoso de la Independencia: María Dolores Bedoya, simplemente. La Magister en Historia, Beatriz Palomo, examina a fondo la vida de ella a partir de sus descendientes.

“La política es cosa de hombres”, quizá porque la política es la mancuerna del poder, un constructor del patriarcado que ocupa a las mujeres en otras tareas.

Tareas que se resumen en la frase: “No tenemos quién nos haga los sandwichitos”, que salió a luz durante un foro realizado en los años 1990 para establecer la razón subyacente en la magra participación de las mujeres en el gobierno municipal, luego de una oleada de mujeres alcaldesas en el interior de la República, cuenta la historiadora. “Ellas son la infraestructura de los maridos que sí participan. Liberan a los hombres de las tareas que toman tiempo y no son reconocidas. Está claro que carecen del apoyo que sí reciben los hombres”, expone.

Foto: Cortesía

Volviendo al personaje de esta historia, se cree que las mujeres ganaron derechos después de la Independencia, pero la evidencia demuestra lo contrario. Dolores Bedoya no era “…de Molina”, pues el “de” nació con el Código Civil de 1838, durante el gobierno de Mariano Gálvez. Sin embargo, a decir de la experta, las mujeres tuvieron espacios de poder que usaron silenciosamente, o no tanto.

En el contexto del Bicentenario en Centroamérica, el pasado miércoles, Palomo dictó la conferencia virtual: “La mujer en la Independencia” para la Academia de Geografía e Historia. La siguiente es una incursión en la vida de Dolores Bedoya, una de las figuras clave.

DOLORES Y PEDRO

María Dolores de San Mateo nació en el seno de una familia de “clase blanca”, siguiendo la clasificación social de la época, en la Nueva Guatemala de la Asunción, el 20 de septiembre de 1783. Entonces una ciudad que atravesaba una crisis económica debido a la caída del precio de la grana.

Los Bedoya procrearon seis hijos. Les interesaba la política y en su hogar solían llevarse a cabo tertulias donde se discutían tópicos filosóficos, políticos y literarios o simplemente se ponían al día de las últimas novedades. “Se chismeaba también”, expone Palomo. Eran tertulias a las que asistían las mujeres de la casa y algunas veces también participan otras mujeres.

 

María Dolores tenía 15 años cuando su hermano invitó a un joven estudiante de medicina a participar en las tertulias en casa. Así conoció a Pedro Molina, quien llegó a ser presidente. “Le dio ocho hijos, años de abandono, penurias y pesares durante medio siglo.

Se casaron en 1804, cuando ella tenía 21 años y él 27. Se casaron por poder pues él tuvo que partir presurosamente a Granada, Nicaragua, para servir como médico en el batallón de fijo. Después de la boda su padre la acompañó para que se reuniera con su esposo. En Granada vivió los primeros diez años de su matrimonio.

En 1814 regresaron a Guatemala, que atravesaba por la represión de Bustamante y Guerra (1811-1817) presidente de la Audiencia, un gobernante decidido a cortar de tajo cualquier intento de rebelión en el Reino. En este contexto, de reuniones en Belén y en casa de los Bedoya, dos de los hermanos de Dolores fueron encarcelados. “Aquí aparece la primera evidencia escrita de la participación política activa de nuestro personaje, quien envía un petitorio a las autoridades”, describe la historiadora. La petición de Bedoya no logró la libertad de su hermano, Mariano, pero al final no fue ejecutada la sentencia a la horca que se había pronunciado en su contra.

EL TRABAJO DE HORMIGA DE BEDOYA

En esos tiempos la situación política en Guatemala era tensa debido a una serie de levantamientos en diferentes partes del Reino. Para 1821, cuando se llamaría una reunión de notables para el 15 de septiembre, doña Dolores utiliza otra arma política permitida a las mujeres de su época: lo que se conoce como “trabajo de hormiga”. Hablar con la gente personalmente, de casa en casa para convencerla e incitarlos a la acción.

El 14 de septiembre fue un día lluvioso. En compañía de su pariente Basilio Porras, también liberal, se dedicó a visitar a los habitantes del barrio La Candelaria y de los Remedios para convencerlos que se presentaran en la plaza al día siguiente a quemar cuetes. Asimismo, la marimba en la plaza picaría la curiosidad de los vecinos, que acudirían a ella aún en un día lluvioso. El bullicio de la plaza provocado por doña Dolores y sus amigos hizo que uno de los que estaban dentro del Palacio de Gobierno, el centro del poder formal, entendiera el mensaje. José del Valle previene que hay que declarar la independencia para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase el mismo pueblo. “Una mujer que se atreviera a entrar a una zona roja a las casas de la gente indica que era conocida y respetada”, reflexiona.

“Dolores Bedoya cumplió a cabalidad su papel asignado. La doctrina liberal, defensora de la libertad, también es androcéntrica. Los derechos se refieren al hombre, las mujeres son vistas como instrumentos de apoyo. Por ello no puede ser calificada como feminista porque piensa que el mundo sigue un orden, el de la tradición judeocristiana, bien aprovechada por los liberales centroamericanos”, expresa Palomo.

IGUALDAD, PERO COMO SEGUIDORAS

Bedoya creía en la igualdad de capacidad entre hombres y mujeres, como lo documenta en una carta a su hijo Felipe a quien le escribe: “Desde que el mundo es mundo ellas, las mujeres, han estado sometidas al hombre. A mí me parece que la fuerza es su ventaja, el gallo que canta, tiene la potencia; también los hombres la tienen: esta es otra ventaja del hombre y los dos son grandes. Hay algunos que carecen aún de las dos y, sin embargo, son superiores a las mujeres.

El vestido de Dolores Bedoya. Foto: Miguel Álvarez

Pensaba que las mujeres debían educarse para crear buenos ciudadanos, participar activamente en todo, también en política, pero como seguidoras; nada de tomar la antorcha y tomar la delantera, aunque hubiera sido muy capaz. Por eso no había discordia con su marido, Pedro Molina.

Los Bedoya adversaban la anexión a México porque preferían ser independientes. No deseaban salir del yugo de un poder para caer en otro. Por lo tanto, reiniciaron las juntas patrióticas. La noche del 30 de noviembre de 1822, al salir de una de ellas, Cayetano Bedoya, en un confuso incidente con una patrulla municipal, muere de un balazo. “Esto además de causar un gran pesar a doña Dolores hizo que el pequeño movimiento de activistas se desanimara y se apagara el espíritu republicano”, documenta la historiadora.

SUS CARTAS

Las cartas de Bedoya fueron también objeto de estudio. Estaban escritas con una letra apretada pero clara en donde se podía descubrir a una mujer comprometida con su pareja, su familia y su patria. Su interés principal fue la política. “Amó a sus hijos y a su marido con todas las fuerzas de su corazón, pero las cartas dirigidas a ellos son eminentemente políticas”, expresa.

Por otro lado, las cartas y petitorios de doña Dolores manifestaron su temperamento. Su participación política empieza en 1813, antes de la independencia de 1821 y se prolongaron aún después de su muerte en la actividad que sus hijos desempeñaron al servicio de la patria.

Las cartas más valiosas para conocer sus pensamientos son dirigidas a su hermano. “No se tiene que aparentar ni quedar bien ante sus ojos, por lo tanto, en ellas se desahoga”. En una de estas misivas del 30 de octubre de 1822, expresa sus temores de que “los mismos sujetos que dirigieron la Unión a México son los que si nos descuidamos, nos volverán a atar al carro de la servidumbre…”.

Estas dos últimas cartas, escritas a su hija, en diferentes periodos denotan su decepción por el curso de los acontecimientos políticos posteriores.

Desde Sonsonate, en 1824, expresa: “Todo ha cambiado, no sé si mi juicio ha participado del trastorno general, lo cierto es que los hombres de esta tierra desgraciada, en general me parecen muy despreciables y cada día los desprecio más. Desconfianzas, muchos intereses, rateras pasiones bajas, son los grandes móviles de todos. Son como niños, hacen y ríen cuando debieran unirse para hacerse respetar de las demás naciones (…)”.

Finalmente, en 1851, año en que Rafael Carrera fue electo presidente de la República, escribe: “Querida hija cada día tengo ganas de largarme del país, como tal vez parecer una loca, vuelvo y revuelo mis ideas. Necesito un milagro y no es tiempo de ellos y, sin embargo, la suerte de mis hijos me preocupa y si no logro antes de morir verlos bien establecidos moriré desesperada.

Al final de sus días, doña Dolores se siente cansada y frustrada porque lo que soñó para su patria no se concretó. El 9 de julio de 1853, a los 69 años, en un territorio que seguía convulso, exhaló su último suspiro.

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