Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La comunidad científica reconoce y destaca la importancia del uso de la mascarilla y del lavado de manos como la mejor herramienta para disminuir el riesgo de contagios sabiendo que el virus no desaparecerá mágicamente como algún idiota aseguró. Sin embargo, el tema de la mascarilla, como en general todo lo que tiene que ver con el Covid-19, cayó ya en las famosas teorías de conspiración y es ahora visto con ojos políticos, lo que hace que hasta el uso de ese sencillo utensilio sea parte de un debate intenso entre quienes creen que no se puede obligar a nadie a usarla y quienes piensan que hay que hacer lo que los científicos a lo largo y ancho del mundo recomiendan.

No faltan aquellos que están ya, desde ahora, haciendo campaña negra en contra de las vacunas que están en fases finales de los estudios, entre ellas la de Moderna y la de Pfizer, diciendo nada más y nada menos que son parte de un plan diabólico para asesinar al 80% de la población mundial y hay imbéciles que reproducen la patraña. Curiosamente los enemigos de la mascarilla y de las vacunas son los mismos trumpistas que siguen pensando no sólo que el Covid-19 es un virus creado en China para dañar a Estados Unidos, sino además que la realidad ha sido distorsionada por exageraciones de la prensa que infla el número de casos y pinta panoramas dantescos de la realidad.

El punto es que ver el panorama de Estados Unidos ahora, cuando muestra hasta 180,000 casos en un solo día, tiene que ser un espejo para entender la realidad y, sobre todo, para echar pan en nuestro matate. En Estados Unidos muchos de los 72.3 millones de electores que votaron por Trump siguen el ejemplo de su “líder” y desprecian no sólo el uso de la mascarilla sino a quienes la usan responsablemente. En algunos Estados donde la mascarilla es una norma que se debe cumplir, los casos no se han disparado en la proporción que reflejan comunidades en donde o no es obligatorio su uso o donde simple y sencillamente las personas sienten que el Estado no debe entrometerse en sus vidas para ordenarles qué se tienen que poner o qué deben usar. Además, en muchos lugares no se da importancia a herramientas que ayudaron en otros países, como las pruebas y seguimiento de los contactos de las personas contagiadas para ir creando un cinturón que aísle a los positivos.

A nosotros en Guatemala nos llegará la vacuna mucho después que a otros países desarrollados y por lo tanto la perspectiva es más dura y compleja. Además tenemos un serio problema de datos, puesto que según lo que indican también los científicos, para reaccionar mejor ante la propagación del virus es indispensable la masificación de pruebas y eso es algo que está, por lo visto, a años luz de distancia y realmente no sabemos cómo estamos, qué nivel hay de contagios, ni seriamente, cuáles son los puntos críticos donde se presentan más casos. No digamos lo relacionado con el seguimiento de contactos.

Por ello aquí es esencial redoblar cuidados y aferrarnos a la mascarilla como verdadera tabla de salvación porque es la única herramienta disponible y su eficiencia está probada.

Artículo anteriorEl acosador: cambia pelaje pero no vestuario
Artículo siguienteSálvese quien pueda