Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Víctor Ferrigno F.

El pasado tres de mayo se conmemoró un aniversario más de la libertad de prensa, en el marco de una pandemia de alcances mundiales, que afecta todas las actividades societarias. Este año, en medio del confinamiento, la libertad de prensa se enfrentó a una nueva amenaza: la desinformación. Medios de comunicación tradicionales, electrónicos y redes sociales se vieron saturados de información basura, que lograron confundir e inmovilizar a la humanidad.

Nunca, como ahora, la desinformación y el miedo fueron tan efectivos para que la ciudadanía mundial aceptara sumisamente el mandato de los gobiernos y los poderes fácticos, bajo la presunta amenaza que todos podríamos morir. Muy pocos nos atrevemos a advertir que los efectos de la pandemia serán peores que la enfermedad.

El orbe ya padecía una crisis monetaria y otra energética cuando el COVID-19 nos sorprendió, sumando la crisis sanitaria. La conjunción de estas tres crisis desembocará en una hecatombe humanitaria sin precedente, desde la Segunda Guerra Mundial, con millones de muertos por hambre. Estos son los temas nodales que no se están debatiendo ni social ni periodísticamente, pues nos han desinformado de una manera brutal, haciéndonos creer que pronto regresaremos a nuestra vida normal, lo cual nunca sucederá.

Por falta de espacio solamente mencionaré algunos rasgos principales de estas crisis, para que puedan dimensionar su extensión y profundidad.

El dólar ya estaba colapsando cuando el coronavirus le dio una estocada letal, por la recesión en curso. Desde la década de los 70, la Fed ha pretendido resolver las crisis imprimiendo más dinero sin respaldo, generando burbujas monetarias que ahora reventarán, máxime que la alianza con los países petroleros árabes se rompió, sepultando al petrodólar.

Casi todas las monedas de las economías capitalistas abandonaron el patrón oro y se respaldaron con el dólar. Si cae la divisa verde, es probable que sucumban o debiliten las demás monedas. A ello se suma que China ha lanzado, en medio de la pandemia, su cripto moneda virtual (e-RMB), para sustituir al dólar, de manera progresiva, en sus transacciones. Así, quien haya acumulado billetes, se quedará con celulosa vegetal. Las acciones, inversiones, valores, etc. que se tasen en dólares, entrarán en una crisis de proporciones inimaginables.

La crisis del petróleo va para largo. Todos los analistas serios coinciden en que la recesión mundial actual solo es comparable a la de 1930, por lo que la reactivación económica llevará unos cinco años o más. Hasta que esto suceda, la demanda de petróleo será menor que la oferta, por lo que los precios permanecerán deprimidos, llevando a la quiebra a muchos empresas y países. El oro negro representa el 65% del PIB de Irán, el 60% de Kuwait, o el 50% de Arabia Saudita. A finales de abril, el precio del barril fue cero.

La brutal crisis humanitaria será producto de las tres precedentes. En España, por ejemplo, el 44% de la población está recibiendo ayuda estatal; ¿hasta cuándo aguantarán?

En EE.UU. se perdieron 26 millones de empleos durante las últimas 5 semanas; 26.5 millones de ciudadanos solicitaron ayuda estatal por desempleo, y se le denegó a unos 12 millones, mientras Trump rescata a las petroleras y a los bancos. En las elecciones de noviembre le cobraran la factura.

En Guatemala se perderán 800 mil empleos, afectando a 4 millones de personas, en un país donde la pobreza ya atenazaba al 61% de la población, el hambre siempre está presente, y el Estado solo existe para reprimir. Es un escenario de confrontación y caos.

Los ciudadanos, de manera concertada y sin exclusiones, debemos formular e impulsar un Plan Nacional de Contingencia frente a la pandemia y el hambre, y acordar cómo construir un nuevo país, más justo, más incluyente y más democrático. Aún es tiempo.

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