Un hombre deportado abandona el sitio donde los guatemaltecos que regresaron de los EE. UU. fueron puestos de manera preventiva la semana pasada. Foto La Hora/Moises Castillo/AP

Sin aumentar significativamente la producción, Guatemala ha tenido un crecimiento económico y paz social desde que empezó a producir nuestra gallina de los huevos de oro, es decir, esa impresionante fuerza migrante que ha inyectado miles y millones de dólares estimulando el mercado interno y dando bienestar no sólo a los receptores de las remesas sino también a todo un aparato productivo y de comercialización que encontraba clientes en esas familias benditas por el esfuerzo y dedicación de nuestros compatriotas que se parten el alma en trabajos que los norteamericanos no quieren, porque son demasiado duros, demandantes y mal pagados.

Los héroes nacionales más grandes que tenemos y hemos tenido son justamente esas personas que salieron con una mano atrás y otra adelante confiando en su fuerza, su capacidad de trabajo y resistencia, para mantener a quienes dejaron atrás y proveerles ya no sólo la alimentación sino ayudando a que mejoraran su nivel de vida y el de sus comunidades.

Esa gallina ahora agoniza porque lo que ni siquiera el odio de Trump pudo lograr lo está haciendo el coronavirus que los aleja de sus centros de trabajo y les complica la vida. Pero más daño le está haciendo la actitud irracional de esos grupos que enarbolan la consigna de perseguir, con ánimo hasta de linchar, a los migrantes que sean vistos luego de ser deportados. Ellos no están viniendo a Guatemala para contagiar a nadie sino que la mayoría lo hacen expulsados por el régimen más inhumano que haya tenido Estados Unidos, el país de las oportunidades que siempre abrió los brazos a los migrantes de cualquier origen y nacionalidad pero que ahora no tolera a la gente de piel cobriza ni le reconoce su tremendo aporte a la economía norteamericana.

Ese odio que están mostrando algunos guatemaltecos es irracional y no debe ser apañado bajo ninguna circunstancia. En primer lugar porque cualquier persona contagiada del COVID-19 merece solidaridad, ayuda y respeto. Todos podemos terminar contagiados y nadie quisiera que si le tocó la mala suerte, las turbas los ataquen a ellos y a sus familiares y amigos cercanos. La Pandemia tiene que sacar lo mejor de cada uno de nosotros pero evidentemente hay turbas que no andan viendo quién las debe sino quién las paga.

El futuro de las remesas es incierto y lo será más si nuestros migrantes resienten este tipo de comportamientos salvajes. Guatemala depende del trabajo de esos compatriotas porque ello es lo que nos ha mantenido a flote y sin un estallido social.

Redacción La Hora

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