Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

“La injusticia en cualquier lugar
es una amenaza para la justicia
en todas partes.”
Martin Luther King Jr.

Como todos los años, el tercer lunes de enero, se celebra en los Estados Unidos un homenaje a uno de los grandes líderes del siglo 20. Alguien que luchó por los derechos civiles, por la libertad y la igualdad de sus compatriotas. Me refiero al doctor Martin Luther King Jr. quien este año cumple 50 años de haber sido vilmente asesinado.

Durante su vida Luther King trabajó contra corriente, fue perseguido, difamado, encarcelado; pero nunca dejó a un lado su sueño por una sociedad más justa, donde todos los habitantes tuvieran los mismos derechos y oportunidades. Anhelaba un país en que los niños blancos y negros pudieran ir a las mismas escuelas, se sentaran juntos en el autobús e hicieran uso de los mismos servicios. Luchó incansablemente, para que sus compatriotas, de descendencia afroamericana, pudieran votar y participar activamente en la política.

Quien como Martin Luther King es capaz de perseverar en la búsqueda de un mundo mejor, a pesar de las dificultades, es porque ha encontrado una razón que da sentido a su existencia. Las decisiones que él asumió tuvieron consecuencias negativas para él y sus allegados. Pero Martin Luther King tenía un compromiso solido por la justicia, por eso no se dejó intimidar y finalmente logró lo que se propuso.

Mucho de lo que Estados Unidos es hoy se lo debe a personas como Luther King, que levantan su voz para cambiar la realidad y dedican su vida a lo que creen es correcto. Pero hay que estar conscientes que los cambios no ocurren de la noche a la mañana; que se requiere de grandes esfuerzos para modificar los sistemas que han sido diseñados para favorecer a unos pocos a expensas de otros. Aseguraba Martin Luther King que “La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el que está siendo oprimido.”

Reconocer la labor de Martin Luther King es reconocer a un hombre que nunca ocupó un cargo público, que estuvo dispuesto a dar la vida por sus ideales y que además logró unir los esfuerzos de toda una generación de ciudadanos que pedían un cambio en el sistema legal.

Su ejemplo puede ser una inspiración para muchos hombres y mujeres, alrededor del mundo, que hoy luchan de forma pacífica por cambiar la sociedad donde viven. Para quienes trabajan por la justicia y quieren la paz. Para aquellos que reconocen que la corrupción es un cáncer en la sociedad y que restringe la posibilidad de desarrollo y atenta contra la dignidad de los ciudadanos honestos. Para todos ellos, la vida de ese gran hombre sigue siendo una luz.

En un país como Guatemala en donde la situación de violencia es alarmante; en donde las instituciones han perdido la credibilidad; donde la justicia es anulada por la impunidad; hay personas muy valiosas que día a día trabajan por modificar esa realidad. Son ellos quienes mantienen viva la esperanza que algún día nuestro país pueda cambiar. Es probable que, alguna vez, se sientan desanimados porque sus esfuerzos no producen los resultados esperados. Pero es necesario que sigan perseverando para lograr que algún día Guatemala también se encamine por la senda de la justicia, la paz, la libertad y la prosperidad.

Artículo anteriorLa revuelta conservadora 2018
Artículo siguienteEl poder tras el trono