Juan Jacobo Muñoz Lemus

Las variedades humanas no son muchas, pero sí las hay. No digo que tengan sentido en su razón de ser; ni siquiera que haya una verdadera explicación de porqué cada quien es como es. Cuántas cosas tienen que cohesionarse para que alguien llegue a ser lo que es.

La tendencia natural es asumir que la infancia lo explica todo, con riesgo de que la responsabilidad recaiga muchas veces y de manera desproporcionada en la influencia de los padres, que terminan cargando con todo el mérito o con toda la culpa. Ningún padre tiene tanto poder.

Otras veces se pretende que todo se explique con talentos individuales, ajenos a cualquier influencia exterior, como si las oportunidades y la sociedad no fueran un factor que interviniera. Y así, van llegando y hasta sobrando argumentos para sostener absolutismos ingratos que sobreestiman o minimizan lo que les conviene.

El resultado de todo esto es que algunas personas se celebren, mientras que otras se devalúen, por el simple hecho de comparar sus resultados con los de los demás. Perjudica mucho que haya un único diseño social, es decir una sola forma de vivir la vida para todas las personas y que sea solo ese el que la sociedad aplauda. Un peso muy grande para muchos.

El resultado es, que renunciamos a los acertijos de la existencia y terminamos aceptando algunas cosas irracionales. Cualquiera se mueve un poco y lo censuran, en un mundo que se llenó de inquisidores que llaman hereje y tratan como culpable a cualquiera que no se ciña a sus preceptos. Hablo de cosas sencillas, ni siquiera enormes. Son cosas como no hacerse rico, con quien casarse, no querer tener hijos o pasar la Navidad fuera de casa, y así muchas más.

Hay otros ejemplos y no vale abundar en ellos, pero es pertinente acotar que las demandas también cambian con el tiempo. En una época se llegó a aceptar que las relaciones sexuales debían ser solamente con fines reproductivos y cualquiera que fuera en contra de esa consigna era señalado como lujurioso. En estos tiempos nos muestran el sexo como símbolo de libertad y como vínculo, incluso sin profundizar en el amor. ¿Será cierto eso? En cualquiera de los dos casos lo importante sería que cada persona fuera reflexiva y no solamente obediente o fiel seguidora de una corriente en la que encaja por alguna razón.

La idea de escapar un poco de las exageraciones parece válida, si aceptamos que cuando uno se desproporciona irremediablemente debe atenerse a respuestas desproporcionadas. Al que es demasiado servil nadie lo respeta y al contrario lo explotan; y al que es demasiado imponente se le tiene miedo y nadie lo quiere. El requisito para no desproporcionarse es renunciar a los mandatos rectores del miedo, la vergüenza, la culpa, la pertenencia y el control.

Sé que es difícil no sentirse frustrado, resistir la tentación de compararse, ser paciente ante la incertidumbre, soportar críticas injustas, vivir bajo presión y muchas veces quedarse solo y sin apoyos. Si fuera fácil todos lo estaríamos haciendo, pero todas, sobre todo la última, son la base para no querer resolver la vida en un santiamén con mecanismos ya conocidos, y explorar el universo de posibilidades que ofrece la existencia.

Mi aspiración más sincera es que cada quien se encuentre en sí mismo, con profundidad busque su individuación y no tema a su destino. Que todos busquemos lo divino que hay en cada uno: el fuego, la fuerza, la luz, el amor y las verdades más cercanas a nosotros.

Son siglos diciendo lo mismo y seguimos yendo para el otro lado. Aprender de la experiencia es un acto de humildad, es ir contra uno mismo.

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