René Leiva

¿Por qué un lector de entre todos los nombres habría de demorar el curso ¿normal? de la lectura en detenciones análogas a caprichosas interpretaciones de significados colaterales que a veces descarrilan el tren lógico/ilógico del texto? ¿Hay una rama de la psicología referente al acto morboso de leer con el disfraz emocional de otro, con diferente edición intelectiva-denotativa?

Leer, en ocasiones, descubrir el agua azucarada de la propia linfa y del propio azúcar, que no es líquida ni dulce y nadie más puede saborear ni beber. Cierto modo de leer, no cansado ni urgente, el camino no escabroso ni lento, no apremiante ni extenso, para alcanzar y confrontar el precepto griego conócete a ti mismo.

Porque leer es apartar la vista de lo escrito -el oído del sonido, de la música- e ir al encuentro de otros signos esos sí inéditos u olvidados o nunca descubiertos… Porque hay palabras, frases, oraciones que muestran la materia prima, no gráfica, no sonora, no significante, de que están hechas.

Porque leer no necesariamente es repetir palabra por palabra del texto, huidiza fijación, sino que la lectura da saltos, detenciones y regresiones, por capricho o distracción intencional, leer no es leer. Leer es muchas cosas, a veces antagónica o contradictorias a la propia lectura, al acto, al hecho, al empeño puesto. Leer es, también, cerrarle para siempre los ojos al libro, en los que el lector se ve reflejado, de tanto ser por ellos visto… ¿Sin él saberlo? ¿Quién?

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A don José, de sobra, le cayó la noche en el cementerio, ante la por fin encontrada tumba de la mujer desconocida, y en lugar de irse, regresar por donde vino o tomar algún desvío disconforme, decide, ¿decide él, don José?, quedarse, esperar, esperar quién sabe qué, ¿lo sabe él acaso?, y entonces se cobija en la cavidad propicia del tronco de un viejo olivo, porque siente o presiente, quiere creer que no todo ¿todo? ha terminado, que su camino sigue (y seguirá) a medias, como todo buen o mal camino, que no sea de pájaros u hormigas, las nubes o el viento… (Bah, esas últimas doce palabras gratuitas, tan ajenas al texto… ¿Sólo doce?).

Nada mejor que la oquedad de un tronco de árbol centenario para pasar la noche en un cementerio, ataúd vivo, latiente, evocativo de otro misterio, amiga lechuza, compañero tecolote, para no ser confundido, por quién, con los que comulgan con la tierra. Una noche, unas horas de oscuridad, pensamientos arropados o diluidos en las sombras del olvido compartido, del olvido en amasijo eterno con la nada.

Insaciabilidad en don José. En la mística, la filosofía y la religiosidad hindú el alma es todo el universo, hay una sed abarcadora que debe ir no hacia allá sino hacia acá, adentro, donde todo confluye. Y no es que don José se haya confundido de camino; el camino lo confundió a él, a todos. Todos los nombres.

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