Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Cada vez que escucho o leo los comentarios en los que se critica al embajador Todd Robinson por “entrometerse” en asuntos de Guatemala, veo que la inmensa mayoría de esas críticas provienen del mismo sector que en 1954 aplaudía a rabiar a John Peurifoy por coordinar la operación montada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para derrocar al gobierno de Árbenz. Son los herederos de la Liberación quienes más indignados se muestran y quienes hasta montan campañas de cabildeo contra el diplomático por agredir esa misma soberanía nacional que en aquellos lejanos días importaba un auténtico pepino.

Si somos honrados tenemos que admitir que sigue siendo un axioma que en estos países “no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad del Embajador norteamericano” y aunque en distinta medida, todos los que vienen como inquilinos de la vieja casona de la 20 calle de la zona 10, meten su cuchara no sólo porque ellos quieran hacerlo, sino porque es romería la que se mantiene para tratar de influir en el ánimo de ese enviado diplomático que puede hacer muchísimo no sólo en la política nacional, sino aún en otros aspectos de la vida social.

Desde esa perspectiva y tomando en cuenta los muchos antecedentes, que deben incluir por supuesto al embajador Richard Patterson con su grosera forma de relacionarse con el doctor Juan José Arévalo, a quien le ofreció ayuda para satisfacer su gusto por las mujeres, debo decir que si los embajadores de Estados Unidos se entrometen en los asuntos de Guatemala, por lo menos que lo hagan para tratar de combatir la peor de las lacras que tenemos en nuestro país que es esa funesta combinación de corrupción e impunidad.

En un mundo ideal un país soberano no debiera aceptar ningún tipo de intromisiones, pero no seamos hipócritas de creer que ese mundo ideal existe o funciona. Muchos dicen que a un embajador guatemalteco en Washington no se le tolerarían actitudes como las que se aceptan aquí del enviado del Departamento de Estado y la Casa Blanca, pero veamos simplemente el papel que juega allá el Embajador ruso para entender que el tema se define por el tamaño y el poder de las partes.

Conocí hace relativamente poco tiempo al embajador Todd Robinson, pero admiro en él su compromiso contra la corrupción que ha sido muy beneficioso para nuestro país. Si de todos modos van a meter las manos, por lo menos que sea para promover ética y valores, para impulsar una agenda de derechos humanos y de transparencia, en vez del histórico papel de apoyo a gobiernos autoritarios que nunca se ocuparon de los problemas de los ciudadanos guatemaltecos.

Es una lástima que esté próximo su retiro, pero creo que los guatemaltecos que luchamos por un país en el que se pueda enfrentar con éxito el flagelo de la corrupción y la impunidad, le debemos mucho y así como se recuerdan los ejemplos nefastos de Peurifoy y Patterson, el de Todd Robinson deberá también tener su lugar en la historia como el embajador que usó su influencia para enfrentar a los pícaros que han saqueado a este país.

Artículo anteriorVaya calamidad la nuestra
Artículo siguienteOtros confidenciales